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RINCÓN LITERARIO: "EL IDIOTA". CAPITULO III
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: FLAQUIS  (Mensaje original) Enviado: 18/09/2009 11:29
                
  1.  
  2. EL IDIOTA

CAPITULO III

 

 

Para el invierno la compañía de seres semejantes y la paciente atención de los terapeutas habían logrado que el idiota se recuperara un poco, aunque su voz continuaba con ese mismo tono menor que tenía desde el colapso ocurrido después del evento de la entrega del premio.

La quietud del lugar y el buen trato que le procuraban permitían a su madre retirarse tranquila los fines de semana, después de su visita. Ella jamás perdía la esperanza de que su hijo saldría de ese túnel oscuro, y el sólo hecho de verlo cantando entre sus compañeros la hacía sentirse feliz.

Entretanto los médicos aprovechaban la estadía del interno para practicar con él diversas terapias; verdaderos experimentos con los que intentaban devolverle lo perdido, pero, además, despertar también en él alguna otra cualidad o gracia dormida que lo devolviera definitivamente a su familia y al mundo.

Lo incluyeron en varios programas de estimulación creativa sin que se lograra ningún resultado. Pero, tampoco perdieron la esperanza y continuamente su tema era revisado en las juntas de médicos.

El caso, sin embargo, dió un vuelco inesperado un día en que el idiota, acercándose a una de las internas que practicaba su terapia en el jardín, la vio en medio de un arco iris de aceitosos colores y un ramillete de pinceles con los que pintaba manchas disparatadas, y se le quedó mirando fijamente hasta que ésta lo invitó a compartir con ella ese placer de los garabatos arrojados sobre la tela con la libertad de un espíritu sin ataduras.

El idiota tomó un pincel y a los minutos estaba completamente pintado, sintiendo un placer inaudito al colorear sus manos de azul y sus piernas y estómago con un verde esmeralda.

Antes de que continuara, una asistente que lo observaba tuvo que interrumpir lo que ya tomaba el aspecto de un arrebato y casi por la fuerza debió llevárselo para quitarle el óleo esparcido por todo su cuerpo.

Desde entonces no pasó un día sin que saliera al jardín y observara maravillado a su compañera jugar con los pinceles y colores, hasta que reclamó para él igual placer y los mismos instrumentos de juego.

Los doctores, que aplaudieron este súbito interés por la trementina y el aceite, no demoraron en obsequiarle un estuche con óleos, pinceles y muchas telas.

Ahí empezó el delirio: los rojos y los amarillos salpicados de una azul desenfrenado; pinceladas lanzadas sobre la tela como tigres lanzándose sobre su presa; blancos puros resguardados celosamente por oscuros y agresivos centinelas .

Al idiota le gustó tanto el juego que tenían que obligarlo a detenerse a la hora del almuerzo y cuando la oscuridad era tal que no podía verse nada.

Esto hizo que su vida cambiara nuevamente. Mientras estaba frente a la tela se comportaba de forma más bien inquieta, pero luego, al dejar los pinceles, se le notaba en el rostro una tranquilidad pasmosa, casi digna de un santo.

Los colores se convirtieron en su mundo y llegó a dominarlos con la misma destreza que antes las notas musicales, volviendo a destacarse por su talento.

Ya no era novedad la acabada expresión de sus pinturas ahora colgadas en casi todas las paredes del asilo. Su producción era tan magnífica y numerosa que la dirección se decidió a pedirle a la familia permiso para comercializar las obras.

Su madre, otra vez sorprendida por el talento de su hijo no tuvo que pensarlo dos veces y ella misma se ofreció para organizar las exposiciones de venta.

A éstas concurrieron muchos interesados cuando supieron que la obra allí expuesta pertenecía a un retardado quien, al parecer, poseía un talento asombroso. Y los cuadros comenzaron a venderse copiosamente.

Mientras tanto el idiota seguía pintando. Y cuando los médicos quisieron darlo de alta y le explicaron que ya podía marcharse y reencontrarse con su familia, éste se negó rotundamente a dejar la tranquilidad de esos patios y la estimulante compañía de sus amigos. No hubo caso.

Hasta allí llegaron entonces artistas de renombre a conocer este nuevo prodigio del arte y todos, sin excepción, quedaron sorprendidos al conocer la idiotez de sus semejantes, y entre ellos a ese par digno de los más altos elogios.

De nuevo aparecieron también los reporteros inquiriendo información sobre el idiota, quien al enterarse de quienes eran ni siquiera quiso recibirlos.

Su madre intentó explicarle que esto no guardaba ninguna relación con su experiencia pasada pero, el idiota se irritaba por el sólo hecho de que se los mencionaran.

Así, tranquilo y rodeado de los suyos, seguía pintando y ganando la admiración de los entendidos. Su arte parecía estar alcanzando el pináculo de la fama, mientras él prefería continuar allí recluido con la sóla ambición de jugar a ese entretenido juego todo el día y sin interrupciones.

 
                                                    
  


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