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RINCÓN LITERARIO: NO ES UNICO EL AMOR. ESCENAS 12,11 Y 10 DEL 2o. ACTO
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De: FLAQUIS  (Mensaje original) Enviado: 18/09/2009 05:11

NO ES UNICO EL AMOR

Fermín Rodriguez Losada

 

Escena  10ª

Carlos.- Pase, doctor, aquí podremos hablar y comentar el enorme triunfo obtenido por usted. ¡Es maravilloso!.

Mister Wood.- No me extraña que la enfermedad del niño les alarmase. Parece grave por los síntomas que la acompañan. Esa ligera temperatura con los vómitos y mareos aparece en tantos casos que desconcierta al médico no especialista. Y por añadidura ¡tantos reflejos!...

Carlos.- En principio se creyó que sería un ataque de acetona. Se temió más tarde a la meningitis y estuvo a punto de hacérsele la punción lumbar.

Mister Wood.- Pues ya ve usted que mi diagnóstico no dice nada de eso. Es una oxiurasis clarísima, a mi juicio. La prueba es que con las inyecciones de bismuto y los calomelanos  se produjo, casi instantáneamente, como usted ha podido comprobar, una fantástica mejoría.

Carlos.- ¡Y pensar que estuvo aquí un compañero que quería aplicarle la penicilina e incluso me habló de darle alguna inyección de aceite alcanforado!.

Mister Wood.- Un total fracaso dicho tratamiento. Además, en muchos casos, me refiero a otras enfermedades de la infancia, no está indicado el aceite alcanforado y sí el cardiazol. También debo manifestarle que muchos médicos, cuando aplican la penicilina y otros medicamentos en los niños, lo hacen siempre con tal temor que dosifican muy bajo, porque en realidad, no están seguros en el tratamiento.

Carlos.- ¡Qué acierto tuvo usted y qué visión más clara de la enfermedad! Mi mujer y don Gregorio están locos de alegría. Yo siento una inefable dicha que no puedo traducir en palabras. Mister Wood, seré para usted, desde hoy, un incondicional servidor y, si me lo permite, su mejor amigo. La vida de mi hijo le pertenece; es más, para mí, todo estaba perdido  y usted ha hecho el milagro. ¿Cómo pagar a usted la salvación de mi hijo?.

Mister Wood.- No hay que exagerar las cosas, amigo Carlos. Es nuestra fundamental obligación. Salvar el cuerpo como otros salvan el alma. Es nuestro primordial deber. En cambio a mí me salvó la vida alguien que no tenía tal obligación y que pagó muy caro su valeroso gesto, tan magnánimo como heroico y glorioso. Yo fui soldado durante esta última guerra, que no sé, si por mucho tiempo, será "la última".

Carlos.- ¡Es triste reconocerlo, pero abundan los motivos para sentirse pesimista!.

Mister Wood.- Formé parte de una división de paracaidistas. Una noche volamos sobre la Francia ocupada. Una misión muy difícil nos había sido confiada. estamos encima del objetivo. Los que fuimos designados para ello nos lanzamos al espacio. Ninguno estaba seguro de salir bien de la empresa. Yo tomé tierra en un hermoso vergel. Mis compañeros no aparecen al alcance de mi vista. Esper las primeras luces del amanecer. Veo, bastante lejos, una casa de campo. Me arrastro hacia la puerta y llamo con verdadero miedo. Abre una mujer de una belleza poco común y con un aspecto de buena que me da valor para formular una pregunta que, más tarde, volvería a repetir, obteniendo también la misma digna respuesta. El emocionante diálogo se desarrolló así: - Soy un soldado americano. ¿Puedo ocultarme aquí?.

Carlos.- (Muy nervioso) Sí, naturalmente.

Mister Wood.- (Distraído, parede no darse cuenta de las palabras de Carlos y continúa hablando) Entré en aquel hogar que me pareció lleno de paz, de armonía, de una tranquilidad que yo iba a turbar. El marido se levanta de la cama y en seguida aparece un niño, en pijama, vivaracho, simpático, y que me mira muy sorprendido. Yo no digo nada. El matrimonio cambia unas palabras y me dicen que tendré que esconderme dentro de un armario.

Carlos.- (Con voz emocionada y aparte) ¡El de la cocina!..., ¡grande!..., ¡muy grande!..., ¡con tela metálica por la parte de arriba..., ¡azul pálido!...

Mister Wood.- (Que parece continuar distraido) Entonces, recuerdo muy bien que la madre dijo al niño...

Carlos.- (En voz alta y muy excitado) Carlos, recoge las cosas del armario y llévalas a la despensa.

Mister Wood.- (Nervioso) ¡Eso!..., ¡exactamente!..., ¡eso! ¿Cómo lo sabe usted, Carlos?... ¡Carlos!... ¡Carlos!... ¿Será posible?... ¡Ya comprendo!... ¡Carlos!. (Se abrazan con mucha emoción).

Carlos.- El mismo. ¡Dios mío, qué cosas tiene la vida!.

Mister Wood.- ¡Debí adivinarlo antes!. ¡Los gestos de su cara al escuchar el relato!... Carlos, todos los músculos de su rostro acusaban el efecto de mis palabras. Es monstruoso afligirse con tan tristes recuerdos. Perdóneme usted, pero también mi alma, evocando esta emocionante historia, se contrae siempre dolorosamente. Hoy, un fondo de alegría se instala sobre la aversión que me inspira el recuerdo de aquellos duros momentos, y es, amigo Carlos, haber tenido la dicha de encontrar al querido hijo de aquella buena mujer, aquella santa mujer, que se vio condenada por mi culpa a sufrir amarguras y tormentos, a una vida de angustia que...

Carlos.- Por favor, mister Wood, no continúe usted. El terrible espectáculo de la muerte de mi padre, de su fusilamiento por acoger en su casa a un soldado americano, ha sido tan horrible para mí, que una parte de mi vida transcurrió al margen de mi conciencia, con pérdida de la voluntad, convertido en fugitivo del propio destino. Después Julia y ese diablillo, que tanto nos preocupó, han transformado en luz la oscuridad de mi existencia. Pero me mortifica todo lo que sea revivir aquel odioso pasado y, sin embargo, ¡cómo agradezco sus cariñosas palabras!. (Se sienten voces próximas) No hablemos más de ello... Alguien se acerca. 

(Entran don Gregorio, Julia y doña Carmen)

 

Escena  11ª

Julia.- Carlos, el niño sigue bien. Ya nos conoce y se sonríe. Es encantador observar con qué rapidez se recupera. ¡Que Dios bendiga a mister Wood que tanta alegría nos proporciona!. Hemos contraído con usted una deuda de gratitud eterna.

Mister Wood.- Una ligera aportación, Julia, en el "haber" de una cuenta que tiene un "debe" que no se saldará jamás.

(Carlos y doña Carmen hablan aparte)

Julia.- No le comprendo.

Mister Wood.- Así es mejor. ¿Y don Gregorio, está satisfecho?.

Don Gregorio.- Creo que va siendo hora de que me sonría la suerte. Ya soy viejo para luchar.

Mister Wood.- ¡No tiene usted edad para expresarse así!

Don Gregorio.- Se siente uno joven o viejo según las circunstancias concurrentes en ciertos momentos de nuestra existencia. A veces, cuando llega lo bueno, lo más deseado, aquello que fue constante anhelo nuestro, llega a través de un camino tan áspero, tan lleno de obstáculos, que nos falta la vitalidad precisa para celebrarlo con la alegría que tal felicidad demanda. Dice un antiguo proverbio. "Cuando la casa está terminada, llega la muerte".

Julia.- ¡La muerte!... No diga usted cosas tristes, padrino.

Don Gregorio.- Si no es la muerte es algo que nos acerca a ella. La caída ineludible..., el agotamiento..., el principio del fin.

Doña Carmen.- ¡Qué atrocidad!, don Gregorio. ¡No hable de eso!. Debemos estar contentos. ¡Todo saldrá bien con la ayuda de Dios!. A comer, que la mesa está dispuesta.

Don Gregorio.- Lo que usted quiera, doña Carmen.

Julia.- Sí, vamos mister Wood, hoy nos honrará sentándose a la mesa con nosotros.

Mister Wood.- Muchas gracias. El honor es para mí.

(Entra Armando)

Escena  12ª

Carlos.- Aquí llega Armando. ¿Dónde estuviste, simpático primo?.

Armando.- Corriendo una aventura muy peligrosa.

Don Gregorio.- Cuestión de faldas, seguramente. ¡Alguna nueva conquista!

Julia.- No lo dudo, pero Armando es de los que no se enamoran fácilmente.

Armando.- Tiene mucha razón Julia. ¡Jamás estuve enamorado!. (Salen todos menos Armando que se queda retrasado y dice, hablando consigo mismo)  ¡Nunca lo sabrás, querida prima!... ¡Una sola vez..., una sola vez!.

(Cae el telón)

Fin de la obra  

 

 

                                                           
     
       

      



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