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General: La guerra persuasiva
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: residente  (Mensaje original) Enviado: 23/03/2011 22:23
La guerra persuasiva
De Edurne Uriarte (el 22/03/2011 a las 15:52:30, en Guerra)

Al concepto de guerra preventiva habrá que añadir a partir de ahora el de la guerra persuasiva. Léase, aquella que pretende detener las masacres de un dictador sin echar del poder a tal dictador. Por convencimiento del propio dictador de la inconveniencia de su mala conducta.

 

Lo ha dicho Zapatero en el Congreso:

 

La Resolución 1973 no pretendía ni pretende la expulsión del coronel Gadafi del Gobierno de Libia. Su objetivo era advertir al coronel Gadafi y a las autoridades libias de que dejase de usar las armas contra su pueblo, de que si no lo hacía así, la comunidad internacional estaba dispuesta a usar la fuerza para poner fin a los asesinatos de su pueblo”.

 

Una vez de que se convenza, por tanto, e independientemente de los asesinatos ya cometidos y de los soldados aliados muertos en la misión, Gadafi podrá seguir reprimiendo as usual.


http://www.abc.es/blogs/edurne-uriarte/public/post/la-guerra-persuasiva-8396.asp
 
 
Un joven libio luce la antigua bandera tricolor libia, símbolo de los rebeldes, durante una protesta contra las fuerzas fieles a Gadafi. Efe

¿Por qué la guerra de Libia (no/sí) es como la guerra de Iraq?

20:05 (23-03-2011) | 4

En el asunto de mayor actualidad en este momento, la intervención en Libia, se repiten, modificados, los argumentos que se emplearon para Kosovo o Irak, y la única diferencia apreciable es que los que se oponían a unos y defendían otros lo hacían, más que nada, por la filiación de los protagonistas más que por principios generales.

Carlos Esteban.

El problema de los debates que proliferan por todas partes es que casi siempre se convierten en diálogo de sordos, no por mala fe de ninguna de las partes, sino porque nunca se discuten las premisas de los que debaten. Y ahí es donde están las diferencias irreconciliables. En el asunto de mayor actualidad en este momento, la intervención en Libia, se repiten, modificados, los argumentos que se emplearon para Kosovo o Irak, y la única diferencia apreciable es que los que se oponían a unos y defendían otros lo hacían, más que nada, por la filiación de los protagonistas más que por principios generales.

Es decir, que quienes se oponían a Irak y defienden Libia -o al revés- lo hacen porque sospechan de los motivos de uno o confían en las motivaciones de los otros, pero casi siempre parten de los mismos prejuicios intervencionistas que trataré de desmontar aquí. Son los siguientes:

1. Todos los problemas humanos tienen una solución clara, sencilla, rápida, aplicable y que no produzca problemas peores que el que se va a solucionar. Nada más lejos de la realidad, y la historia ya debería habernos despertado de este sueño hace años. Por citar uno: la muerte. Es un problema considerable, en opinión de casi todos, pero lo más que hemos conseguido es retrasarla en determinadas zonas del mundo para determinada clase de personas, nada más. Y hemos empezado por un problema sencillo; la mayoría de los conflictos que nos ocupan son enormemente complejos, con una abrumadora carga de historia, condiciones geográficas, creencias y presupuestos culturales.

En el caso libio, el problema, se dice, es que Gadafi es un tirano que está masacrando a su pueblo. Pero si uno mira más de cerca -algo que los maniqueos geopolíticos se tienen prohibido-, la cosa es algo más compleja. Para empezar, Gadafi fue en su momento 'la solución' a una monarquía títere y corrupta, la de la dinastía Sanusi encarnada en Idris I, lo que demuestra que las soluciones tienen una endiablada tendencia a convertirse en un nuevo y peor problema; también Fidel fue la solución a Batista, y como tal fue saludado en su día. Por otra parte, Gadafi no se ha puesto a 'masacrar a su pueblo' porque le diera el punto, sino porque en el este se produjo un levantamiento en toda regla, y todavía está por nacer el líder -democrático o no- que responda con la no violencia a una rebelión. Sé que muchos partidarios de la intervención se empeñan en colar de vez en cuando la palabra 'manifestantes' o similares para hablar de los rebeldes, y de asociarlos mentalmente a los egipcios de Tahrir, pero yo no sé si unos tipos con lanzagranadas pueden considerarse meros 'manifestantes'. Y esto nos lleva al error siguiente.

2. En todos los conflictos hay un bando 'bueno' y un bando 'malo'. A lo más, uno de los bandos tiene reivindicaciones marginalmente más legítimas que el otro, pero en todas partes cuecen habas y la gran lucha entre el bien y el mal, como recordó en su día Solzhenitsin, atraviesa el corazón de cada ser humano. Por lo demás, en estos casos casi siempre se trata de luchas por el poder, y el que desea el poder rara vez es sencillamente 'bueno'.
Caso libio: Gadafi es Gadafi, conocido malvado (por temporadas, naturalmente). Pero, ¿y los otros? Estamos apoyando un bando, los 'rebeldes', de los que no sabemos prácticamente nada y, por tanto, nada nos asegura que su régimen no vaya a ser Gadafi al cuadrado.

Y lo que sabemos de ellos no es, precisamente, tranquilizador. El Consejo Nacional Libio, que Francia ha reconocido como gobierno legítimo y que, más o menos, es el que parte el bacalao en el este, está formado por 33 miembros, de los que sólo conocemos a nueve. Entre ellos, ocupando los primeros puestos, están el ex ministro de Justicia de Gadafi (a quien el dictador llamaba 'hermano' hasta hace nada), su ministro del Interior (con lo que es un Ministerio del Interior en un régimen despótico) y el embajador en la India. Es decir, el mismo régimen de Gadafi, pero sin Gadafi.

En cuanto a la masa, sabemos aún menos. Libia carece de eso que llamamos 'sociedad civil', no digamos instituciones políticas. No hay nada. Lo único que vertebra el país hoy, como hace cientos de años, son las tribus. Y, más allá, el islamismo radical, única fuerza con capacidad para llenar el vacío. En resumen, en Libia corremos el mismo riesgo que en Kosovo: aliarnos con una chusma mil veces más terrible que el régimen derrotado.

3. En caso de duda, el bando que va perdiendo es siempre el bueno. Aquí sí estamos ante un reflejo condicionado de primera, automático. Hay algo en el occidental que le impulsa a alinearse automáticamente con la parte más débil; a pensar que, sólo por ser débil, tiene razón. El argumento no resiste el menor análisis, y nunca se nos ocurriría aplicarlo a nuestras sociedades, dando el poder al partido menos votado en las elecciones.

4. El sistema que Occidente ha tardado miles de años en desarrollar, adaptado a sus muy peculiares circunstancias y necesidades, es de valor universal y perfectamente aplicable en todos sus detalles a cualquier sociedad. O, como se dijo irónicamente durante la invasión iraquí, “debajo de la chilaba del último pastor chií se esconde un muchachote de Wisconsin que sólo anhela trabajar para General Motors y comerse una hamburguesa”.

La falacia tiene dos partes. La primera es la cuestión de la preparación, el tiempo y la oportunidad. Pensemos, por ejemplo, en algo en lo que todos podamos estar (instintivamente) de acuerdo como la prohibición del trabajo infantil. Olvidamos con absoluta frivolidad que Occidente no prohibió el trabajo remunerado de los niños hasta ayer por la tarde, como quien dice; es decir, exactamente hasta que pudo permitírselo. La imagen mental que tenemos es que, al prohibir que los niños vayan a la fábrica, las criaturas irán felices a la escuela y se prepararán para ser los ciudadanos productivos y libres del mañana. Pero eso requiere que exista capital para crear esas escuelas gratuitas y una situación familiar en la que prescindir de un sueldo no aboque al hambre. Cuando se dieron estas dos condiciones se prohibió el trabajo infantil, ni un minuto antes.

En cuanto a la segunda, somos incapaces de determinar qué parte de nuestro modelo responde a un ansia genuinamente universal y qué elementos son meros accesorios heredados de nuestra muy particular tradición, adaptados a nuestras muy particulares necesidades. Por ejemplo, la libertad es un ansia universal, humana; y puedo incluso admitir que la democracia sea, en última instancia, un modelo de gobierno excepcionalmente apto para regir las sociedades humanas. Pero, ¿los partidos?; ¿el sistema bicameral?; ¿elecciones cada cuatro años? ¿Ministros de Interior, de Sanidad, de Medio Ambiente?

En África proliferan las sociedades tribales, sin conciencia de Estado alguna. Prácticamente todas han derivado a sistemas dictatoriales mejor o peor disfrazados. Pero es que el resultado no puede ser otro. Nacer en una sociedad tribal significa que tu sistema de valores, el juicio que haces de ti mismo y de los demás, depende de tu lealtad a tu tribu. Un hombre bueno es el que hace prosperar su tribu; un hombre malo, el que la avergüenza o perjudica.

¿Cómo afecta eso a un modelo democrático? Sencillo: las elecciones estarán determinadas por las tribus, no por los partidos (que no significan nada para esta mentalidad). Ganará las elecciones, por tanto, la tribu más numerosa y su representante, llegado al poder, se ocupará de lo que considera su obligación primaria, es decir, favorecer en todo a su tribu, poniendo a su disposición la terrible maquinaria estatal: Hacienda, ejército, policía, política exterior... Este fue el caso de Somalia. La violencia somalí alcanza siempre su punto más alto cuando se va a formar gobierno, porque las tribus perdedoras intentan como sea que su rival no consiga el poder, y remite cuando el gobierno se hunde. Que alguien me explique cómo se resuelve este dilema.

5. Cuanto más fuerte militarmente sea una nación, más preternaturalmente preparada está para acertar con la solución de problemas en otros países, aunque la población de dicha superpotencia sea incapaz de localizar el citado país en un mapa e ignore por completo la historia, cultura y creencias del mismo. Siendo Estados Unidos una democracia, se presume que no es Obama (o Clinton, o Bush) quien entra en determinada guerra, sino el país en su conjunto. Y la ignorancia del norteamericano sobre los países en los que interviene es absoluta. Incluso a niveles altos, McCain, que pudo haber sido presidente, confundía chiíes y suníes en Irak cuando ya llevaban las tropas ocupando el país una década. A nivel más bajo, estamos hablando de una población incapaz de localizar en un mapa mudo los países que bombardean.

La fuerza militar -las bombas, los ataques con tropas- es una herramienta polivalente, a modo de navaja suiza, capaz de arreglar cualquier problema social, por complejo que sea y enquistado que esté. Esta quizá sea la mayor de los falacias, y la de consecuencias más trágicas.

Incluso la más legítima de las guerras, con los objetivos más claros y la estrategia más 'quirúrgica', no deja de consistir en destruir cosas y matar gente. Lo primero destruye las infraestructura y riqueza de un país que, para empezar, ya tiene pocas y cuya carencia suele ser, precisamente, uno de los problemas que le aquejan.
En cuanto a matar gente, cada muerte tiende a engendrar una red de resentimientos y deseos de venganza que tarde o temprano se traducen en nuevos conflictos. Otro de los efectos observados (obvios, salvo para los cegados por apriorismos geopolíticos absurdos) es que a la gente no le gusta que les liberen a bombazos, y es común que un líder despreciado en el país vea subir su popularidad después de una invasión. Los libios pueden -o no- desear como pueblo quitarse a Gadafi de encima. Pero quieren hacerlo ellos. El ejército napoleónico trajo muchos avances institucionales y de filosofía política a una España atrasada y, de hecho, las élites de nuestro país estaban integradas casi exclusivamente por afrancesados. Para alguien que no conozca el corazón humano, la invasión podría haberse visto como una bendición. Pero creo que todos conocen el final de esta historia.

En el caso que nos ocupa, lo limitado del mandato inicial -garantizar una zona de exclusión aérea- no ha hecho más que agravar la guerra civil, a punto de concluir con la toma de Bengasi por las tropas de Gadafi, sin que el fin del tirano pueda verse en el horizonte. A los que aseguran que lo peor sería que hubiera ganado Gadafi, pregunto: ¿de verdad creen que la situación es mejor en una guerra civil? ¿por qué ahora es inaceptable mantener un régimen que hemos tolerado sin problemas durante 42 años?

Naturalmente, Occidente ya está implicado y no va a aceptar la derrota. Con lo que las prudentes limitaciones que se ha autoimpuesto inicialmente desaparecerán y la guerra acabará evolucionando con todas las atrocidades y matanzas de siempre.

6. Ser fuerte es ser bueno, y cuando se interviene se hace siempre con los objetivos más altruistas y desinteresados posibles. La guerra es terriblemente cara, tanto en costes directos como indirectos (reconstrucción) y las bajas humanas 'pesan' siempre en la conciencia electoral del país invasor. Por eso, incluso cuando se trate de líderes especialmente morales -una especie cuasi mitológica-, la guerra se hace, en el mejor de los casos, combinando excusas humanitarias con intereses geopolíticos y económicos. Esto queda especialmente claro cuando se medita en por qué es intolerable que Gadafi se defienda de una agresión mientras que es perdonable que el rey de Bahréin reprima a su pueblo con ayuda de tropas saudíes; o qué hace inaceptable la falta de democracia en Libia y perfectamente legítima su ausencia en Arabia Saudí.


http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/opinion/que-guerra-libia-nosi-como-guerra-iraq-20110323

 


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