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losmayas: La Religion, vinculo del hombre con los dioses
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De: x-x-loly_ta-x-x  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2005 18:21

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes


La religión: vínculo del hombre con los dioses


Cosmogonía o creencias sobre el origen del universo.
Según los mitos mayas, la creación del cosmos no fue un sólo acto que ocurrió en un tiempo remoto, sino un proceso continuo como los ciclos de la naturaleza. Siempre creyeron que el universo se estaba construyendo y destruyendo constantemente por la acción de energías sagradas o deidades, por lo que se creo una cadena de ciclos o eras cósmicas, en las cuales han existido distintos tipos de hombres.

La idea central de estos mitos fue concebir al mundo con la finalidad de servir de habitación a un ser consciente, capaz de reconocer, venerar y alimentar a sus creadores, para que ellos pudieran seguir infundiendo vida al cosmos; el ser del hombre, que ocupa el puesto central del cosmos.

El mito de origen más destacado es el del grupo quiché, contenido en el Popol Vuh. Este mito fue compartido por otros grupos mayances de Guatemala y Chiapas, quienes lo han conservado hasta hoy, con algunas variantes.
En el tiempo primordial, cuando sólo existían el cielo y el mar, los dioses creadores, Padre y Madre, decidieron la aparición del hombre y el mundo. Dioses con diferentes nombres, y con distintos atributos, que se identifican con algunos animales, principalmente con una serpiente emplumada, símbolo del dios supremo celeste y creador, llamada Gucumatz, "Serpiente Quetzal".

Los dioses creadores, por medio de la palabra, hicieron emerger la tierra y los seres que la habitaban: árboles, plantas y animales. Los animales fueron interrogados por los dioses para saber si podían reconocerlos y venerarlos, pero no fueron conscientes ni supieron hablar. Entonces los dioses formaron, en sucesivas etapas o edades cósmicas, hombres de barro y de madera, que no respondieron a sus deseos. Los de barro fueron destruidos por un diluvio de agua y los de madera se transformaron en monos, que vivieron en su mundo hasta la llegada de un diluvio de resina ardiente que los desapareció.

Finalmente, los creadores encontraron la materia sagrada: el maíz, que mezclado con sangre de serpiente y de tapir, - animales sagrados que simbolizan principios vitales del cosmos -, dieron como resultado al hombre requerido.

Un hombre consciente de los dioses y de sí mismo, como sustentador de ellos. Cualitativamente distinto de los anteriores y mantenedor de los dioses por llevar en su propia constitución física los elementos sagrados: maíz y sangre de los dioses, que le dieron la conciencia. En este extraordinario mito cosmogónico, estructurado y completo del mundo mesoamericano, se expresó claramente la idea del hombre que mantuvieron los pueblos, en el cual se basa toda su cultura.

El hombre es el ser creado con la misión de sustentar y venerar a los dioses, y el mundo es su habitación. Sin el hombre los dioses perecen y sin los dioses, el universo entero muere.

Entonces el hombre deberá alimentar a los dioses con diversas sustancias sutiles: humo de copal, aroma de flores, olores de frutos y alimentos cocinados, pero principalmente, con la energía sagrada que los dioses emplearon para crearlo, su propia sangre, donde reside el espíritu o energía vital. Así, en los mitos cosmogónicos se explica también el sacrificio humano y se da su justificación.

Según el mito del Popol Vuh, en épocas cósmicas anteriores aparecieron soles que, como los hombres, eran falsos; el de la segunda edad fue destruido por dos héroes que se transformaron en el Sol y la Luna de la última edad: Hunahpú (Sol diurno) e Ixbalanqué (Sol nocturno o Luna).



Chaman de la región maya
Chaman de la región maya






Escultura del Dios Solar
Escultura del Dios Solar
Maya-Clásico
Chunhuhub, Campeche, México.
Centro INAH Campeche






Máscara Guerrero
Máscara de Guerrero
Posclásico
Estado de Guerrero, México.
Museo Nacional de Antropología








Vaso Piriforme
Vaso Piriforme
Maya-Clásico Temprano
Edzná, Campeche, México.
Centro INAH Campeche

Con la aparición del Sol y la Luna verdaderos culminó la creación del mundo. El movimiento del Sol, dió lugar al tiempo "histórico", se inició cuando los hombres ofrecieron a los dioses sacrificios humanos para alimentarlos. Estas creencias cosmogónicas, recogidas en los textos indígenas, escritos después de la conquista española, ya existían en el periodo Clásico, como lo revelan las lecturas interpretativas de los textos jeroglíficos conservados en varias ciudades mayas, como Cobá y Palenque. En ellos se asentó que el mundo fue creado por el Primer Padre y la Primera Madre en el día 4 Ahau 8 Cumkú, fecha que en el calendario gregoriano corresponde al 13 de agosto de 3114 a.C., y que funcionó como "fecha era", o punto de partida, en los cómputos calendáricos. Los textos se acompañaban con imágenes en relieve del dragón, símbolo del dios supremo creador, que equivale al Gucumatz del Popol Vuh.

En la actualidad, las mismas creencias sobre el origen del mundo han sobrevivido en muchos grupos mayances, como los tzotziles, los tzeltales, los lacandones y los mayas yucatecos, lo cual corrobora que en la época prehispánica el mito fue común a los diversos grupos mayances, y confirma la persistencia por largos periodos de las creencias básicas de una comunidad, en muchos pueblos del mundo.

En cuanto a la estructura del cosmos, no puede entenderse en el mundo mesoamericano la idea de tiempo separado del espacio, porque espacio y tiempo no son dos aspectos distintos: el tiempo no es otra cosa que el movimiento del espacio. En el pensamiento religioso universal hay dos grandes cauces en los que se inscriben las ideas sobre la temporalidad:

1) En el primero se encuentran las religiones orientales y mesoamericanas, que conciben a la temporalidad como un movimiento cíclico.
2) Dentro del segundo se encuentran las religiones judeo-cristianas que consideran la temporalidad como un transcurso lineal.

El mejor ejemplo de la concepción cíclica del tiempo de los pueblos mesoamericanos son los mitos del origen del cosmos, en los que el mundo se ordena y se desordena cíclicamente. Los mayas destacaron por una excepcional conciencia de la temporalidad. Concibieron el tiempo como el cambio cósmico producido, en esencia, por el movimiento del Sol.

El tránsito del Sol fue captado como un movimiento circular alrededor de la tierra, que determinó los cambios que en ella ocurren; razón por la cuál, el tiempo se pensó como un movimiento cíclico. Este movimiento siguió leyes estables, como se manifestó en la regularidad de los ciclos naturales, de modo que el tiempo es el orden, la racionalidad y la permanencia del cosmos.

Como lo revelan los textos indígenas coloniales, el universo está conformado por tres grandes ámbitos en sentido vertical:

1) el cielo, dividido en trece estratos
2) la tierra, imaginada como una plancha cuadrangular
3) el inframundo, conformado por nueve niveles

El cielo se subdivide en trece niveles horizontales y se imaginó como una pirámide escalonada, que se asienta en el nivel terrestre. También es considerada la montaña sagrada. Entre los mayas yucatecos el cielo era regido por Oxlahuntikú, "Trece dios", una deidad que es una y trece simultáneamente.
Existen otros dioses de los distintos estratos y en el nivel más alto reside el dios supremo, principio vital del cosmos, el dragón Itzamná, que se denomina también Hunab Ku, "Dios Uno".

Los basamentos piramidales escalonados que se construyeron en la mayoría de las ciudades, y que tienen una escalinata que conduce a la parte superior, donde se encuentra el templo son símbolos del cielo y la montaña sagrada. Varios de estos basamentos tienen precisamente trece niveles, como el del Templo de la Cruz de Palenque, dedicado precisamente al dios celeste creador.
Los mayas imaginaron la tierra como una plancha plana cuadrangular, dividida en cuatro sectores o regiones, también cuadrangulares, idea que deriva de la observación de la trayectoria solar y que los mayas compartieron con los nahuas y con muchos otros pueblos antiguos del mundo.




Figurilla masculina sedente
Figurilla masculina sedente
Maya-Clásico Tardío
Isla de Jaina, Campeche, México.
Centro INAH Campeche







Cajete Tetrápode
Cajete Tetrápode
Maya-Clásico
Calakmul, Campeche, México.
Centro INAH Campeche







Vaso Polícromado
Vaso Polícromado
Maya-Clásico Tardío
Sur de Campeche, México.
Centro INAH Campeche








Cajete Polícromado
Cajete Polícromado
Maya-Clásico Temprano
Calakmul, Campeche, México.
Centro INAH Campeche








Plato Maya
Plato Maya
Clásico
Area Chenes Dzibilnocac
Centro INAH Campeche

Las cuatro regiones correspondían a las cuatro "casas" del Sol. Dos en el Este y dos en el Oeste, puntos intercardinales que representaban los extremos que el Sol alcanzaba sobre el horizonte durante el año, los cuales correspondán a los equinoccios y los solsticios.

Cada región tenía como símbolos un color, una ceiba (enorme árbol con el tronco muy recto con una gran fronda horizontal) con un ave posada sobre ella, un tipo de maíz, un tipo de frijol y diversos animales. Las ceibas sostenían el cielo al lado de dioses con forma humana o animal llamados Bacabes, que también fungían como ordenadores del mundo.

Tanto ceibas como pájaros eran del color de la región: negro para el oeste, blanco para el norte, rojo para el este y amarillo para el sur.
Otros dos puntos esenciales en la cosmología maya son: el más alto en el centro del cielo, el cenit, y el más bajo en el centro del inframundo, el nadir.

Estos dos puntos eran los dos extremos del eje vertical del mundo, por lo que el centro de la tierra, por donde pasa el eje, era el centro del universo, la quinta dirección, el punto de unión entre el cielo, la tierra y el inframundo. Para los mayas el inframundo constaba de nueve niveles, concebidos como una pirámide invertida, símbolo de caverna, vientre de la gran madre tierra.

En el estrato más bajo o Xibalbá, "Lugar de los que se desvanecen, residía el dios de la muerte, Ah Puch, "El descarnado". A está región era donde iban los espíritus de los muertos, para integrarse a la energía de muerte. Como en el caso del cielo, algunos basamentos piramidales también representaron el inframundo, como el Templo de las Inscripciones de Palenque, que tiene nueve niveles, y bajo el cual se halló la suntuosa sepultura del Señor Pacal, a la que actualmente se accede desde lo alto por una escalera interior abovedada, del mismo modo que los espíritus de los muertos debían recorrer los nueve estratos para llegar al Xibalbá. Así, el universo tenía en el pensamiento maya la forma de un romboedro.

Otra imagen simbólica del nivel terrestre fue un cocodrilo o lagarto que flotaba sobre el agua y sobre cuyo dorso crecía la vegetación. Los mayas yucatecos lo llamaban Itzam Cab Ain, "Dragón-tierra-cocodrilo". El inframundo era el vientre de ese monstruo, por lo que además de ser el sitio de la muerte, contenía semillas de nueva vida.

Las cuatro regiones celestes y las infraterrestres, eran los cuatro lados de las pirámides, que compartían los colores de la tierra. En las cuatro regiones celestes se ubicaban los Itzamnáes o Dragones, que eran la cuadruplicación del dios supremo; además de cuatro Chaques, o dioses de la lluvia y cuatro Pahuahtunes, deidades de los vientos.

En el inframundo hay cuatro caminos, de los cuales el negro conduce directamente al Xibalbá. El símbolo maya más importante del eje del universo es una gran ceiba verde, la "Gran Madre Ceiba", que atraviesa los tres niveles cósmicos: sus raíces se hunden en el inframundo y su fronda penetra en los cielos. Es por ello el punto donde se fusionan el espacio y el tiempo. Sobre ella se posa el pájaro verde-azul o quetzal, con cabezas de serpiente en las alas, símbolo del dragón, dios supremo.

El Ritual

Por la idea maya de que sin la acción ritual del hombre los dioses morirían y, con ellos, el universo entero, la vida humana estaba dedicada principalmente al servicio de los dioses. Cada ciudad maya tenía en el centro su ámbito ceremonial, donde se llevaban a cabo los grandes ritos comunitarios.

Todos los ritos tenían en común ceremonias propiciatorias, como la abstinencia sexual, el insomnio, el ayuno, los baños, las sangrías y el cambio de vestiduras, entre otros. Asimismo, se sacralizaban el lugar y los objetos que se usarían para el rito, y se buscaba un día propicio en el calendario adivinatorio de 260 días. Después de la purificación se hacían los ritos principales en donde se pronunciaban oraciones, se hacían sahumerios con resina de copal, danzas, cantos, representaciones dramáticas de los mitos y la historia de los antepasados ilustres, que eran venerados. Se ingerían comidas especiales de maíz, cacao y carne de perro o de pavo, principalmente, así como bebidas alcohólicas sagradas y, como parte central, se hacían ofrendas y sacrificios de animales y de seres humanos para alimentar a los dioses.

Los ritos centrales eran grandes, además de las complejas ceremonias públicas relacionadas con los periodos calendáricos, como los de Año Nuevo, presididas por los sacerdotes principales. Se llevaban a cabo ritos de fertilidad, gremiales, iniciáticos, de adivinación y curación, y ritos del ciclo de vida, como embarazo, nacimiento, infancia, pubertad, matrimonio y muerte.

Estos últimos señalaban los cambios del individuo y de su función social. Las ceremonias mortuorias en particular eran muy importantes, porque ayudaban al individuo en el último gran cambio de su vida. Los mayas creían en la inmortalidad del espíritu. El lugar de destino en el más allá dependía de la forma de muerte y no de la conducta moral en la existencia corpórea. La mayoría de los espíritus iba al Xibalbá, donde se integraban a la energía de muerte.

Pero mientras descendían a través de los nueve niveles permanecían "vivos", por lo que debían ser alimentados y protegidos con agua, comida, amuletos y los objetos que habían usado en vida. Los cuerpos de los grandes señores portaban sus joyas, una máscara de jade para conservar la identidad y una cuenta de jade dentro de la boca, que recogía y preservaba el espíritu. En sus suntuosas sepulturas también iban "acompañantes": esclavos y mujeres a los que sacrificaban en el funeral.

Uno de los principales ritos, que realizaban los propios gobernantes, fue el juego de pelota, que simbolizó la lucha de contrarios cósmicos que hacían posible la existencia. A veces esos contrarios eran el Sol y la Luna, o sea, las fuerzas diurnas y las fuerzas nocturnas; otras, la lucha de los dioses del inframundo, que representan la muerte, contra los dioses astrales de la vida. Pero el juego siempre estaba relacionado con los astros y con la guerra sagrada, por su sentido de oposición de contrarios.

El juego se acompañaba de procesiones y ceremonias de decapitación de algún prisionero o esclavo. La cabeza simbolizaba al astro, a la pelota, y en ceremonias de fertilidad, a la mazorca de maíz. El rito del juego de pelota, que imitaba el movimiento de los astros en el cielo, tuvo un sentido de magia simpática, ya que al realizarlo, se propiciaba mágicamente dicho movimiento y, con él, la continuidad de la vida.



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