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RINCÓN LITERARIO: ALAS ROTAS. CAPITULO VI
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De: UNA MAS DE MONTERREY  (Mensaje original) Enviado: 17/09/2009 09:06

ALAS ROTAS (1912)

GIBRAN KHALIL

Revisado por: Carlos J. J

                                           

CAPITULO VI

EL LAGO DE FUEGO

 

Todo lo que hace el hombre secretamente en la oscuridad de la noche será revelado claramente a la luz del día. Las palabras que se pronuncian en privado se convertirán inesperada mente en conversación común. Los actos que hoy escondemos en los rincones de nuestra casa mañana serán pregonados en cada calle.

Así los fantasmas de la oscuridad revelaron el propósito de la entrevista del obispo Bulos Galib con Farris Efendi Karamy, y la conversación que sostuvieron fue repitiéndose por todo el vecindario, hasta que llegó a mis oídos.

La discusión que tuvo lugar aquella noche entre el obispo Bulos Galib y Farris Efendi no fue acerca de los problemas de los pobres, de las viudas y de los huérfanos. El propósito principal de mandar llamar a Farris Efendi y de llevarlo en el coche del obispo fue pedir la mano de Selma para el sobrino del obispo, Mansour Bey Galib.

Selma era la única hija del acaudalado Farris Efendi, y la elección del obispo recayó en Selma, no por su belleza y su noble espíritu, sino por el dinero de su padre, que garantizaba a Mansour Bey una gran fortuna y haría de él un hombre importante.

Los jefes religiosos del cercano Oriente no se conformaban con su propia opulencia, sino que tratan de que todos los miembros de sus familias tengan posiciones de dominio y formen parte de la clase opresora. La gloria de un príncipe se transmite por herencia a su primogénito, pero la exaltación de un jefe religioso debe ser como un contagio entre sus hermanos y sobrinos. Así, los obispos cristianos, los imanes mahometanos y los sacerdotes brahmanes se convierten en pulpos que atrapan a sus presas con muchos tentáculos, y succionan su sangre con muchas bocas.

Cuando el obispo pidió la mano de Selma para su sobrino, la única respuesta que recibió del anciano fue un profundo silencio, y amargas lágrimas, pues le dolía perder a su hija única. El alma de cualquier hombre tiembla cuando se lo separa de su hija única, a la que ha criado amorosamente y que ya se ha convertido en joven hermosa.

La tristeza de los padres cuando se casa una hija es igual a su felicidad cuando se casa un hijo, porque un hijo aporta a la familia un nuevo miembro, mientras que una hija, al casarse se aleja de la familia.

Farris Efendi tuvo que plegarse a la petición del obispo, aunque con renuncia, porque Farris Efendi sabía muy bien que el sobrino del obispo era un hombre peligroso, lleno de odio, malvado y corrompido.

En el Líbano, ningún cristiano puede oponerse a la voluntad de su obispo sin perder su buena fama. Ningún hombre puede desobedecer a su jefe religioso sin perder su buena reputación. El ojo no podría resistirse a la amenaza de una lanza sin recibir cruel herida, y la mano que empuñara la espada contra el jefe espiritual sería arrancada del brazo.

Supongamos que Farris Efendi se hubiera opuesto a la voluntad del obispo y que no hubiera obedecido a su deseo; la reputación de Selma se habría enlodado y su nombre habría corrido de boca en boca, irreparablemente sucio. Porque, para la zorra, los racimos de uvas que están demasiado altos están verdes y no son apetecibles.

De esta manera, el destino hizo presa de Selma y la condujo, como a una humillada esclava, a la numerosa procesión de las sufridas mujeres orientales, y así cayó ese noble espíritu en la trampa, después de haber volado libremente con las blancas alas del amor, bajo un cielo nimbado de luz de luna y aromatizado con la esencia de las flores.

En algunos países, la riqueza de los padres es una fuente de sufrimientos para los hijos. El fuerte y pesado cofre que el padre y la madre han utilizado como garantía de seguridad y de riqueza llega a ser una estrecha y oscura prisión para las almas de sus herederos. El todopoderoso Dinar, la moneda a la que la gente rinde culto, llega a ser un demonio que castiga el espíritu y aniquila a los corazones. Selma Karamy fue una de esas víctimas de la riqueza de sus padres y de la voracidad de su prometido. Si no hubiera sido por la riqueza de su padre, Selma viviría aún, sana y feliz.

Transcurrió una semana. El amor de Selma era mi único pensamiento, que por la noche me cantaba canciones, y que me despertaba al alba para revelarme el misterio de la vida y los secretos de la Naturaleza. Un amor como el que yo le tenía a Selma es un amor celestial, desprovisto de celos, rico, y que nunca hace daño al espíritu. Es una profunda afinidad que sumerge al alma en una fuente de alegría; es un gran hambre de afecto y ternura que, cuando se satisface, llena el alma de bondad y riqueza; es una ternura que crea esperanza sin agitar el alma, transformando la tierra en paraíso y la vida en un dulce y hermoso sueño. Por las mañanas, cuando caminaba yo por los campos, veía un signo de la Eternidad en el despertar de la Naturaleza, y al sentarme en la playa escuchaba yo las olas, entonando el cántico de la Eternidad. Y la Eternidad. Y al caminar por las calles veía la belleza de la vida y el esplendor de la humanidad, en la apariencia de los transeúntes y en los movimientos de los trabajadores.

Aquellos días pasaron como fantasmas y desaparecieron como nubes, y pronto no dejarían en mí sino tristes recuerdos. Los ojos con los que solía yo mirar la belleza de la primavera y el despertar de la Naturaleza ya no podían ver sino la furia de la tempestad y la miseria del invierno. Mis oídos, que antes oían con agrado el canto de las olas, ya sólo oían el ulular del viento y el embate del mar contra los acantilados. El alma que antes observaba feliz el vigor incansable de la humanidad y la gloria del Universo, sentía la tortura del conocimiento de su decepción y frustración. Nada había sido más hermoso que aquellos días de amor, y nada era más amargo que aquellas horribles noches de tristeza.

Un fin de semana, no pudiendo ya contenerme, me dirigí una vez más a la casa de Selma, al santuario que la Belleza había erigido y que el Amor había colmado de bendiciones, en la que el espíritu podía rendir culto y el corazón podía arrodillarse humildemente, y orar. Al entrar nuevamente en el jardín, sentí que un poder ignoto me sacaba de este mundo y me colocaba en una esfera sobrenatural, liberada de la lucha y de las penalidades. Como un místico que recibiera una revelación celestial, me vi a mí mismo entre los- árboles y las flores, y al aproximarme a la casa vi a Selma sentada en un banco a la sombra del jazmín, donde habíamos estado juntos hacía una semana, aquella noche que la Providencia había elegido para que nacieran al unísono mi felicidad y mi tristeza.

Mi amada no hizo ningún movimiento, ni habló, al acercarme a ella. Parecía saber intuitivamente que iba yo a llegar y al sentarme a su lado, me miró un momento y exhaló un profundo suspiro; luego, volvió la cabeza y miró hacia el cielo. Y, al cabo de un momento lleno de mágico silencio, se volvió hacia mí y, temblando, tomó mi mano en las suyas, y me dijo con desmayada voz:

-Mírame, amigo mío: examina mi rostro y lee en él lo que quieres saber y lo que no puedo decirte. Mírame, amado mío: mírame, hermano mío.

La miré atentamente y vi que aquellos ojos que días antes habían sonreído como labios felices, y que habían aleteado comes un ruiseñor, estaban hundidos y helados con la tristeza y el dolor. Su rostro, que había sido como un lirio que abriera sus pétalos bajo la caricia del sol, se había marchitado y no mostraba ningún color. Sus dulces labios eran como dos rosas anémicas que el otoño ha dejado en sus tallos. Su cuello, que había sido una columna de marfil, se inclinaba hacia adelante, como si ya no pudiese soportar la carga del dolor que albergaba su cabeza.

Observé todos estos cambios en el rostro de Selma, pero para mí eran como una nube pasajera que cubre el rostro de la luna y la hace más bella. Una mirada que revela un dolor interno añade más belleza al rostro, por más tragedia y dolor que refleje; en cambio, el rostro que silencioso no exterioriza ocultos misterios, no es hermoso, por más simétricas que sean sus facciones. La copa no atrae a nuestros labios, a menos que veamos el color del vino a través del cristal transparente.

Aquella tarde, Selma era como una copa rebosante de vino celestial, especiado con lo amargo y lo dulce de la vida. Sin saberlo, mi amada simbolizaba a todas las mujeres orientales, que no abandonan el hogar de sus padres hasta que les echan al cuello el pesado yugo del esposo, y que no salen de los amantes brazos de sus madres hasta que van a vivir en calidad de esclavas a otro hogar, donde tienen que soportar los malos tratos de la suegra.

Seguí mirando a Selma, y escuchando los gritos de su espíritu deprimido, y sufriendo junto con ella, hasta que sentí que el tiempo se había detenido, y que el universo había vuelto a la nada. Lo único que podía yo ver eran sus grandes ojos que me miraban fijamente, y lo único que podía sentir era su fría, temblorosa mano, que apretaba la mía.

Salí de mi letargo al oír que Selma decía con voz queda:

-Ven, amado mío; hablemos del horrible futuro antes de que llegue. Mi padre acaba de salir para ver al hombre que va a ser mi compañero hasta la muerte. Mi padre, al que Dios escogió como autor de mis días, se entrevistará con el hombre que el mundo ha elegido para que sea mi amo por el resto de mis días. En el corazón de esta ciudad, el anciano que me acompañó en mi juventud verá al hombre joven que será mi compañero en los años futuros. Esta noche, ambas familias fijarán la fecha del matrimonio. ¡Qué extraña e impresionante hora! La semana pasada, a esta misma hora, bajo este mismo jazmín, el Amor besó mi alma por vez primera, mientras el Destino estaba escribiendo la palabra decisiva de mi vida en la mansión del obispo. Y ahora, mientras mi padre y mi pretendiente están fijando el día de matrimonio, veo que tu espíritu vaga en torno a mí como un pájaro sediento, que aletea desesperado sobre un manantial, vigilado por una hambrienta serpiente. ¡Ah!, ¡cuán grande es esta noche, y cuán hondo es su misterio!

Al oír esas palabras, sentí que el oscuro fantasma de la desesperanza se apoderaba de nuestro amor, para aniquilarlo en su infancia.

-Este pájaro seguirá aleteando sobre ese manantial -le dije- hasta que la sed lo aniquile, o hasta que caiga en las fauces de una serpiente, y sea presa del reptil.

-No, amado mío -me replicó Selma-; ese ruiseñor debe seguir viviendo y cantando, hasta que llegue la oscuridad; hasta que pase la primavera; hasta el fin del mundo, y debe seguir cantando eternamente. Su voz no debe sofocarse, porque da vida a mi corazón, y sus alas no deben quebrarse porque su movimiento ahuyenta las nubes de mi corazón. -Selma, amada mía, la sed matará a ese ruiseñor, y si no la sed, el miedo -susurré.


   
.

(CONTINUACIÓN CAP VI)

Y ella me respondió inmediatamente, con labios temblorosos:

-La sed del alma es más dulce que el vino de las cosas materiales, y el temor del espíritu es más valioso que la seguridad del cuerpo. Pero escucha, amado mío: escúchame con atención: este día estoy en el umbral de una nueva vida, de la que nada sé. Soy como un ciego que camina a tientas y que procura no caer. La riqueza de mi padre me ha llevado al mercado de las esclavas, y ese hombre codicioso me ha comprado. No lo conozco ni lo amo, pero aprenderé a amarlo, lo obedeceré, le serviré, y lo haré feliz. Le daré todo lo que una débil mujer puede darle a un hombre fuerte.

"Pero tú, amado mío, aún estás en lo mejor de la vida. Puedes caminar libremente por la senda espaciosa de la vida alfombrada de flores. Eres libre para atravesar el ancho mundo, haciendo de tu corazón una antorcha que ilumine tu camino. Puedes pensar, hablar, y actuar libremente; puedes escribir tu nombre en el rostro de la vida, pues eres hombre; puedes vivir como un amo, porque la riqueza de tu padre no te llevará al mercado de esclavos, y no te comprarán ni te venderán; puedes casarte con la mujer que elijas, y antes de que viva en tu hogar puedas albergarla en tu corazón, y puedes intercambiar confidencias con ella, sin ningún obstáculo.

Reinó un momento el silencio, y luego Selma continuó:

-Pero, ¿es hora de que la Vida nos aparte para que tú puedas alcanzar la gloria del hombre, y para que yo me vaya a cumplir con los deberes de la mujer? ¿Para esto el valle se traga en sus profundidades la canción del ruiseñor, y para esto el viento esparce los pétalos de la rosa, y para esto los pies han apisonado el vino? ¿Fueron en vano todas esas noches que pasamos a la luz de la luna bajo el jazmín, donde nuestras almas se unieron? ¿Hemos volado velozmente hacia las estrellas hasta que se cansaron nuestras alas, y estamos descendiendo ahora al abismo? ¿O acaso el Amor estaba dormido cuando vino a nosotros, y al despertar montó en ira, y decidió castigarnos? ¿O quizá nuestros espíritus transformaron la brisa de la noche en un viento huracanado que nos hizo pedazos y nos barrió, como si fuéramos polvo, a la profundidad del valle? Nosotros no hemos desobedecido a ningún mandamiento, ni hemos probado el fruto prohibido, así que, dime, ¿qué nos obliga a abandonar este paraíso? Nosotros nunca hemos conspirado ni nos hemos rebelado; entonces, ¿por qué estamos bajando al infierno? No, no; los momentos que nos unieron son más grandes que los siglos, y la luz que iluminó nuestros espíritus es más fuerte que la oscuridad; y si la tempestad nos separa en este océano borrascoso, las olas nos unirán nuevamente en la playa tranquila; y si esta vida nos mata, la muerte nos unirá. El corazón de una mujer no cambia con el tiempo ni con las estaciones; e incluso si muere cada día, en la eternidad, nunca perece. El corazón de una mujer es como un campo, convertido en campo de batalla: después que los árboles se han desarraigado y que el césped se ha quemado, y que las rocas se han teñido de roja sangre, y después de que la tierra se ha sembrado de huesos y de cráneos, ese campo permanece quieto y silencioso, como si nada hubiera pasado; porque la primavera y el otoño vuelven a su, debido tiempo, y reanudan su labor.

"Y ahora, amado mío, ¿qué haremos? ¿Cómo nos separaremos, y cuándo volveremos a encontrarnos? ¿Hemos de considerar que el amor fue un visitante extranjero, que llegó en la noche y nos abandonó por la mañana? ¿O supondremos que este cariño fue un sueño que llegó a nosotros mientras dormíamos, y que se marchó cuando despertamos?

"¿Consideraremos que esta semana fue una hora de ebriedad, a la que seguirá la serenidad? Alza el rostro y mírame, bien amado; abre la boca y déjame oír tu voz. ¡Háblame! ¿Te acordarás de mí después de que esta tempestad haya hundido el barco de nuestro amor? ¿Oirás el susurro de mis alas en el silencio de la noche? ¿Oirás mi espíritu vagando y aleteando en torno a ti? ¿Escucharás mis suspiros? ¿Verás mi sombra aproximarse a ti con las sombras del anochecer, y verás que luego se desvanece con el resplandor de la aurora? Dime, amado mío, ¿qué serás después de haber sido un mágico rayo de luz para mis ojos, una dulce canción para mis oídos, y unas alas para mi alma? ¿Qué serás después?

Al oír estas palabras, sentí que mi corazón se deshacía. -Seré lo que tú quieras que sea, amada mía -le contesté. -Quiero que me sigas amando como ama un poeta sus melancólicos pensamientos -me dijo ella a continuación. Quiero que me recuerdes como un viajero recuerda el quieto estanque en que se reflejó su imagen, al saciar la sed en cristalinas aguas. Quiero que me recuerdes como recuerda una madre a su hijo muerto antes de nacer, y quiero que me recuerdes como un rey misericordioso recuerda a un prisionero, muerto antes de que llegara el perdón real. Quiero que seas mi compañero y que visites a mi padre, y lo consueles en su soledad, porque pronto lo abandonaré, y seré una extraña para él.

-Haré todo lo que me has dicho -le contesté-, y haré de mi alma un abrigo para tu alma, y de mi corazón una residencia para tu belleza, y de mi pecho una tumba para tus penas.

Te amaré, Selma, como las praderas aman a la primavera, y viviré en ti la vida de una flor bajo los rayos del sol. Cantaré tu nombre como el valle canta el eco de las campanas de las iglesias aldeanas; escucharé el lenguaje de tu alma como la playa escucha su amado país, y como un hambriento recuerda un banquete, y como un rey destronado recuerda los días de su gloria, y como un prisionero recuerda las horas de su libertad. Te recordaré como un labrador recuerda las gavillas de trigo en su era, y como un pastor recuerda los verdes prados y los alegres arroyos.

Selma escuchaba mis palabras con el corazón palpitante.

-Mañana, la verdad será fantasmal, y el despertar será como un sueño -agregó.-. ¿Acaso un amante estará satisfecho con abrazar a un fantasma, o acaso un hombre sediento saciará la sed con el manantial de un sueño?

-Mañana -contesté-, el destino te colocará entre una familia pacífica, pero- a mí me enviará al mundo lleno de luchas y guerras. Tú estarás en el hogar de una persona cuya buena suerte lo ha hecho el más afortunado de los hombres, al gozar de tu belleza y de tu virtud, mientras que yo llevaré una vida de sufrimientos y temores. Tú entrarás por la puerta de la vida, mientras que yo entraré por la puerta de la muerte. A ti te recibirán con hospitalidad, mientras que yo llevaré una existencia solitaria, pero erigiré una estatua de amor y le rendiré culto en el valle de la muerte. El amor será mi único remedio para mis penas, y beberé el amor como un vino, y lo llevaré como un traje. En las auroras, el amor me despertará de mi sueño y me llevará a un campo lejano, y al mediodía me llevará a la sombra de los árboles, donde me guareceré, junto con los pájaros, del calor del sol. Por la tarde, el amor me hará hacer una pausa antes del ocaso, para oír el adiós de la Naturaleza, que se despide cantando de la luz del día, y el amor me mostrará fantasmales nubes que surcarán el cielo. Por las noches, el amor me abrazará y dormiré, soñando con el mundo celestial donde moran felices los espíritus de los amantes y de los poetas. En la primavera, caminaré al lado del amor entre violetas y jazmines y beberé las últimas gotas del invierno en los cálices de los lirios. En el verano, haremos almohadas con heno, y el césped será nuestro lecho, y el cielo azul nos cobijará mientras contemplamos las estrellas y la luna.

"En el otoño, el amor y yo iremos a los viñedos y nos sentaremos cerca del lugar, y observaremos cómo se desnudan las uvas de sus adornos de oro, y las aves migratorias pasarán en bandadas sobre nosotros. En el invierno, el amor y yo nos sentaremos cerca del fogón, a contarnos historias de hace mucho tiempo, y crónicas de lejanos países. Mientras dure mi juventud, el amor será mi maestro; en mi edad madura, será mi auxiliar, y en mi vejez será mi delicia. Amada Selma mía, el amor estará conmigo hasta el fin de mi vida, y después de la muerte, la mano de Dios nos volverá a unir.

Todas estas palabras salieron de lo profundo de mi corazón, como llamas que salen, ávidas, de una fogata para luego desaparecer, convertidas en cenizas. Selma lloraba, como si sus ojos fueran labios que me contestaran con lágrimas.

Aquellos a quienes el amor no ha dado alas no pueden volar detrás de la nube de las apariencias, para ver el mágico mundo en que el espíritu de Selma y el mío existían unidos en aquella hora, al mismo tiempo triste y feliz. Aquellos a quienes el amor no ha elegido no oyen cuando el amor llama. Esta historia no es para ellos. Porque, aunque comprendieran estas páginas, no serían capaces de captar los significados ocultos que no se visten de palabras, y que no pueden imprimirse en el papel; pero, ¿qué clase de ser humano es aquel que nunca ha bebido el vino con la copa del amor, y qué espíritu es el que nunca ha acudido reverentemente al iluminado altar del templo, cuyo piso está constituido por los corazones de los hombres y de las mujeres, y cuyo techo es el secreto palio de los sueños? ¿Qué flor es esa en cuyos pétalos la aurora nunca ha dejado caer una gota de rocío? ¿Qué arroyuelo es ése que perdió su curso sin llegar hasta el mar?

Selma alzó el rostro hacia el cielo, y se quedó contemplando las estrellas que tachonaban el firmamento. Extendió las manos; sus ojos parecieron agrandarse, y sus labios temblaron. En su pálido rostro podía yo ver los signos de la tristeza, de la opresión, de la desesperanza y del dolor.

- ¡Oh, Señor! -exclamó-, ¿qué ha hecho esta pobre mujer para ofenderte? ¿Qué pecado ha cometido para merecer tal castigo? ¿Por qué crimen se le ha infligido este castigo eterno? Señor, tú eres fuerte, y yo soy débil. ¿Por qué me has hecho sufrir este dolor? Tú eres grande y todopoderoso, mientras que yo no soy más que una insignificante criatura que se arrastra ante tu trono. ¿Por qué me has aplastado con tu pie? Tú eres la estruendosa tempestad, y yo soy como el polvo; ¿por qué, mi Señor, me has arrojado a esa fría tierra? Tú eres poderoso, y yo soy desvalida; ¿por qué me combates? Tú eres misericordioso, y yo soy prudente; ¿por qué me estás destruyendo? Tú has creado a la mujer con amor; entonces, ¿por qué, con amor, la aniquilas? ¿Por qué con tu mano izquierda me precipitas al abismo? Esta pobre mujer lo ignora. En su boca Tú soplaste el aliento de la vida, y en su corazón sembraste las semillas de la muerte. Le mostraste el camino de la felicidad, pero la has conducido al camino de la miseria; en su boca pusiste un canto de felicidad, pero luego cerraste sus labios con la tristeza, y paralizaste su lengua con el dolor de la agonía. Con tus misteriosos dedos curas sus heridas, pero con tus manos también das dolor a sus placeres. En su lecho pusiste el placer y la paz, pero a su lado eriges obstáculos y temor. Hiciste que en ella surgiera el afecto, por tu voluntad, y de su afecto surge la vergüenza. Tu voluntad le mostró la belleza de la Creación, pero su amor por la belleza se ha convertido en un hambre terrible. Le hiciste beber 1a vida en la copa de la muerte, y la muerte, en la copa de la vida.

"Tú purificaste a esta mujer con lágrimas, y con lágrimas su vida transcurre. ¿Oh, Señor! Tú me has abierto los ojos con amor, y con amor me has cegado. Tú me has besado con tus divinos labios y me has golpeado con tu divina mano poderosa. Tú has plantado en mi corazón una rosa blanca, pero alrededor de la rosa has puesto una barrera de espinas. Tú has unido mi presente con el espíritu de un joven al que amo, pero has unido mi vida al cuerpo de un hombre desconocido. Así pues, Señor, ayúdame a ser fuerte en esta lucha mortal, y asísteme para que pueda ser veraz y virtuosa hasta la muerte. ¡Hágase tu voluntad, oh Dios!

Hubo un gran silencio. Selma miró hacia abajo, pálida y cansada; sus brazos cayeron, y su cabeza se inclinó, y me pareció como si una tempestad hubiera roto la rama de un árbol, y la hubiera arrojado al suelo, seca y muerta.

Le tomé la fría mano y se la besé, pero cuando traté de consolarla, era yo el que necesitaba más consuelo. Guardé silencio, pensando en nuestro dolor y escuchando los latidos de mi corazón. Ni ella ni yo dijimos nada más.

El dolor extremo es mudo, por lo que nos sentamos en silencio, petrificados, como columnas de mármol enterradas bajo la arena después de un terremoto. Ninguno quería escuchar al otro, porque las fibras de nuestros corazones se habían debilitado, y sentíamos que hasta un suspiro podría romperlas.

Era la media noche, y podíamos ver la luna creciente alzándose detrás del monte Sunín, y parecía la luna, en medio de las estrellas, como el rostro de un cadáver en un ataúd rodeado de las vacilantes luces de unos cirios. Y el Líbano parecía un anciano cuya espalda estuviera doblada por la edad, y cuyos ojos fueran un golfo de insomnio, observando la oscuridad y esperando a la aurora; como un rey que estuviera sentado sobre las cenizas de su trono, en las ruinas de su palacio.

Las montañas, los árboles, los ríos, cambian de apariencia con las vicisitudes de los tiempos, y con las estaciones, así como el hombre cambia con sus experiencias y sus emociones. El solitario chopo que a la luz del día, parece una novia vestida, parecerá una columna de humo en la noche; la gigantesca roca que se yergue desafiante en el día, parecerá un miserable mendigo en la noche, con la tierra como lecho y el cielo como frazada; y el riachuelo que vemos saltando en la mañana y al que oímos cantar el himno de la eternidad, por las noches nos parecerá un río de lágrimas, llorando como una madre que ha perdido a su. hijo, y, el monte Líbano, que una semana antes nos parecía majestuoso, cuando la luna era llena y nuestro espíritu estaba gozoso, nos parecía triste y solitario aquella noche.

Nos pusimos en pie y nos dijimos adiós, pero el amor y la desesperación estaban entre nosotros como dos fantasmas, uno de ellos extendiendo sus alas, y con los dedos en nuestras gargantas, el otro; llorando, uno, y el otro riendo sarcásticamente.

Al tomar la mano de Selma y llevarla a mis labios, mi amada se me acercó y me dio un beso en la frente, para luego dejarse caer en la banca de madera. Cerró los ojos suspirando quedamente.

- ¡Oh Dios, ten piedad de mí, y cura mis alas rotas! -dijo. Al dejar a Selma en el jardín, sentí que todos mis sentidos se cubrían con espeso velo, como un lago cuya superficie está oculta por la niebla.

La belleza de los árboles, la luz de la luna, el profundo silencio que reinaba, todo en torno de mí me pareció feo y espantoso. La verdadera luz que me había mostrado la belleza y la maravilla del universo se había convertido en una gran llama que consumía mi corazón y la música eterna que antes escucharon mis oídos, se volvió un estruendoso grito, más aterrorizante que el rugido de un león.

Llegué a mi habitación, y como un pájaro herido derribado por el cazador, me dejé caer en el lecho, repitiendo las palabras de Selma:

-¡Oh Dios, ten piedad de mí, y cura mis alas rotas!



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