Lecciones de la Trinidad para la vida cotidiana

Aunque la palabra “Trinidad” no se encuentra mencionada en la Biblia, fue formulada como
doctrina cristiana ortodoxa en los primeros siglos de la iglesia, de acuerdo con las palabras
de Cristo y la enseñanza de los apóstoles. En otras palabras, nuestro  Salvador, como también
los líderes que Él ungió para pastorear a su iglesia, creían que la Trinidad tenía
una importancia fundamental. Pero, ¿por qué razón?

Una de las razones tiene que ver con una comprensión adecuada de cada Persona en la Trinidad
como Dios, y la reverencia a todas ellas. Creer realmente, por ejemplo, que Cristo siguió siendo
plenamente Dios durante su tormento y crucifixión, es aceptar el gran amor que Dios tiene por nosotros.

Esa es una transformadora y conmovedora verdad, y no es la única. Al reflexionar más profundamente
en la Trinidad, encontramos una lección en cuanto al amor, que se aplica a nuestra vida cotidiana.

Pensemos en esto: La Trinidad es un solo Dios, formado por tres Personas distintas que comparten
una sola esencia y viven en una perfecta comunión. Esta indivisible comunión ha existido desde
antes de los siglos, y las Personas de la Deidad no necesitan nada del hombre. En ellas hay paz,
afinidad y amor eternos. Sin embargo, inexplicablemente, Dios creó al hombre, y por gracia lo invita
a participar en esta comunión —por medio de la encarnación, la muerte y la resurrección del Hijo—
por toda la eternidad (2 P 1.4).

No podemos dejar de preguntar: “¿Por qué? ¿Es porque Dios estaba, de alguna manera, solo, o
incompleto sin nosotros?” No, porque Él no está solo: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo,
habitando juntos en armonía.

“¿Estaba Dios aburrido? ¿Necesitaba que alguien se inclinara delante de Él para satisfacer su ego?”
Por supuesto que no; esos son deseos y emociones humanas.

La ineludible e inexplicable realidad es que esta perfecta comunidad, que es nuestro Dios, nos invita
a unirnos con las Personas de la Trinidad, por un amor puro, abrumador e inmerecido. Las personas
como usted y yo, somos invitadas al banquete celestial por la gran misericordia de Dios. Todo esto
es más de lo que podemos imaginar; pero, ¿qué tiene que ver con la vida cotidiana?

Cristo nos dice que el primero y grande mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt 22.37). Y añade: “Y el segundo es semejante: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo”.

No sé qué pensará usted, pero mi prójimo no se parece a Dios. Entonces, ¿cómo puede el mandamiento
de amar a mi prójimo ser como el mandamiento de amar a Dios?

No se trata de que Dios y mi prójimo sean semejantes, sino de que en cada caso soy llamado a dejar
de pensar en mí para pensar en el otro. Así como la Trinidad se compone de Personas que se honran,
se exaltan y se aman mutuamente, usted y yo estamos llamados a vivir para, con y hacia otros.

Imaginemos un lugar —o una iglesia— donde todos vivieran de esta manera.

Imaginemos la bendición diaria que sería vivir en una comunidad donde cualquiera de nuestros
hermanos en la fe proveyera para nuestras necesidades, y más que eso, estuviera dispuesto a morir en
nuestro lugar para salvar nuestras vidas.

Imaginemos la dicha de sentir ese amor tan grande y estar dispuestos a dar nuestra propia vida por
cualquiera de nuestros hermanos. Imaginemos el poder mirar a la izquierda y a la derecha del banco
de la iglesia y no recordar ningún agravio de parte de algún hermano.

Para tantos creyentes que nos observan, la vida cristiana es una dura autonegación, y la Trinidad es
una especie de invención mítica y complicada. Pero la Trinidad le señala el camino a cada cristiano
en cuanto al tipo de comunidad que estamos llamados a encarnar: todos honrándonos unos a otros,
uniendo nuestras voluntades en perfecta afinidad con nuestro Padre en el cielo, y trabajando en amor
por la salvación de cada oveja perdida —incluso hasta el punto de la muerte.

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de
ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17.20, 21). Hemos sido llamados a la
comunión con el Dios Trino, y por tanto a la comunión unos con otros, para que el mundo pueda ver y
desear el reino de los cielos. Si eso no es importante para la vida cotidiana del cristiano, entonces,
¿qué es?

por Tony Woodlief

Somos siervas de Dios que trabajamos por la
restauración integral  del Cuerpo de Cristo y  especialmente
en la restauración de la mujer en todas las áreas