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RINCÓN LITERARIO: CON LAS ALAS ROTAS. CAPITULO IX
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De: UNA MAS DE MONTERREY  (Mensaje original) Enviado: 18/09/2009 04:44

ALAS ROTAS (1912)

GIBRAN KHALIL

Revisado por: Carlos J. J.

 

 




 

 

CAPITULO IX

EL SACRIFICIO

 

Un día, a fines de junio, cuando la gente salía de la ciudad para ir a la montaña huyendo del calor del verano, fui, como siempre, al templo a reunirme con Selma, llevando conmigo un librito de poemas andaluces. Al llegar al templo, me senté a esperarla, leyendo a intervalos mi libro, recitando aquellos versos que llenaban mi corazón de éxtasis, y que traían a mi memoria el recuerdo de los reyes, de los poetas y caballeros que se despidieron de Granada, y que tuvieron que dejarla, con lágrimas en los ojos y tristeza en los corazones; que tuvieron que dejar sus palacios, sus instituciones y sus esperanzas. Al cabo de una hora, vi a Selma que caminaba por los jardines y se acercaba al templo; se iba apoyando en su paraguas, como si estuviera soportando todas las preocupaciones del mundo sobre sus hombros. Al entrar en el templo, y sentarse a mi lado, noté un cambio en sus ojos, y me apresuré a preguntarle qué le ocurría.

Selma intuyó mi pensamiento, me puso una mano en la cabeza y me dijo:

-Acércate a mí; ven, amado mío, y deja que sacie mi sed, porque la hora de la separación ha llegado.

-¿Se enteró tu esposo de nuestras citas aquí? -le pregunté.

-A mi esposo no le importa nada de mi persona -me respondió-, ni se molesta en averiguar lo que haga, pues está muy ocupado con esas pobres muchachas a las que la pobreza ha llevado a las casas de mala fama; esas muchachas que venden sus cuerpos por pan, amasado con sangre y lágrimas.

-¿Qué te impide, que vuelvas a este templo a sentarte a mi lado, reverentemente, ante Dios? -le pregunté-. ¿Te exige tu conciencia que nos separemos?

Y Selma me contestó, con lágrimas en los ojos:

-No, amado mío, mi espíritu no exige que nos separemos, porque tú eres parte de mí. Mis ojos nunca se cansan de mirarte, porque tú eres la luz de mis ojos; pero si el Destino dispuso que yo tuviera que caminar por el áspero sendero de la vida cargada con cadenas, no es justo que tu suerte sea como la mía. No puedo decirte todo, porque mi lengua está muda de dolor; mis labios están sellados por la pena, y no pueden moverse; sólo puedo decirte que temo que caigas en la misma trampa en que yo caía.

-¿Qué quieres decir, Selma, y de quién tienes miedo? Mi amada se llevó las manos al rostro.

-El obispo ya ha descubierto que cada mes he estado saliendo de la tumba en que me enterró -dijo.

-¿El obispo descubrió que nos vemos aquí?

-Si lo hubiera descubierto, no me estarías viendo sentada aquí a tu lado; pero algo sospecha, y ha ordenado a sus sirvientes y espías que me vigilen bien. He llegado a sentir que la casa en que vivo y el sendero por el que camino están llenos de ojos que me vigilan, y de dedos que me señalan, y de oídos al acecho de mis pensamientos.-Guardó silencio un momento, y luego añadió, con lágrimas que mojaban sus mejillas: -No temo al obispo, pues el agua no asusta a los ahogados, pero temo. que tú caigas en una trampa y seas su víctima; tú aún eres joven y libre como la luz del sol. No temo al oscuro destino qué ha disparado todas sus flechas a mi pecho, pero temo que la serpiente muerda tu pie y detenga tu ascensión hacia la cima de la montaña en que el futuro te espera con sus placeres y sus glorias.

-Quien no ha sido víctima de las mordeduras de las serpientes del día, y quien no ha sentido las tarascadas de los lobos de la noche, puede decepcionarse ante los días y las noches. Pero escúchame, Selma; escucha bien: ¿Es la separación el único medio de evitar la maldad de las personas? ¿Acaso se ha cerrado la senda del amor y de la libertad, y no queda más salida que la sumisión a la voluntad de los esclavos de la muerte?

-No queda más remedio que separarnos, y decirnos adiós. Con espíritu rebelde, le tomé la mano.

-Nos hemos sometido a la voluntad de la gente durante mucho tiempo -dije, nervioso-, desde que nos conocimos hasta este momento nos han dirigido los ciegos, y junto con ellos, hemos rendido culto a sus ídolos. Desde que te conocí hemos estado en manos del obispo como dos pelotas con las que ha jugado a su antojo. ¿Nos hemos de someter a su voluntad hasta que la muerte nos lleve? ¿Acaso Dios nos dio el soplo de la vida para colocarlo bajo los pies de la muerte? ¿Nos dio El la libertad para hacer de ella una sombra de la esclavitud? Quien extingue el fuego de su propio espíritu con sus propias manos, es un infiel a los ojos del Cielo, pues el Cielo encendió el fuego que arde en nuestros espíritus. Quien no se rebela contra la opresión, es injusto consigo mismo. Te amo, Selma, y tú me amas también; y el amor es un tesoro precioso; es el don de Dios a los espíritus sensibles y de altas miras. ¿Desperdiciaremos tal tesoro, para que los cerdos lo dispersen y lo pisoteen? Este mundo está lleno de maravillas y de bellezas. ¿Por qué hemos de vivir en el estrecho túnel que el obispo y sus secuaces han cavado para nosotros? La vida está llena de felicidad y de libertad; ¿por qué no quitamos este pesado yugo de tus hombros, y por qué no rompemos las cadenas de tus pies, para caminar libremente hacia la paz? Levántate, y dejemos este pequeño templo, para ir al templo mayor de Dios. Salgamos de este país y de toda esta esclavitud e ignorancia, y vayamos a otro país muy lejano, donde no nos alcancen las manos de los ladrones. Vayamos a la costa al amparo de la noche, y tomemos un barco que nos lleve al otro lado del océano, donde podamos llevar una nueva vida de felicidad y comprensión. No vaciles, Selma, porque estos minutos son más preciosos para nosotros que las coronas de los reyes, y más sublimes que los tronos de los ángeles. Sigamos la columna de luz que nos conduzca, desde este árido desierto, hasta los verdes campos donde crecen las flores y las plantas aromáticas.

Selma movió la cabeza negativamente, y se quedó mirando el techo del templo; una triste sonrisa apareció en sus labios.

-No; no, amado mío -dijo-. El Cielo ha puesto en mi mano una copa llena de vinagre; me he obligado a beberla hasta las heces; hasta que sólo queden unas cuantas gotas, que beberé pacientemente. No soy digna de una nueva vida de amor y paz; no soy suficientemente fuerte para gustar de los placeres y de las dulzuras de la vida, porque un pájaro con las alas rotas no puede volar por el espacioso cielo. Los ojos acostumbrados a la débil luz de una vela no son lo bastante fuertes para contemplar el sol. No me hables de felicidad; su recuerdo me hace sufrir. No menciones en mi presencia la paz; su sombra me aterroriza; mírame, y te mostraré la santa antorcha que el Cielo ha encendido en las cenizas de mi corazón. Tú bien sabes que te amo como una madre a su único hijo, y que el amor me ha enseñado a protegerte hasta de mí misma. Es el amor purificado con fuego, el que me impide seguirte a tierras lejanas. El amor mata mis deseos, para que puedas vivir libre y virtuosamente. El amor limitado exige la posesión del amado, pero el amor ilimitado sólo pide para sí mismo. El amor que aparece en la ingenuidad y el despertar de la juventud se satisface con la posesión y se reafirma con los abrazos. Pero el amor nacido en el firmamento y que ha bajado a la tierra con los secretos de la noche no se satisface sino con la eternidad y la inmortalidad; no hace reverencias sino a la deidad.

"Cuando supe que el obispo quería impedirme salir de la casa de su sobrino y despojarme de mi único placer, me paré ante la ventana de mi habitación y miré hacia el mar, pensando en los vastos países que hay más allá, y en la libertad real y en la personal independencia que se puede encontrar allá. Me vi a mí misma viviendo a tu lado, protegida por la sombra de tu espíritu, y sumergida en el océano de tu cariño. Pero todos estos pensamientos que iluminan el corazón de una mujer y que la hacen rebelarse contra las viejas costumbres, y desean vivir a la sombra de la libertad y de la justicia, me hicieron reflexionar que así nuestro amor será limitado y débil, indigno de alzarse ante el rostro del sol. Grité como un rey despojado de su reino y de sus tesoros, pero inmediatamente vi tu rostro a través de mis lágrimas, y tus ojos que me miraban, y recordé lo que un día me dijiste:

"Ven, Selma, ven y seamos fuertes torres ante la tempestad. Enfrentémonos como valerosos soldados al enemigo y opongámonos a sus armas. Si nos matan, moriremos como mártires; y si vencemos, viviremos como héroes. Retar a los obstáculos y a las penalidades es más noble que retirarse a la tranquilidad. Estas palabras, amado mío, las pronunciaste cuando las alas de la muerte se cernían sobre el lecho de muerte de mi padre; las recordé ayer, mientras las alas de la desesperación se cernían sobre mi cabeza. Me sentí más fuerte, y sentí incluso en la oscuridad de mi prisión, una especie de preciosa libertad que paliaba nuestras dificultades y disminuía nuestras tristezas. Descubrí que nuestro amor era tan profundo como el océano, tan alto como las estrellas, y tan espacioso como el Cielo. Vine a verte, y en mi débil espíritu hay una nueva fuerza, esta fuerza es la capacidad de sacrificar algo muy grande, para obtener algo todavía más grande; es el sacrificio de mi felicidad, para que puedas seguir siendo virtuoso y honorable a los ojos de la gente, y para que estés lejos de sus traiciones y de su persecución...

"En otras ocasiones, al venir a este sitio, sentía yo que pesadas cadenas me impedían caminar; pero hoy, vine con una nueva determinación que se ríe de las cadenas y acorta el camino. Venía yo a este templo como un fantasma asustado, hoy vine como una mujer valerosa que siente lo imperioso del sacrificio, y que conoce el valor del sufrimiento; como una mujer que quiere proteger a su amado de la gente ignorante y de su propio espíritu hambriento. Me sentaba yo a tu lado como una sombra temblorosa, hoy vine a mostrarte mi ser verdadero, ante Ishtar y ante Cristo.

"Soy un árbol que ha crecido en la sombra, y hoy extendí mis ramas para temblar un poco a la luz del día. Vine a decirte adiós, amado mío, y espero que nuestra despedida sea tan bella y tan terrible como nuestro amor. Que nuestra despedida sea como el fuego, que funde el oro y lo hace más resplandeciente.

Selma no me permitió hablar ni protestar, sino que me miró, con. los ojos brillantes, con una gran dignidad en el rostro, y parecía un ángel que impusiera silencio y respeto.

Luego me abrazó fuertemente, lo que nunca había hecho antes y puso sus suaves brazos alrededor de mi cuello, y estampó un profundo, largo, dulcísimo beso en mi boca.

Al irse ocultando el sol, retirando sus rayos de aquellos jardines y de aquellos huertos, Selma caminó hacia la parte central del templo, y contempló largamente sus muros y sus ángulos, como si quisiera verter la luz de sus ojos en las imágenes y en los símbolos. Luego, dio otros pasos al frente, y se arrodilló con reverencia ante la imagen de Cristo, besó sus pies, y susurró:

- ¡Oh, Cristo!, he escogido tu cruz y he abandonado el mundo de los placeres y felicidad de Ishtar; he llevado la corona de espinas y he rechazado la corona de laurel; me he bañado con sangre y lágrimas, y he rechazado el perfume y el incienso; he bebido vinagre de la copa que tendría que dar vino y néctar; acéptame, Señor, entre tus fieles, y condúceme a Galilea, junto con los que han elegido tu camino, contentos en sus sufrimientos, y gozosos en sus tristezas.

Luego, Selma se levantó y me miró.

-Ahora, volveré feliz a mi oscura cueva, donde reside el horrible fantasma. No me tengas lástima, amado mío, y no te entristezcas por mí, porque el alma que ve una vez la sombra de Dios no volverá a tener miedo, desde entonces, a los fantasmas de los demonios. Y el ojo que ha visto el cielo no será cerrado por los dolores del mundo.

Y al acabar de decir estas palabras, Selma salió del santuario; permanecí allí, perdido en un hondo mar de pensamientos, absorto en el mundo de la revelación, donde Dios se sienta en su trono y donde los ángeles registran los actos de los seres humanos, donde las almas recitan la tragedia de la vida, y donde las novias del Cielo cantan los himnos del amor, de la tristeza y de la inmortalidad.

La noche ya había llegado cuando salí de mi meditación, y me encontré estupefacto, en los jardines, repitiendo el eco de cada palabra que había pronunciado Selma, recordando su silencio, sus actos, sus movimientos, sus expresiones y el toque de sus manos, hasta que me di cuenta cabal del significado de la despedida y del dolor de la soledad. Me sentí. deprimido y con el corazón roto. Fue entonces cuando descubrí que los hombres, aunque nazcan libres, seguirán siendo esclavos de las estrictas leyes que sus mayores promulgaron, y que el firmamento, que imaginamos inmutable, es la sumisión del día de hoy a la voluntad del día de mañana, y la sumisión del ayer a la voluntad del presente.

Muchas veces, desde aquella noche, he pensado en la ley espiritual .que hizo que Selma prefiriera la muerte a la vida, y muchas veces he comparado la nobleza del sacrificio con la felicidad de la rebelión para saber cuál de las dos actitudes es más noble y más hermosa; pero hasta ahora he obtenido sólo una verdad de todo ello, y esta verdad es la sinceridad, que es la que puede hacer que todas nuestras acciones sean hermosas y honorables. Y esta sinceridad estaba en Selma Karamy.




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