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General: En Miami tambien entierran a Martí
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: mfelix28  (Mensaje original) Enviado: 10/08/2006 21:56

Un poco antes de enterrar a Fidel, la gusanería quería enterrar a Martí.

Doble error, ni Fidel estaba muerto ni Marti morirá jamás en el corazón y la mente de un cubano, no lo cambio por sus Washington, Franklin ,Lincoln, todos juntos y pagandome la diferencia.

http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/world/cuba/15107161.htm

Enterrar a Martí

ALEJANDRO ARMENGOL

Creo que para los cubanos ha llegado la hora de enterrar a José Martí. No se trata de olvidarlo, sino de bajarlo del pedestal que sólo sirve de provecho a los arribistas de cualquier tendencia. Otorgarle el valor merecido a sus escritos y dejar que los críticos valoren sus versos --algunos brillantes, otros mediocres-- y los historiadores continúen analizando su papel en la fundación de la república cubana.

Es lamentable que en la formación de la nacionalidad se sobrevalore un cuerpo rector formado por frases brillantes, que forman un catecismo de fácil manipulación, propicio a todos los usos. Pensamientos en los que lo luminoso de la palabra dificulta encontrar lo efímero de su contenido. Lugares comunes que nos parecen únicos por lo ejemplar de la escritura.

Un ejemplo es una de las frases más repetidas de Nuestra América: ``Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio ¡es nuestro vino!''

Se trata de una exclamación lapidaria y funesta. A partir de ese momento, los incapaces y oportunistas --abundantes en Cuba y en el exilio-- han tenido su justificación garantizada.

Esta declaración apasionada contribuyó a la creación de un canon de miseria y chapucería donde lo autóctono se impuso sobre lo extranjero, no por su esencia, sino como una categoría moral falsa. No hay manifestación más clara, en el terreno político y cultural, que ese vanagloriarse de los errores mediante un nacionalismo agresivo e inculto. En el plano individual o ciudadano, se nos regaló la posibilidad de hacer mal las cosas y cerrarles la boca a los críticos.

Por supuesto que es tonto, además de injusto, el achacarle a Martí toda la chapucería que se acumula a lo largo de nuestra historia. Su pensamiento ha sido utilizado como un recurso más en la elaboración de patrañas y falsedades. Pero no reconocer que se trata de un código mal construido y peor aprovechado es cerrarle la puerta al análisis de un pensamiento que encierra conceptos caducos e ideales arcaicos junto a aspectos novedosos e ideas progresistas.

El artículo Nuestra América, ( faltaría más, en este retrata a la futura gusanería)al que se ha hecho referencia, es una buena muestra de esta necesidad de deslindar el valor de una prosa de belleza tentadora de la validez de un pensamiento apegado a su época, limitado a su momento.

Todo el discurso encierra dos o tres ideas básicas: la peculiaridad de América Latina frente a las potencias europeas y a un vecino poderoso como Estados Unidos; la elaboración de un pensamiento latinoamericano y la visión de un continente en marcha. La riqueza verbal supera los fundamentos ideológicos del texto y nos arrastra encantados, pero se hace necesario imponer una distancia saludable entre adjetivos y conceptos. Cuando saltamos la barrera del escritor extraordinario que lo creó, y queremos convertir algunas de estas frases en patrones de conducta, corremos un grave riesgo.

Al sacar el discurso del contexto en que fue formulado y lo transformamos en normas para la vida, caemos en el error no sólo de establecer códigos alejados de la realidad --cuya imposibilidad de cumplir descarta de inmediato cualquier valor práctico--, sino de adoptar criterios erróneos, sólo justificados por la sonoridad de la frase.

La república cubana no surge de la imaginación martiana, no nace sólo del escritor, sino es en parte consecuencia de su voluntad patriótica.

La nación ideal martiana no es más que la mistificación de varios de sus pensamientos --muchos valiosos, otros simplemente bonitos--, los cuales constituyen una obra abierta y víctima de todo tipo de tergiversaciones.

Esto no disminuye el valor de documentos como el Manifiesto de Montecristi y los discursos y cartas. Simplemente, a Martí no le dieron tiempo para contribuir a plasmar su ideal en una guía imperecedera y práctica, como es una constitución.

No hay manifestación más clara, en el plano político, de ese vanagloriarse de los errores del pasado y esa exaltación de la incapacidad más absoluta que el recurrir al ideario martiano.

Parte de la genialidad de Martí radica en agrupar en una sola persona al pensador y al hombre de acción. Pero esa grandeza es a la vez su tragedia: muere como soldado, en una lucha no sólo por la libertad de Cuba sino para evitar que los militares se adueñen del poder. Lo que los generales y coroneles lograron antes, un comandante hizo definitivo.

Junto a este afán de partero, la audacia innovadora y la temeridad que van a servir de excusa a los aprovechados.

Librarse del apostolado martiano es un gesto de independencia necesaria. Un país no se fundamenta sobre el ideal exaltado de un poeta.

No, gusanazo, no,  si quieres lo fundamos sobre el dolar

Martí no escribió para tí, escribió para los habitantes de Nuestra America, y Miami no entra en esa región, sigue el "pensamiento" de los Bush, padre, hijo y hermano y no vuelvas a tocar a Martí.

¡Solavaya!

aarmengol@herald.com



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: mfelix28 Enviado: 12/08/2006 10:40

Un interesante debate se ha producido en el seno de la comunidad cubana que reside en esa ciudad, a partir de la publicación en la bitácora digital de un periodista del "Nuevo Herald" llamado Alejandro Armengol, el mismo que recientemente hiciese un llamado a "enterrar a Martí", de una foto donde un activista de la contrarrevolución porta una pancarta con un mapa de la Isla y un texto bastante escueto: "Havami: el estado 51 de la Unión Americana". Armengol, como quien lanza un globo sonda, se limitó en esta ocasión a publicar la foto bajo el título de "Lo que nunca falta", a sabiendas de que esto no es noticia para la gente de Miami.

Más de 30 comentarios provocó aquel alarde anexionista, 27 de ellos indignados contra quienes no sean capaces de reconocer, en voz alta y a plena luz del día, que el futuro de Cuba pasa por su supuesta ineludible incorporación a los Estados Unidos, y que la única preocupación radica en cómo negociar con los norteamericanos los términos de la transacción.

El espectro de las justificaciones de quienes no confían en el futuro de una Cuba libre, independiente y soberana va, desde una incultura ingenua, hasta lo canallesco. Algunos argumentos son muy ilustrativos:

"En un mundo que pierde sus fronteras, la idea de ver a Cuba formando parte de México, Estados Unidos y Canadá, me seduce. Prefiero ver a mi pueblo hablando inglés, que sufriendo por más tiempo..." (Alguien que firma como "Elpidio Valdés").

"... El capitalismo es preferible al comunismo, y si los americanos quieren ayudarnos a levantar cabeza, que bien venga, ¿por qué no?... Cuba sola no puede con todo lo que supone un cambio: ni cultural ni económicamente está preparada..." (Una tal "Y en Cuba").

"Cuba debería incorporarse al estado 51 de USA, ya que el futuro del país no se ve muy prometedor con los cubanos inexpertos que tratan de llevar a la isla en una dirección distinta... No tienen la experiencia que se necesita para guiar una economía fructífera y próspera..." (Alguien que prefirió guardar el anonimato).

"Creo que es tiempo de que los cubanos olviden todo el sentimentalismo patriótico... y disfruten de un sistema próspero y abierto como el de USA..." (Otro anónimo).

"Dejen de ser ignorantes y sentimentales y enfrenten la realidad: sin la ayuda de USA Cuba nunca llegará a nada..." (Un anónimo más).

"Si Cuba se convirtiera en el estado 51 de la Unión, deberían (los cubanos) darse con una piedra en el pecho y brincar de alegría, ya que solos nunca llegarán a nada" (Otro).

Para cerrar con broche de oro el aquelarre de esta anexión, anunciada y tan fervientemente anhelada por los restos y retoños posmodernos de la burguesía cubana derrotada, remedio final a todas las inseguridades futuras y mecanismo reputado como infalible para conjurar definitivamente los peligros revolucionarios de estallidos cíclicos en una hipotética Cuba, donde se hubiese logrado la restauración capitalista, desde Madrid nos llegan las palabras de Eduardo Aguirre, ilustre Embajador de origen cubano del gobierno de los Estados Unidos en España:

"Ningún país se debe inmiscuir en los asuntos internos de la isla", ha proclamado el señor Embajador, representante de la misma potencia que acaba de anunciar al mundo su segundo plan para destruir el orden institucional en Cuba y derrocar a sus autoridades, apelando a cualquier método, sin excluir el magnicidio, los actos de terrorismo, el recrudecimiento del bloqueo o una invasión militar directa; el mismo que paga desde hace un par de años a un funcionario de alto rango en el Departamento de Estado para que se presente como el futuro virrey de una isla ocupada por los marines.

Las palabras del Sr. Embajador Aguirre son más rufianescas, si cabe, que las de aquellos que abogan abiertamente en una esquina de Miami por liquidar, a precio de remate, la soberanía nacional como ofrenda ante el altar del yanki: son las del representante de un gobierno que ya considera a Cuba como un estado de la federación americana, y en consecuencia, no admite que nadie intervenga en sus asuntos domésticos, en la definición del futuro que reserva a la nueva colonia con la que sueña desde el siglo XIX, y que da por rendida a sus pies.

A finales de ese mismo siglo regresó fugazmente a la Isla un decrépito José Ignacio Rodríguez, propagandista solapado del anexionismo tardío, fundador de la estirpe autoproclamada de los "cubano-americanos", enemigo encubierto de Martí y de los independentistas, aliado oportunista de las mermadas filas del autonomismo descolocado, tras la retirada española y el inicio de la ocupación norteamericana. Soñando con levantar el ideal anexionista entre los cubanos y aprovechar la protección de las bayonetas norteñas, aquel solemne ignorante en cuestiones de su patria natal hizo lo indecible, hasta niveles indecorosos, por ser escuchado y tenido en cuenta: regresó a los Estados Unidos en completa derrota, lleno de amargura y resentimiento, convencido de que los cubanos no merecían el futuro prometido ni aceptaban enajenar su suelo. No tardó en morir en el más completo olvido.

Comparado con lo que se oye por estos días en Miami, entre las filas de una burguesía que aspira a ser eternamente feliz, entrando a saco a expoliar el país y someter a la más feroz explotación capitalista a sus conciudadanos, para lo cual está dispuesta a aplicar la eutanasia forzosa a la nación y liquidar su historia y su cultura para siempre, José Ignacio Rodríguez debería ser exaltado al panteón de los patriotas inolvidables o de los precursores inofensivos.

Pero hoy, al igual que hace más de un siglo, algunos cometen el mismo error, el de ignorar al pueblo cubano verdadero. No en vano este ha demostrado a través de su accidentada historia, una y otra vez, que quiere seguir siendo cubano y que está dispuesto a cualquier sacrificio por su soberanía e independencia.

Un buen recordatorio para los que se empeñan, a la sombra de quien creen el más fuerte, en querernos mudar a la fuerza para Havami, la ciudad perdida de José Ignacio Rodríguez, la Disneylandia de utilería en la que una burguesía cubana de mentiritas se toparía, siempre inevitablemente, con el pueblo y la Revolución cubana de verdad.

Tan cubana como las palmas.

http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/siempre_con_fidel/art-035.html

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