Allá en la Puna Salteña, protegida sus ramas por una corteza semejante al papel que se defolia. Existe un hermoso arbolito que soporta con estoicidad los embates de uno de los climas más rigurosos del mundo.
Es la Polylepis Tomentella, una rosácea conocida por los lugareños simplemente como Quiñoa.
En aquellas vastas soledades es el único árbol que se yergue por encima de los pedrones que se originaron por el lento resquebrajamiento de los roquedales andinos dilatándose y contrayéndose al ritmo del frío de las noches y el calor de la radiación diurna.
Estos centenarios centinelas del silencio a los que suelo visitar de década en década hoy están en peligro de extinción.
Su generosidad los ha conducido a esa situación.
Su madera, dura y pesada, es buscada para hacer fuego o adintelar minas.
Solo el 3 % de sus semillas llegan a germinar y entonces aparece otro peligro: las libres europeas. Estas, introducidas en la Pampa Húmeda Argentina a fines del siglo XIX para prácticas cinegéticas han ido colonizando el país y desde hace unos 50 años han arribado a la Puna.
El peligro acecha desde todos los ángulos.
Solo queda esperar que los humanos reaccionen y tomen las medidas necesarias para preservar esta especie, todo un milagro de la evolución de la vida en su afán de sobrevivir.
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Nota: Las fotografías las he bajado de la red. Son Polylepis de otras especies aunque guardan un parecido muy notable con sus primas de mi provincia.
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