Por Eugenio Yáñez *
Colaboración
Miami
Florida
E.U.
La Nueva Cuba
Junio 26, 2006

En Macondo, ese mítico poblado de “Cien Años de Soledad” que está en cualquier lugar y donde sucede de todo, se nos cuenta que un aguacero duró cuatro años, once meses y veintinueve días, o que Remedios La Bella subió al cielo como un ángel. Todo este estilo narrativo tan maravilloso se conoce en la literatura como el realismo mágico, y marca una impronta en la narrativa y el lenguaje en español.

Sin embargo, existe otro lugar ya no tan mítico, pero muy cercano, llamado Cuba, donde las cosas que se dicen y se anuncian por el gobierno hacen parecer el realismo mágico como aburrida escritura de juzgado municipal, y el Macondo surrealista no pasa de ser una pequeña e insignificante comarca más de ese territorio libre de América, donde el tirano en jefe acaba de declarar tranquilamente, y adelantando olímpicamente su octogésimo cumpleaños más de cuarenta y cinco días, que “estamos comenzando”.

La producción alimentaria cubana, según declaró recientemente el Ministro del ramo en la siempre fiel y unánime Asamblea Nacional del Poder Popular, y destacó el periódico Granma, crece a un ritmo del 10% anual, en el marco de una economía que en el 2005 creció 12.5%, y alcanzó igual incremento en el primer trimestre del 2006. Algo así como lo que está sucediendo en China, pero sin chinos.

Considerando que el ministro de la Industria Alimenticia, Alejandro Roca, no es ningún tonto, y que por varias décadas ha estado al frente de ese Ministerio y debe conocerlo perfectamente, habría que pensar que, o bien es un inveterado mentiroso, o que trabaja con estadísticas elaboradas sobre el hielo por el gitano Melquíades en Macondo.

Las tercas matemáticas indican claramente que creciendo a un ritmo del 10% anual, las cifras se duplican en casi 8 años, es decir, que tras ocho años de ese soberbio crecimiento que se anuncia, la producción alimentaria cubana se debe duplicar: el doble de papas, de vegetales, de leche, de quesos, de boniatos, de coles, de huevos, de gallinas, de carne, de grasas comestibles, de frutas, de plátanos, de malanga, de azúcar, de sal, de refrescos, de jugos, de todo.

Como eso no sucede solamente ahora, según se nos dice, sino que estos ritmos de crecimiento “se han venido produciendo” durante los últimos años, es de esperar que las bodegas y escasos supermercados en Cuba necesiten y estén acometiendo una urgente remodelación y ampliación, para dar cabida a tan creciente producción de alimentos, cumpliendo eso que la llamada ley económica fundamental del socialismo define en los conocidos manuales de economía política del socialismo como “la constante satisfacción de las necesidades siempre crecientes de la sociedad”.

Con tantas maravillas produciéndose en Macondo --perdón, quise decir en La Habana-- y las que ya vienen en camino, los agricultores estadounidenses se las verán muy mal, pues con tanta producción de alimentos en Cuba los taimados imperialistas ya no tendrán posibilidades para vender sus mercancías, a pesar del “criminal bloqueo”, que se pagan al contado y por adelantado, de acuerdo las normas establecidas en el “imperio” para los mala-paga. No sería sorprendente, entonces, que pasáramos ya a la quincuagésimo sexta etapa de la crisis general del capitalismo, que se caracterizaría ahora por la ruina de los agricultores imperialistas ante la aplastante superioridad de la agricultura socialista cubana, crisis que comenzó cuando la producción de alimentos en Cuba comenzó a crecer al ritmo del 10% anual.

Por si fueran pocos tantos triunfos, ahora se anuncia que los éxitos ya se trasladan a otros frentes, y que se pretende triplicar la producción de azúcar en los próximos tres años, y darle gran impulso a la producción de derivados, especialmente el etanol, por su enorme potencial energético.

Triplicar el año próximo la zafra de los últimos tres años en Cuba significaría lograr una producción entre 3.6 y 4 millones de toneladas de azúcar en el 2007, una cifra que resulta menor que la zafra de 1919, cuando se produjeron 4 millones 11 mil toneladas.

Es decir (majaderas que son las matemáticas contrarrevolucionarias), que aprovechando las ventajas del socialismo, la siempre sabia dirección del invicto Comandante en Jefe, y la presencia constante del Partido Comunista en el centro de los problemas --ventajas que nunca tuvo la “república mediatizada” que los imperialistas establecieron en Cuba en 1902-- la Revolución produciría, en caso de lograrlo, un poco menos que la cantidad de azúcar que producía la burguesía explotadora cubana ¡hace casi 85 años!

Desde la década de los setenta era evidente que la producción azucarera mundial tendía a moverse ya hacia la producción de derivados del azúcar para multiplicar su eficiencia y contribuir efectivamente al desarrollo económico.

Los centrales azucareros “clásicos” que entonces existían deberían convertirse en verdaderos complejos agroindustriales (experiencia que entonces no era en nada ajena a los empresarios cubanos en la década de los cincuenta) y aprovechar las enormes ventajas que resultaban posibles con esta integración, cuando más de cuarenta productos derivados de la caña y el azúcar eran factibles de obtenerse, desde etanol hasta alimentos para el ganado, tableros de bagazo, alcoholes, mieles, y mucho más.

En Cuba, a comienzos de los años ochenta, el régimen intentó una caricatura de este proceso de integración económica, con la creación de los así llamados “complejos agroindustriales azucareros” por instrucciones del Comandante en Jefe, y que no era más que colocar la administración de los centrales azucareros y de la producción de caña bajo la misma administración.

Para el visionario dictador en jefe, los problemas económicos y productivos se resuelven siempre con su voluntad y con ajustes administrativos. Nada más hace falta.

Como es natural, aquello no funcionó. Ni la producción azucarera fue más mayor ni más eficiente, ni tampoco lo fue la producción agrícola, aunque ahora sin la carga de la producción cañera; ni nunca se desarrolló realmente la producción de derivados.

Si no era la sequía era exceso de lluvia y las inundaciones provocadas por los huracanes, la escasez de mano de obra, de productos químicos y fertilizantes, o de combustible, o las demoras en el transporte, o las paralizaciones de los centrales por reparaciones: tanto la producción azucarera como la alimenticia mantuvieron su declive permanente, a pesar de los inagotables subsidios soviéticos.

Ese declive fue acelerado mucho más aún al lanzar el máximo líder en 1986 su respuesta a la eventual “perestroika” que ya se veía venir, el llamado “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”. Declive exacerbado todavía más tres años después, al comenzar a desaparecer los subsidios soviéticos y de Europa del este, y entrar Cuba en el macabro experimento de reconcentración weyleriana eufemísticamente llamado “período especial en tiempos de paz”.

La solución del régimen fue la propia y la característica de su extenso historial de fracaso económico permanente: comenzar un alocado proceso de desmantelar toda la industria azucarera, pues de pronto el máximo líder comprendió que la producción azucarera había sido “la ruina del país” legada por los colonialistas.

Se comenzó a “canibalear” los centrales para utilizar sus piezas y equipos como repuestos de otros centrales, a importar alimentos a crédito --de donde se pudiera-- pues no había dinero en efectivo, a restringir el consumo (solución recurrente), y se ordenó utilizar las tierras “sobrantes” de la producción cañera para producir alimentos.

La nomenklatura aplaudió: tenía que hacerlo, aunque no creyera el cuento, aunque buena parte de esos “cuadros” agropecuarios muy bien se lo puede haber creído realmente: en ese sector no están los sub-jerarcas más capacitados precisamente. En realidad, los precios del azúcar estaban demasiado deprimidos, y la zafra continuaba decreciendo continuamente: todo estaba de cabeza, era el desarrollo prometido, pero al revés.

Cuba ha tenido ahora, producto de esa “visión estratégica” del sátrapa, que importar azúcar del mercado mundial para consumo interno, mientras que China comunista vende azúcar que compró de Cuba en ese mismo mercado mundial: en lo que va del año 2006 ya ha vendido 1 millón 100 mil toneladas, aprovechando que los precios han mejorado temporalmente.

Ahora, hace dos días, y después de más de tres décadas de existencia con muy calificados investigadores y científicos, el Instituto Cubano de Investigación de Derivados de la Caña de Azúcar (ICIDCA), comienza a hablar del etanol y de un proyecto de desarrollo que requiere tres años, y que se calcula (porque no lo dijo así el régimen en su anuncio) que requeriría unos 100 millones de dólares de inversión, basado en triplicar la producción azucarera y desarrollar las refinerías y destilerías existentes, abandonadas a la abulia gubernamental durante muchos años.

Capacidad científica y de personal para acometer este proyecto no falta en Cuba, y el financiamiento podría obtenerse por una u otra vía: que se quiera comenzar con treinta años de retraso no es lo óptimo, pero mejor tarde que nunca.

El gran problema es y será el de siempre, el único gran e insoluble problema cubano: la dirección por caprichos y veleidades del gran caotizador en jefe. Ahora puede aceptar, o parecer que aprueba, este proyecto de “re-reconversión” de la industria azucarera, que de pronto ya no es la ruina, sino la esperanza del país. ¿Hasta cuándo?

El General Ulises Rosales del Toro, que era el jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en el momento de ser designado Ministro del Azúcar, porque el Comandante delegó en el hermano menor la “papa caliente” de la zafra, recibió entonces la misión de salvar con mano dura la zafra que el Comandante en Jefe estaba aniquilando año tras año; posteriormente, al no poder lograrlo, recibió la orden de arrasar con mano más dura aún la industria azucarera cubana, que de pronto comenzó a detestar el mismísimo Comandante en Jefe al darse cuenta de que no podía levantarla.

Y ahora, ¡oh, Macondo! recibe la orden de triplicarla para alcanzar los niveles de 1919, es decir, los niveles de la producción azucarera de los tiempos de “La Chambelona”, cuando otro general cubano y administrador azucarero, el entonces Presidente del país Mario García Menocal, era “el Mayoral” que venía “sonando el cuero”.

Misión imposible la del actual Ministro del Azúcar, a no ser que pueda recurrir al gitano Melquíades para que elabore en Macondo las estadísticas azucareras en el mismo hielo que parece preparar las de la Industria Alimenticia: porque no hay que olvidarse que en el presente año 2006 se pretendía duplicar la zafra del año anterior, con lo que debió haber llegado a los casi 2 millones y medio de toneladas, es decir, los niveles de 1912: peculiar concepto castrista del desarrollo económico.

¿Y que sucederá si los precios del azúcar ya no siguen subiendo más, o si comienzan a descender en el futuro cercano? Es puro surrealismo pretender imaginarse eso ahora mismo. Tanto hablar de planificación científica y de no tener que depender de continuos vaivenes del mercado, para apostar ahora a que el precio del azúcar siga subiendo o se mantenga alto: parece más seguro jugar a la lotería.

Si próximamente aparece en el periódico Granma que por acuerdo del Buró Político el Ministro del Azúcar es sustituido y pasa a otras funciones, no es noticia: la verdadera noticia sería triplicar la zafra azucarera cubana sin paralizar el país: el cáncer no se cura con aspirinas.

La producción de alimentos y la zafra cubana seguirán seguramente dando más pasos adelante, bajo la sabia dirección del Comandante en Jefe. Solo que, cuando se está al borde del abismo, un paso adelante no es recomendable. Ni siquiera en Macondo.

* Eugenio Yáñez, Dr. en Economía, politólogo, analista y especialista en la realidad cubana, durante 14 años fue Profesor de la Universidad de La Habana y el Instituto Superior de Dirección de la Economía. Ha publicado diversos libros y es coautor, junto a Juan Benemelis, de "Secreto de Estado. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro". Colabora habitualmente con La Nueva Cuba desde el 2005.