Salmo 37:24
Iglesia Nueva Vida | Av. Cabildo 3546
Pastor Edgardo Eliseiry

David era un buen amigo de Dios y Dios lo era también de él. ¡Y como para no serlo! si habían compartido tantos momentos juntos. El camino que llevó al joven pastor del rebaño familiar hasta el trono de Israel, estuvo plagado de todo tipo de peligros y acechanzas. Sufrió el odio criminal del propio rey Saúl, padeció la persecución de todo su ejército, se vio amenazado y acorralado infinidad de veces y, aún, tuvo que soportar la conspiración que contra su vida tejió su propio hijo Absalón. Y ni que hablar de todos los enemigos, entre ellos el gigante filisteo Goliat, a los cuales debió hacer frente en tantos combates. Una vida tan intensa supo de instantes de gloria pero también de profundos valles de soledad y agobio. Y siempre pudo disfrutar del amor que Dios le dispensaba. Allí, entre sus brazos protectores, encontraba el alivio, el consuelo y las fuerzas que muchas veces le abandonaron. Compartir esos momentos de íntima amistad fue, que duda cabe, el secreto de su éxito, éxito por otra parte, que él jamás se lo atribuyó a su propia capacidad, sino que siempre reconoció la mano de Dios en sus victorias. Nadie mejor entonces, que el mismo David, para declarar lo que en este salmo hemos leído. La mano poderosa de Dios es la que sostendrá a cada uno de sus hijos en los momentos cruciales de la vida.

La vida de estos tiempos se caracteriza por un autismo de las emociones humanas tan intenso, que las personas se aíslan dentro de sí mismas, como si se escondieran dentro de un caparazón imaginario en donde se sienten seguras y a salvo de la agresión de los demás. Así las cosas, difícilmente se pueda encontrar en el prójimo una mano solidaria.

Amigo de las mejores palabras, te animo con todo entusiasmo a que abras tu corazón y recibas con fe a Jesucristo como Salvador de tu alma. Podrás caer mil veces que mil veces su mano de poder habrá de levantarte. Dios nunca te abandonará, y nadie te quitará de su lado