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espiritismo: ENSAYO TEORICO SOBRE LA SENSACION EN LOS ESPIRITUS
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De: magicman497  (Mensaje original) Enviado: 31/12/2007 16:30

ENSAYO TEÓRICO SOBRE LA SENSACIÓN

EN LOS ESPÍRITUS

257 – El cuerpo es el instrumento del dolor; si no su causa

primera, por lo menos, su causa inmediata. El alma tiene la percepción

del dolor, pero esa percepción es un efecto. El recuerdo que de él

conserva puede ser muy penoso, pero, no puede tener acción física.

En efecto, ni el frío, ni el calor pueden desorganizar los tejidos del

alma, que no puede helarse ni quemarse. ¿No vemos cada día que el

recuerdo o temor de un mal físico produce el mismo efecto que la

realidad, ocasionando hasta la muerte? Todo el mundo sabe que las

personas a las que se les ha amputado un miembro continúan sintiendo

142 LIBRO SEGUNDO. – CAPÍTULO VI VIDA ESPÍRITA 143

dolor de él, aunque no exista ya el miembro. Seguramente, no es en

ese miembro donde está localizado o donde parte el dolor, sino que es

el cerebro el que conserva la impresión. Puede creerse, pues, que

sucede algo análogo en los sufrimientos del Espíritu después de la

muerte. Un estudio más profundo del periespíritu, que tan importantes

funciones desempeña en todos los fenómenos espíritas, como las

apariciones vaporosas o tangibles, el estado del Espíritu en el momento

de la muerte, la idea tan frecuente de que aún está vivo, el cuadro tan

conmovedor de los suicidas, de los ajusticiados, de los que se dejaron

absorber en los placeres materiales y otros muchos hechos, han venido

a hacer luz sobre este asunto, que dan lugar a las explicaciones que

damos aquí resumidas.

El periespíritu es el lazo que une el Espíritu a la materia del

cuerpo, él lo toma del medio ambiente, del fluido universal; contiene

a la vez, de la electricidad, del fluido magnético y hasta cierto punto

de la materia inerte. Se podría decir que es la quinta esencia de la

materia. El principio de la vida orgánica, pero no de la vida intelectual,

ya que ésta reside en el Espíritu. Es, por otra parte, el agente de las

sensaciones externas. Semejantes sensaciones están localizadas, en

el cuerpo, en los órganos que le sirven de conductos. Destruido el

cuerpo, las sensaciones se generalizan.

He ahí porque el Espíritu no dice que sufre más de la cabeza

que de los pies. Es preciso, además, no confundir las sensaciones del

periespíritu, independiente ya, con las del cuerpo, que sólo podemos

tomar como término de comparación y no como analogía. Liberado

del cuerpo, el Espíritu puede sufrir, pero ese sufrimiento no es corporal,

aunque no sea exclusivamente moral como un remordimiento, puesto

que se queja de frío y de calor. No sufre más en invierno que en verano,

y puesto que hemos visto a algunos atravesar las llamas sin

experimentar ningún sufrimiento; la temperatura no les causa, pues,

ninguna impresión. El dolor que siente no es propiamente un dolor

físico, sino un vago sentimiento íntimo que el mismo Espíritu no

siempre entiende, precisamente porque el dolor no está localizado y

no es producido por agentes externos; es más bien un recuerdo que

una realidad, pero un recuerdo tan penoso como ésta. Sin embargo, a

veces, es más que un recuerdo, según vamos a ver.

La experiencia nos enseña que en el momento de la muerte, el

periespíritu se desprende más o menos lentamente del cuerpo. Durante

los primeros instantes, el Espíritu no entiende su situación: no se cree

muerto porque se siente vivo; ve su cuerpo a un lado, sabe que le

pertenece y no comprende que esté separado de él. Este estado perdura

mientras existe un lazo entre el cuerpo y el periespíritu. Un suicida

nos dijo: No, no estoy muerto –y añadía– y sin embargo, siento como

me roen los gusanos.

Ciertamente, los gusanos no roían el periespíritu,

y mucho menos el Espíritu; tan sólo roían el cuerpo. Pero, como la

separación del cuerpo y del periespíritu no era aún completa, resultaba

de ello una especie de repercusión moral que le transmitía la sensación

de lo que pasaba en el cuerpo. Quizá repercusión no sea la palabra

adecuada, pues, haría suponer un efecto muy material; era más bien

la visión de lo que pasaba en el cuerpo, unido aún a su periespíritu, lo

que producía en él una ilusión que tomaba por la misma realidad. Así,

pues, no era un recuerdo, porque, durante la vida, no había sido roído

de gusanos, sino el sentimiento de un hecho actual. De este modo se

ven las deducciones que se pueden hacer de los hechos, cuando son

observados atentamente. Durante la vida, el cuerpo recibe las

impresiones exteriores y las transmite al Espíritu por mediación del

periespíritu, que probablemente constituye, lo que se llama fluido

nervioso. Muerto el cuerpo, nada siente, porque carece de Espíritu y

de periespíritu. El periespíritu, desprendido del cuerpo, experimenta

la sensación, pero, como no la recibe por conducto limitado, se hace

general la sensación. Luego, como en realidad no es más que un

agente de transmisión, pues en el Espíritu es donde está la conciencia,

resulta que, si pudiese existir un periespíritu sin Espíritu, no sería

más sensible que un cuerpo muerto. De la misma forma, si el Espíritu

no tuviese el periespíritu, sería inaccesible a toda sensación penosa,

como ocurre con los Espíritus completamente purificados. Sabemos

que, cuanto más se purifican, más etérea se hace la esencia del

periespíritu, de donde se sigue que la influencia material disminuye a

medida que el Espíritu progresa, es decir, a medida que el mismo

periespíritu se hace menos grosero.

Pero, se dirá, las sensaciones agradables son transmitidas al

Espíritu por el periespíritu, de la misma forma que las sensaciones

desagradables; ahora bien, si el Espíritu puro es inaccesible a unas,

debe serlo igualmente a las otras. Indudablemente que sí, respecto de

las que provienen únicamente de la influencia de la materia que

conocemos: el sonido de nuestros instrumentos y el perfume de

nuestras flores no le causan impresión alguna. Entre tanto, experimenta

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sensaciones íntimas, de un encanto indefinible, que no podemos ni

imaginar, porque sobre ese punto somos como ciegos de nacimiento

respecto de la luz: sabemos que existe, pero, ¿de qué modo? Hasta

aquí llega nuestra ciencia.

Sabemos que existen en ellos percepciones, sensaciones,

audición y visión; que estas facultades son atributos de todo el ser y

no como en el hombre de una parte del ser; pero, volvemos a

preguntarlo; ¿por qué medio? Eso es lo que no sabemos. Los mismos

Espíritus no pueden explicarlo, porque nuestro idioma no está en

condiciones de expresar ideas que no tenemos, como la lengua de los

salvajes carece de términos para expresar las de nuestras artes, ciencias

y doctrinas filosóficas.

Al decir que los Espíritus son inaccesibles a las impresiones de

nuestra materia, queremos hablar de Espíritus muy elevados, cuya

envoltura etérea no tiene analogía en nuestro mundo. No sucede lo

mismo con los de periespíritu más denso, que perciben nuestros

sonidos y nuestros olores, aunque no lo hagan por una parte de su

individualidad, como cuando vivían. Se podría decir que las

vibraciones moleculares se hacen sentir en todo el ser, llegando así a

su sensorium commune, que es el propio Espíritu, aunque de un modo

diferente y puede ser también con una impresión diferente, lo que

produce una modificación en la percepción. Oyen el sonido de nuestra

voz, sin embargo, nos comprenden sin el auxilio de la palabra, por la

sola transmisión del pensamiento. Esto viene en apoyo de lo que

dijimos: esa penetración es tanto más fácil cuanto más

desmaterializado está el Espíritu. En cuanto a la vista, es independiente

de nuestra luz. La facultad de ver es un atributo esencial de nuestra

alma; para ella no hay obscuridad y se presenta más vasta y penetrante

en los que están más purificados. El alma o Espíritu tiene, pues, en sí

misma la facultad de todas las percepciones. Durante la vida corporal

están limitadas por la tosquedad de sus órganos y en la extracorporal

disminuyen a medida que se hace menos compacta la envoltura

semimaterial.

Esta envoltura tomada del medio ambiente, varía según la

naturaleza de los mundos. Al pasar de un mundo a otro, los Espíritus

cambian de envoltura como nosotros de vestido, al pasar del invierno

al verano, o del polo al ecuador. Cuando los Espíritus más elevados

vienen a visitarnos, revisten, pues, el periespíritu terrestre, realizándose

entonces sus percepciones como las de los Espíritus vulgares; pero

todos ellos, tanto los inferiores como los superiores, no oyen ni sienten

sino lo que quieren. Sin tener órganos sensitivos, pueden a su gusto

hacer que sus percepciones sean activas o nulas y solo se ven obligados

a oír los consejos de los buenos Espíritus. La vista es siempre activa

en ellos, pero pueden hacerse invisibles los unos a los otros. Según la

categoría que ocupen, pueden ocultarse a los que le son inferiores;

pero no a los superiores. En los momentos subsiguientes a la muerte,

la vista del Espíritu está siempre turbada y confusa y se aclara a medida

que se desprende y puede adquirir la misma lucidez que durante la

vida, independientemente de su penetración a través de los cuerpos

que son opacos para nosotros. En cuanto a la extensión a través del

espacio infinito, así en el futuro como en el pasado, depende del grado

de pureza y elevación del Espíritu.

Toda esta teoría, se dirá, no es muy tranquilizadora. Pensábamos

que una vez desprovistos de nuestra grosera envoltura, instrumento

de nuestros dolores, no sufriríamos más y nos informáis que aún

sufriremos, y sea de una manera o de otra, siempre es sufrimiento.

¡Ah! Sí, aún podemos sufrir y mucho y por mucho tiempo; pero,

también podemos dejar de sufrir, hasta desde el momento en que

dejamos la vida corporal.

Los sufrimientos de este mundo, son a veces independientes de

nosotros, pero en muchas ocasiones son consecuencia de nuestra

voluntad. Remontando a su origen se verá que en su mayor parte son

consecuencia de causas que podríamos evitar. ¿Cuántos males y

cuántas enfermedades no debe el hombre a sus excesos, a su ambición,

a sus pasiones? El hombre que siempre haya vivido sobriamente, sin

abusar de nada, sencillo en sus gustos, modesto en sus deseos, se

ahorraría muchas tribulaciones. Lo mismo sucede al Espíritu, cuyos

sufrimientos son siempre producto del modo como ha vivido en la

Tierra. Sin duda, no padecerá de gota y reumatismo, pero tendrá otros

sufrimientos que no serán menores. Vimos que estos sufrimientos son

el resultado de los lazos que aún existen entre el Espíritu y la materia,

y que cuanto más se libera de la influencia de la materia, cuanto más

se desmaterializa, menos sensaciones penosas sufre. Por tanto,

depende de él liberarse de esa influencia desde esta vida. Tiene su

libre albedrío, y, por consiguiente, la facultad de escoger entre hacer

y no hacer. Que domine sus pasiones animales; que no sienta odio, ni

envidia, ni celos, ni orgullo; que no se deje dominar por el egoísmo;

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que purifique su alma con buenos sentimientos; que haga el bien y dé

a las cosas de este mundo la importancia que se merecen; entonces,

aun estando encarnado, ya estará purificado, liberado de la materia y

cuando abandone su cuerpo no tendrá que soportar más su influencia.

Ningún recuerdo doloroso, ninguna impresión desagradable, le quedará

de los sufrimientos físicos que experimentó, porque éstos habrán

afectado al cuerpo y no al Espíritu. Se sentirá feliz de haberse librado

de ellos y la tranquilidad de conciencia lo emancipará de todo

sufrimiento moral. Interrogamos a millares de Espíritus, que

pertenecieron a todas las categorías de la sociedad terrena, a todas las

posiciones sociales, los estudiamos en todos los períodos de su vida

espírita, a partir del momento en que dejaron el cuerpo; los seguimos

paso a paso en la vida de ultratumba, para observar los cambios que

se operaban en ellos, así en sus ideas como en sus sensaciones, y bajo

este aspecto no son los hombres vulgares los que nos han

proporcionado los puntos de estudio menos preciosos. Y siempre

constatamos que los sufrimientos tenían relación con la conducta,

cuyas consecuencias soportaban y que esa nueva existencia era origen

de inefable felicidad para los que siguieron el buen camino. Se deduce

de esto que los que sufren, sufren porque así lo quisieron y sólo de

ellos mismos pueden quejarse, tanto en este como en el otro mundo.



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