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De: Rene Gomes  (Mensaje original) Enviado: 27/04/2010 15:42

``Cada día somos la misma cosa'', fue la frase que usó Raúl Castro para despedirse este miércoles, en Caracas, de Hugo Chávez.

Hace poco más de medio siglo Cuba exportaba azúcar, tabaco, ron y algo de níquel, que había que procesar, por cierto, en Missouri.

Desde mucho antes, el intercambio entre derechos y deberes cuidadanos transcurría en aquella isla cosmopolita al amparo de presidentes más o menos coloridos, de quienes se burlaba el pueblo con slogans como ese que rezaba: ``¿Hasta cuándo van a ser pollos los gallos de Menocal?'' o que eran sujeto de burlas, como cuando la picardía habanera bautizó a la fuente de Grau San Martín como ``el bidet de Paulina''. Grau es recordado en la historia más como el arquitecto de una palangana gigante con pitorro para facilitar la higiene femenina que como el protegido de Fulgencio Batista. Sí, ese mismo, el militar que se mantuvo en la sombra hasta que organizó un golpe de Estado en 1952.

¡Qué tiempos aquellos! ¡Indignarse, coser banderas, esconder armas, conspirar! El sacrificio, la muerte, todo era válido para preservar la lenta marcha de la sociedad civil en Cuba. Y es que íbamos despacio pero despegando como república, cuando ese parejero militar lo echó todo a perder: según cuenta la historia, que siempre es contada por los vencedores, Batista no le gustaba a nadie.

La sociedad cubana se puso en pie de guerra. Entiéndase, la sociedad cubana ilustrada, que la había y que era su clase media, con hijos estudiando ``a pupilo'' en Europa y en América. La juventud se movilizó contra Batista. El pobre no tenía un solo seguidor entre los estudiantes, la vanguardia intelectual y algunos plutócratas. Cuenta la leyenda que es porque era mulato. El caso es que el descontento, la ignorancia política y la típica vagancia caribeña, auspiciaron la creación de un caudillo que le dio a beber a Batista tres tazas de su propio caldo: Fidel Castro.

Fidel Castro llegó al poder gracias precisamente a un hábito extendido en Latinoamérica: los golpes de Estado. Y Cuba entera le confió el destino a otro golpista, tal vez con más carisma, más rubicundo, tal vez, que Batista. Sólo habían pasado 7 años y los cubanos aplaudían a quien había imitado al individuo a quien tanto repudiaban: un golpe de Estado.

Los pueblos tienen la memoria muy corta. Debe ser por eso mismo que Raúl Castro pudo afirmar tajantemente en Venezuela: ``Cada día somos la misma cosa''. Y es que con las glorias se olvidan las memorias, pero quien indaga un poco recuerda que Hugo Chávez fue también un golpista. Chávez se dio el lujo de fallar en un primer intento, pero ni se quitó el uniforme para volver a la carga política.

ay tanto parecido entre Venezuela y Cuba, que da lástima. Da lástima que en pleno siglo XXI una de las formas más arcaicas de hacerse del poder haya triunfado y que una fórmula tan sencilla sea la clave del éxito para convertir democracias defectuosas en mayestáticas tiranías.

Como cubana, me siento culpable por saber, sin poder hacer nada para impedirlo, lo que le espera a tanto venezolano. He aprendido una sola lección en este medio siglo: cuando un jefe de Estado que haya sido golpista pronuncie la consigna ``Patria o Muerte'', huiré despavorida en busca de un lugar donde la dencencia y el amor hagan nido y nadie pueda convencerme de vivir en una sociedad muerta donde la historia se repite como una incorregible pesadilla.



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