Judíos en la América prehispánica

Nota del autor: Hay muchas teorías y muchas hipótesis acerca de los primeros pobladores y los primeros «conquistadores» de las Américas. Naturalmente ninguna de ellas está confirmada -pero tampoco totalmente rechazada. Considero que es interesante, conocer algunas de éstas, tal vez también para conocer y apreciar más nuestro Continente.

Seguramente los conquistadores no se preocuparon en indagar de dónde habían provenido los pobladores de las tie­rras descubiertas; estaban interesados en adquirir riquezas y so­juzgar a los pueblos conquistados, pero cuando llegaron clérigos y gente de letras, quedaron sorprendidos por la diversidad de razas, costumbres, conceptos religiosos y culturales, y la situa­ción se tornó diferente. De repente surgió la necesidad de en­contrar una respuesta a la pregunta: « ¿De dónde provino este extraño conglomerado de seres humanos?, ¿Cómo y cuándo llegaron?

Aparecen teorías, muchas teorías, ingenuas y pueri­les algunas, otras basadas en estudios cuidadosos, con razona­mientos serios y lógicos. La investigación comenzó en el siglo XVI y dura hasta nuestros días. No obstante, aún no es posible dar una respuesta categórica con respecto al origen del hombre americano.

Una de las teorías plantea que sería de origen bíbli­co, o mejor dicho semita. Descendientes de Noé, cananeos, feni­cios, hebreos, serían los primeros pobladores, entre otros. Tam­bién se han difundido teorías que señalan que entre los primeros habitantes hubieran existido gente de origen griego, español, egipcio, tártaro, chino, africano, polinesio, habitantes de los continen­tes desaparecidos, además de pobladores de origen autóctono.

Entre los historiadores contemporáneos que investi­gan la Conquista y la Colonización, hay varios que insisten en la presencia hebrea en el continente, ya mucho antes de la Con­quista. Ellos se refieren no sólo a presencia de personas de ese origen entre los pobladores, sino aún más a costumbres religio­sas vigentes en algunos de los pueblos aborígenes;

Para los primeros colonizadores, en su afán de justificar su obligación de convertir a los indígenas a la doctrina cristiana, fue muy importante afirmar, que éstos también son des­cendientes de Adán, por lo tanto pertenecen a la misma Creación que los demás seres humanos. En primer lugar, se han tejido muchas conjeturas acerca del Diluvio universal. Según la Biblia, si Diluvio extinguió la especie humana, con la excepción de Noé y su familia, cuyos descendientes poblaron de nuevo el mundo.

El cronista chileno Fray Diego de Rosales, en su primer libro de Historia General del Reino de Chile, desarrolló esta tesis para Chile, y otros historiadores, contemporáneos de la Conquista y de la Colonización, la extendieron para algunos otros países de América Latina. Las discrepancias subsisten sólo con 'especio a cuál de los hijos o nietos de Noé habrían llegado a América para poblarla. En general, estaban de acuerdo que tenía que haber sido Ofir, hijo de Yactan.

El Padre Cabello Balboa cuenta: «Ophir fue el que más lejos llegó. Se apartó de sus hermanos y caminando por las costas del gran mar, donde se muestran anchas y larguísimas tierras y riberas, él solo las obtuvo y poseyó. Finalmente allí se estableció y dio su nombre a toda la costa cercana con el gran mar. Esta región, hasta el tiempo del Rey Salomón aún después, tuvo el nombre de Ofir. Tal es así que nuestros naturales son directamente Ofiritas. Desgraciadamente, aunque supieron con­servar la memoria del hecho que son descendientes del Patriarca Ofir, al no saber usar la escritura, poco a poco se fueron barbarizando.

Hay una coincidencia sugestiva: la Biblia habla de un país llamado Ofir, rico en oro, piedras preciosas y maderas olo­rosas, adonde manda su flotilla el Rey Salomón. Una flotilla, construida y conducida por marineros que su amigo Hiram, Rey de Tiro, le había facilitado.

Lo interesante es que Colón mismo cuenta en una carta dirigida a los Reyes Católicos, que había descubierto el país de donde había sacado el Rey Salomón su oro y sus piedras preciosas. Este lugar es Veragua, en vez de Venezuela, que tocó en su cuarto viaje. Escribe Colón: «Del oro de Veragua llevaron 666 quintales de oro a Salomón, y David en su testamento, dejó 3.000 quintales de oro de las Indias a Salomón para ayudar a la edificación del Templo». Es notable, que el historiador Josefo Flavio hace mención de estas tierras como fuente de oro, que Salomón había utilizado en la construcción del Templo.

La idea de que los indios podrían ser descendientes de los primeros pobladores hebreos, cautivó a los intelectuales más selectos, entre ellos al Padre Bartolomé de las Casas, sublime defensor de los indios. Es casi unánime la opinión, que la población derivó originalmente del tronco hebreo, es decir, de algún descendiente lejano de Noé.

Otro grupo de historiadores de la época de la con­quista insistió en que los pobladores fueron descendientes de las Diez Tribus Perdidas, haciendo referencia al Cuarto Libro Apócri­fo de Esdras, que narra la historia de las Diez Tribus perdidas de Israel en forma diferente de lo escrito en los Libros de Reyes I. o II. y de las Crónicas de la Biblia. Según esta fuente Salmanasar, el Rey de los Asirios, en la época del reinado de Osías en Israel, capturó a esas tribus y las llevó al cautiverio. Cuando terminaron los penosos años de la esclavitud, no que­rían volver a Jerusalén, sino acordaron buscar una región, aunque muy remota, donde nunca hubiese habitado el género humano. «Asi penetraron por los estrechos donde comienza el Río Eufrates» - dice el autor de Esdras. - «Por aquella región había un camino largo, que demoraba de año a año y medio en recorrerlo y que se llamaba la Región de Arsaret.»

Es fácil de comprender que una narración de esta índole haya tenido una enorme influencia en los escritores de la época de la Conquista, ya que una región desconocida por la humanidad, y tan alejada de Palestina, no podría ser otra que el Nuevo Mundo. Aún más, al haber identificado a Arsaret con Tartaria, podrían haber llegado hasta la Isla de Groenlandia, de donde por el Estrecho de Davis podrían haber pasado a la tierra del Labrador, que es ya la Tierra de las Indias. Como los conoci­mientos geográficos eran incompletos y escasos, resultó ésta una explicación lógica y convincente.

El Libro de Isaías contiene en el Capítulo 2, una pro­fecía que puede ser interpretada como la llegada de las Diez Tribus a las Indias Occidentales. «Volverá Dios a traer y juntar a los remanentes del Pueblo de Israel, que habían quedado en la esclavitud de los asirios de estos lugares, y también de las islas del mar.»

Un extraordinario personaje del siglo XVII, Manashe ben Israel, gran rabino de Amsterdam, renombrado escritor y humanista, nos dejó un testimonio muy interesante en su obra titu­lada «La esperanza de Israel». Cuenta, que vivió en aquel en­tonces en Amsterdam un judío español llamado Aron Levi, o, se­gún su nombre neocristiano, Antonio de Monteemos. Este Aron Levi había vivido durante algunos años en las Indias Occidentales, y fue protagonista de una extraordinaria aventura, como la cuenta el mismo en su obra: «Memorias personales de Peni».

Ocurrió que durante su permanencia en América, la Inquisición lo acusó de alguna herejía y lo encarceló. Luego de haber cumplido su sentencia, resolvió conocer aquella tierra y tomó como guía a un cacique indio, llamado Francisco. Un día, amargado por su desventura, exclamó sin pensar: Yo soy hebreo, de la tribu de Levi, mi Dios es Adonai y todo lo demás es un engaño.

Al oír estas palabras Francisco quedó muy sorpren­dido, y le preguntó, si también era hijo de Israel. Cuando Motecinos le aseguró que lo era, el indio insistió que fuera con él a conocer a su pueblo.

Después de un largo viaje, llegaron a la orilla de un río donde habitaba la tribu del cacique. Recibieron a Montéanos muy cordialmente, y éste oyó recitar, con enorme asombro, la oración tradicional hebrea: «Shema Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad». Le dijo entonces el indio Francisco: Estos hermanos tuyos, los hijos de Israel, los trajo Dios a esta tierra, haciendo con ellos grandes maravillas y muchos asombros. Pero tienen que vivir ocultos y retirados, hasta que llegue el tiempo de la Redención para todos los judíos. Montecinos escribe que todos los varones estaban circuncidados y tanto ellos como sus mujeres llevaron nombres bíblicos.

Fernando de Contreras, uno de los conquistadores, escribió que «al otro lado de Marañón hay una gran multitud de indios, que usan nombres hebreos», y agregó que « estos no pertenecen a los 'judíos infames', porque no estaban presentes en el juicio de Jesús».

No podemos negar, que un relato sensacional escrito por un supuesto testigo ocular, se citará durante los siglos poste­riores por casi todos los escritores. Sin embargo, Menashe ben Israel no quedó del todo convencido. Admitió que los primeros pobladores de América fueran israelitas, pero también anotó que luego, una ola de rudos y bárbaros mongoles hicieron irrupción, superponiéndose a los hebreos. Sólo así se puede explicar la diferencia racial entre los indios, o como dice el gran Rabino, « los de feo cuerpo y poca inteligencia descienden directamente de los tártaros, en cambio los de buen rostro y listos, de los he­breos».

Tanto Menashe ben Israel como otros historiadores y escritores, han observado similitudes en las costumbres, en con­ceptos religiosos, en conductas entre judíos e indios autóctonos. Algunos hicieron comparaciones con datos de la Biblia. Mencio­nan por ejemplo, que los indios de Yucatán se circuncidaron y rasgaron su vestimenta al recibir una noticia nefasta o de muerte, como los judíos lo hacen. Los indios peruanos mantenían un fuego vivo en sus altares, igual como se les había ordenado a los judíos en el Levítíco. En otras partes de México, el sábado era un día festivo, y todos tenían que asistir a las ceremonias religiosas y a la presentación de sacrificios. Las nociones referentes a la Crea­ción del Mundo tienen similitud con la descripción de la Biblia; por ejemplo el Popol Vuh. Los indios conocían sobre el Diluvio Universal.

Según el Padre Cumsilla, en lugares donde él ha predicado el Evangelio, los indios rechazaban la carne de cerdo, pero sólo antes de su bautismo. Según el Padre, tenían que la­varse el cuerpo tres veces al día y luego utilizaban ungüentos y aromas propios del judaísmo. Incluso, escribe que los indios eran judaizantes.

Algunos filólogos de la época, encontraron analogías filológicas entre el hebreo y algunos idiomas autóctonos. El Pa­dre Cumsilla hace referencia a que hay similitudes en las oracio­nes, no sólo en su contenido, sino también en las formas literarias de las expresiones. Cuando les preguntó cómo habían aprendido estas oraciones, le contestaron que de sus antepasados. Además, ellos no adoraron al Sol, sino Al que lo había creado.

No se puede mencionar aquí todas las referencias respecto al supuesto origen hebreo de los indios americanos; hay una literatura amplia al respecto.

Para terminar este capítulo, vale la pena mencionar, que existen hoy día casi tres millones de personas cuya religión 10 sólo cree en la llegada de las Diez Tribus perdidas del pueblo judío a las Américas mucho antes de la Conquista, sino también ¡n la restauración de las Diez Tribus y en la constitución de un nuevo Sión en el Nuevo Mundo: los mormones, cuyo Artículo de :e (No. 10) dice así: «Creemos en la congregación literal del pueblo de Israel, y en la restauración de las Diez Tribus»

El Libro de los Mormones relata la historia de las antiguas poblaciones de las Américas así: «América fue colonizada primero por una tribu semita, los jareditas. Eran los descendientes de Adán, según Cáp. 5. de Génesis: Adán, Cain, Abel, Set, ínash, Canaán, Jered, Enoc, Matusalem, Lamec, Noé.

Jared con su familia trabajó en la construcción de la torre de Babel, cuando sobrevino la dispersión de las razas. Para salvarlo a él, a su mujer y a su familia, el Señor le ordenó que instruyera una barca y llevara consigo, como Noé, todos los rulos de la Tierra. En efecto, después de una azarosa travesía, impulsado por un viento favorable, llegaron a las costas del Nuevo Mundo. Allí se multiplicaron, hasta formar una gran nación, 'ero con el correr del tiempo, cayeron en idolatría y sus costumbres se degeneraron y se convirtieron en crueles y salvajes.

En el siglo V a.C., una nueva ola de inmigrantes apareció en las costas americanas. Esta vez se trató de una tribu del pueblo judío, los nefitas, cuyo conductor, Nefi, era des­endiente directo de José. Trajeron consigo el culto del verdadero Dios. Pese a las advertencias de sus profetas, los befitas cayeron en el pecado y finalmente, después de crueles guerras, fueron exterminados por sus vecinos, los jareditas. Así es que Mormón, en las proximidades de la catástrofe, obtuvo las tablas que resumen la historia de su pueblo.

Los jareditas, judíos malos, pecadores e idólatras, se convirtieron en cobrizos, por castigo divino. Ellos, los hijos rojos de Israel, son los antepasados de los Pieles Rojas, de los Incas y de los Aztecas. Los nefitas, judíos buenos, se mantuvieron blan­cos, pero desgraciadamente murieron por sus hermanos de raza.

Está demás decir, que El Libro de Mormón está lleno de divagaciones fantásticas e incongruentes, pero vale la pena mencionar una profecía respecto a Colón. Dice el profeta Nefi en su Libro (Cáp. 13. 12.): « Y mirando vi entre los gentiles a un hombre, que estaba separado de sus hermanos por las muchas aguas, y vi que descendió el Espíritu de Dios y se posó sobre él, y el hombre viajó por muchas aguas, hasta encontrar a los descendientes de mis hermanos, que estaban en la tierra de promisión.»

La parte interesante de esta profecía es, que da por sentado como un hecho seguro que Colón era de origen judío, hecho que todavía está en discusión. Según el profeta Nefi, Co­lón no sólo era judío, sino que organizó su viaje por inspiración divina, exactamente como sus predecesores. Es decir, que en realidad vino en busca de sus hermanos de raza, para reunirse con ellos.

Se cuenta que en algunas aldeas de Polonia y de la Rusia zarista, existían leyendas muy conocidas por el pueblo ju­dío sufrido y atormentado, según las cuales los descendientes de las Diez Tribus vivirían prósperos y poderosos en algún sitio lejano no identificado, y que algún día vendrían a salvar a sus hermanos de raza de las manos de sus opresores y vengarían las injurias sufridas. Cuando los judíos hablaban de este tema, llamaban a los futuros salvadores como «los judíos rojos». Quién sabe, tal vez se referían a los indios de las Américas, identifica­das en estas vagas palabras las Diez Tribus perdidas de Israel.

Fue Humboldt quien afirmó que los fundadores de los estados indios eran pueblos o grupos de antiguas inmigraciones del Oriente. Fue el primero en divulgar la tendencia orientalista del poblado de las Américas.

Las cosmogonías andinas, los templos de los acoltuas, los libros mayas, la organización civil de los quechuas, las leyendas religiosas de los chichimecas, las clases sacerdotales, las abluciones rituales, los cantos litúrgicos, y muchos factores demuestran un parentesco entre las civilizaciones de la Américas con el Oriente Antiguo, y dentro de este complejo, con la judía.

II.

 

El Descubrimiento y la Colonización.

Cristóbal Colón, descubridor de América era - según muchos estudiosos e investigadores, descendiente de criptojudíos o, lisa y llanamente de judíos. El mismo se mostraba misterioso, cuando se refirió a su origen. ¿Por qué se empeñaba en ocultar su estirpe? Posiblemente tenía miedo de la Inquisición, o de que no le fuera confiada la grandiosa empresa, que estaba proyectando.

«Probablemente no supo nunca, quién era; sólo sa­bía, quién quería ser» - escribe Jacob Wassermann en su obra: «El Quijote del Océano».

Colón habló y escribió desde su arribo a España siem­pre y únicamente en español, nunca en italiano, y con soltura, a la par de sus contemporáneos. Se valió de éste idioma, su lengua materna, y con ella se orientó muy rápidamente en los círculos científicos, financieros y técnicos de España.

No obstante, él mismo solía sugerir a media voz, que tenía alguna conexión con el Rey David, y su inclinación por la sociedad judía y nueva cristiana era manifiesta.

Nació seguramente en Génova; sin embargo sólo en Italia doce ciudades, y otras más en diferentes partes del mun­do, se disputan la gloria póstuma de ser su cuna. Es probable que haya sido el mismo Colón el primero en ocultar la verdad, presumiendo que sus antecesores eran judíos o ex-judíos espa­ñoles, expatriados de España después de los pogroms de 1391 y de otros estallidos antijudíos. El nombre Colón o Colombo era bastante frecuente entre los judíos sefaradíes de Italia. Ni el al­mirante, ni sus hermanos sabían escribir ni hablar en genovés, en cambio, sí dominaban el idioma de sus padres y abuelos, ya convertidos al cristianismo.

 Algunos investigadores sugieren que Colón fue de ori­gen mallorquino, descendiente de una familia de marranos. En las cartas que escribió hay una señal parecida a las letras he­breas «bet» y «he» (abreviación de las palabras hebreas «baruj hashem, - sea bendito Dios», que los judíos piadosos ponen hasta hoy en sus cartas). Su firma es misteriosa, y encomendó a su hijo que la adoptara él también; es susceptible de haber tenido una interpretación hebrea. De algunos signos que utilizaba en sus cartas y anotaciones, parece evidente que conocía las letras he­breas cursivas, con las cuales se escribía el ladino que hablaban los judíos en España.

Llama la atención que comienza el relato de su viaje con una referencia a la expulsión de los judíos de España y men­ciona el Segundo Templo de Jerusalén, con la traducción del término hebreo «Segunda Casa», y dice que ello acaeció en el año 68 d.C. -la fecha casi coincide con la fecha real (70 d.C.). Crónicas del siglo XV y XVI mencionan, que habían varias fami­lias de apellido Colón en Mantua, entre ellas Rabi Yosef Colón, médico, filósofo, matemático y astrónomo, lo que parece confir­mar la ascendencia judía del famoso almirante.

Encontrándose en España, pronto conoció a Abraham Zacutto, el famoso astrónomo judío, y su obra, «El Almanaque perpetuo», y por su intermedio la obra de José Cresques de Ma­llorca, titulada «El mapa catalán», como también la inquietante teoría de Bar Hiya Ha-Bargeloni sobre la forma de la tierra, y Juan de Vallsecha, autor del famoso Mapamundi. Abraham Cresques trazó el primer mapa con los descubrimientos de Mar­co Polo; se supone con razón que Colón había conocido este mapa y había leído el «Itinerarium» y otros libros del famoso via­jero medieval, que era Benjamín Túdela.

Aprendió el uso del astrolabio, también obra de as­trónomos y cartógrafos judíos de Mallorca. El judío Josef Vecinto le preparó instrumentos náuticos.

En los círculos financieros trabó relaciones con Luís Santangel, el canciller real, y con Gabriel Sánchez, el tesorero real; ambos, nuevos cristianos.

El hecho de que a último momento lograra Colón el patrocinio de los soberanos españoles para su expedición, se debió en gran medida al entusiasmo y ayuda de las personas arriba mencionadas, y de un grupo de nuevos cristianos y del judío Isaac Abrabanel. Ellos financiaron los gastos y le abrieron el camino hacia los técnicos y los astilleros, donde hubo que elegir las naves y la tripulación. Por intermedio de Santangel, los reyes dieron su beneplácito al proyecto y Colón recibió un salvoconducto, para que no fuera molestado como judaizante, ni él ni sus descendientes.

Y de aquí surge un enigma. ¿Por qué tuvo que ser financiada esta hazaña con el patrimonio privado del Escribano de la Nación y no con dinero propiamente de la Corona? ¿Por qué fue el judío converso Luís de Santangel una verdadera áncora de salvación para este proyecto casi desahuciado, luego de su­cesivos fracasos ante otras instancias? ¿Por qué fueron, en su mayor parte, conversos que le prestaron apoyo financiero y logístico ante los círculos palatinos?

¿Por qué escoge como superintendente a Rodrigo Sánchez, pariente cercano del tesorero, quien quizás haya repre­sentado los intereses de los financistas de la empresa? Iban en la tripulación Marco el cirujano, Bernal el médico, Luís de Torres el intérprete, Alfonso de la Calle y Rodrigo de Triana, marineros, y un paje huérfano, cuyo nombre no se menciona, todos, marranos.

Triana fue el primero quien avistó la Tierra Nueva y Torres el primer europeo en pisarla, creyendo que podía conver­sar con los indios en hebreo, uno de los muchos idiomas que dominaba. Las huellas de todos esos colaboradores desapare­cieron, salvo las de Torres quien, según la crónica, se radicó en Cuba, donde recibió tierras.

Colón parece haber aplazado deliberadamente la par­tida de su expedición hasta el 3 de Agosto de 1492 a pesar de que todo estaba listo ya para el día anterior, que era el día de ayuno del 9 de Av, día que conmemora la destrucción de los Templos de Jerusalén. Historiadores posteriores anotan, que ha­bía en los barcos un buen número de pasajeros, todos marra­nos, que esperaron hasta el último momento de la expiración del plazo para salir de España, con la esperanza de que los Reyes retiraran el Decreto de la Expulsión, se supone que había tam­bién más viajantes que los mencionados por Pablo de Santa María: eran judíos fieles, judíos infieles, conversos y judaizantes, declarados y encubiertos.

Colón envió el famoso informe de su éxito, al haber retornado de América, a Santangel y Sánchez. Este informe fue inmediatamente publicado y circuló por toda Europa en dos ver­siones, y fue el mismo Santangel que exportó en sucesivas ex­pediciones caballos y granos a las nuevas tierras, constituyéndo­se así el iniciador de las explotaciones comerciales del Nuevo Continente.

Félix Gajardo, investigador chileno, escribe en su li­bro: «Colón en la ruta de fenicios y cartagineses», editado en 1992, que la idea de Colón acerca de la expedición y del descu­brimiento la concibió mucho antes, basada en una anunciación del IV. Libro de Esdras citada de las profecías de Isaías, que dice así: «De las siete partes de la tierra seis son enjutas y una sola ocupada por el mar. Cuando la tierra se secara, sé que seis partes quedaran secas y la séptima cubierta por aguas».

El Almirante decidió confirmar esta anunciación. Esta imagen fue premonitoria de lo que más tarde escribiría a los Re­yes: «para la ejecución de la empresa de las Indias no ha utiliza­do razón ni matemáticas ni mapamundos: llanamente cumplió lo que había dicho Isayas».

Gajardo menciona que la Iglesia no apoyó el proyec­to de Colón, porque el IV Libro de Esdras no está canonizado, ni incorporado en la Biblia; por eso no autorizó que Colón llevase consigo a un capellán; parece que los nuevos cristianos tenían más fe en el éxito.

Estudios señalan que en 1435 vivía en Pontevedra una persona llamada Abraham Fonterosa, y otra, Eliezer Fonterosa, y la madre del Descubridor, doña Susana Fonterosa, tuvo ascendientes quienes tenían los nombres de Jacob y Benja­mín. También en 1489 en Tarragona, figuran entre los condena­dos por la Inquisición, un tal Andrés Colón y su familia.

Numerosas actitudes confirman que a Colón lo atraían poderosamente inclinaciones cabalísticas.

Cuando en el siglo pasado se propuso la beatificación de Colón al Vaticano, se tropezó, entre otras cosas, con la opinión de la incertidumbre de su ascendencia y además, que su señora Beatriz Enríquez de Arana, tenía sangre judía.

Las crónicas comprueban que muchos nuevos cris­tianos y sus descendientes participaron en la colonización de Amé­rica, con la esperanza de escaparse de la Inquisición; lamenta­blemente esta esperanza se cumplió sólo parcialmente. Algunos pudieron ocultar su origen, otros no. Mientras estaban con vida, los refugiados contribuyeron con gran afán a la colonización y a la divulgación de la cultura española y occidental.

Hay muchas investigaciones, tanto judías como no ju­días, sobre la vida y las actividades de los marranos, criptojudíos o nuevos cristianos de origen español y portugués en los dife­rentes países del Nuevo Mundo, basadas en las Actas del Santo Oficio. Según estos documentos había muchos judaizantes, que intentaron mantener y fortalecer el judaísmo entre los refugiados, incluso había también proselitismo. Varios de los judíos participa­ron muy activamente en el comercio interior y exterior. Había judíos de ascendencia portuguesa, española, italiana e irlandesa, que figuran en las actas como portugueses. Es interesante, que durante largo tiempo las palabras «portugués» y «judío» fueran sinónimos.

Julio Caro Baroja escribe que los judíos de Europa no sólo traficaban con los de las colonias españolas, sino que lo hacían mediante una tupida red de corresponsales, utilizando bar­cos regulares. Aparentemente algunos de los marranos y criptojudíos se hayan enriquecido, como se ve en la gran canti­dad de valores que la Inquisición les confiscó, como parte del castigo. Bartolomé Bennasar considera que especialmente en los últimos tiempos, la Inquisición no se preocupó por la pureza de la fe y por la lealtad religiosa de los nuevos cristianos, sino sólo por conseguir sus riquezas; regía el deseo del enriquecimiento personal de los inquisidores. En 1595 el Tribunal de Nueva Es­paña comunicó a la Suprema de Madrid, que los judíos del Nue­vo Mundo estaban en comunicación traidora con Holanda, e in­tentaron describir el trabajo del Santo Oficio como un «servicio político». El cargo de conspiración fue un pretexto para encarcelar a los judíos y confiscar sus bienes, para eliminarlos como rivales económicos y comerciales de la nueva clase empresarial, que surgió entre mestizos y criollos, y para destruir de una sola vez toda posibilidad de revuelta. Pero al igual que en todos los casos precedentes existía el deseo de erradicar todo rastro de ju­díos y judaísmo de Nueva España. La historia posterior de la Colonia comprueba que éste, como todos los intentos similares, terminó con fracaso parcial.

Está comprobado que habían judíos o criptojudíos im­portantes en México, Brasil, en el Virreinato de Perú, en el del Río de la Plata, en Chile, y en casi todos los otros países de América.

Su aporte y el de sus descendientes fue positivo en el descubrimiento, en la pacificación del indio y en la coloniza­ción; en el comercio, navegación y transporte, en la explotación de minas, fundación de industrias, en inventos, en las ciencias, artes y letras. Contribuyeron con extraordinario esfuerzo al pro­greso y al bienestar de sus nuevas patrias, a pesar de las enor­mes adversidades y obstáculos. Muy diferente hubiera sido el cur­so de la historia sin ellos, y con ellos sin la Inquisición.

Hay algunos investigadores, y el autor comparte su opinión, que mantienen que los mártires de origen judío que mu­rieron en las hogueras, en las cámaras de tortura y en los cala­bozos del Santo Oficio, fueron héroes de la libertad americana, mucho antes del estallido de la verdadera lucha por la Indepen­dencia. Con su muerte sirvieron a una causa que sobrepasó los intereses exclusivos de la religión y de la práctica de determina­dos ritos. Ellos querían vivir según sus creencias y criterios reli­giosos, y cumplir con los preceptos que les había prescrito su tradición. Querían vivir como hombres libres, representando un ideal, merced al cual se echaron los cimientos de las futuras na­ciones americanas, y especialmente de los futuros Estados Uni­dos. Son héroes olvidados, gran parte desconocidos, y sin em­bargo, precursores espirituales de la libertad, y por el derecho de ser diferentes en aspectos religiosos, culturales y espirituales.