Los padres de Julio se divorciaron cuando tenía apenas 4 años de edad. Su madre y dos de sus hermanas lo ayudaron a crecer. Su mamá nunca más se casó y la familia tuvo muchos problemas monetarios a lo largo de la infancia de Julio. A medida que iba creciendo varias veces juró que nunca iba a ser más pobre otra vez y que sus hijos jamás les iba faltar nada material que ellos quisieran. Se caso con Dulce, que no solo reconoció la ambición que le salía naturalmente por la piel, sino también por su gentileza y compasión. Sin embargo ella pudo ver que su propia infancia le había dejado heridas emocionales que no había integrado. Ella lo amaba profundamente y se sintió segura de que una vez casados su amor aminoraría en algo esa inseguridad que lo conducía fervientemente y activamente a tener éxito.

Cuando vio que fracasó todo el esfuerzo y su lucha para neutralizar la exagerada ambición de su esposo, se empezó a sentir resentida y frustrada, frecuentemente acusándolo de ponerle más atención y dedicación a su trabajo que a la propia familia.
"Eso no es cierto", él insistió. "Estoy dedicado a la familia, y no quiero que nuestros hijos pasen por lo que yo pasé cuando estaba creciendo. No tomas en cuenta todo lo que yo hago por ti y nuestra familia. Eres muy ingrata".

Entre la conducta defensiva de Julio y la frustración de Dulce se empezó a estancar la relación que parecía irrompible. Pero el problema real es que se habían polarizado uno al otro, tomando posiciones opuestas que lo hacían parecer como si Julio tuviera que escoger favorecer el trabajo sobre la familia o viceversa. Es como si hubieran hipnotizado a Dulce y Julio que vieran todo en blanco y negro. Este punto de vista hacía imposible que algunos de los dos viera las cosas desde otra perspectiva.

Esta preocupación se rompió un día cuando Dulce decidió parar de criticar a Julio. Se abstuvo de llamarlo adicto al trabajo y en su lugar empezó a conversar sobre el dolor que le provocaba su propio corazón decepcionado. Ella le dijo cuanto le extrañaba y que se le hacía muy triste que sus hijos crecieran sin ver la presencia de su padre así como le había ocurrido a él de niño.

Ella no quería que renunciara a su trabajo solo que organizara bien su tiempo para que incluyera en su agenda a su propia familia. Ella reemplazó la astilla del enojo por la suavidad de su amor. Como resultado, Julio poco a poco empezó a escucharla sin ponerse a la defensiva o enojado. Por primera vez, él fue capaz de ver que podía balancear tanto el tiempo en el trabajo como el tiempo con la familia. A partir de ese momento, Julio y Dulce trabajaron como pareja para crear juntos una vida que funcionara para todos en la familia. Aunque hubieron una que otra recaída y dificultades, nunca más revertieron al patrón antagonista que casi destruyo a su matrimonio.