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Animales: HOMBRES Y BESTIAS
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Lalita2  (Mensaje original) Enviado: 12/08/2009 19:48

 

 HOMBRES Y BESTIAS

 


Hay dos series de experimentos realizados en los años 60 que me propongo comparar brevemente.
Una de ellas fue ejecutada entre macacos (1), Como es frecuente en biología, se trata de un experimento cruel: los animales están en cautiverio y se los entrena para tirar desde una cadena cada vez que necesitan alimentarse; una vez afianzado ese comportamiento, se conecta cada tirón de dicha cadena con una descarga eléctrica padecida por otro macaco. El animal que ejecuta la acción advierte inmediatamente que su acto de pedir alimento pasa por el sufrimiento de un prójimo. ¿Qué hará?

Antes de dar el resultado estadístico del experimento, deseo recordar otras célebres experiencias de Milgram (2), Fueron ejecutadas en la década del 60 y también involucraban una situación de castigo con descargas eléctricas. Pero los sujetos del experimento fueron hombres. Ello obligaba a mayores sutilezas: el experimentador quería medir la agresividad humana bajo órdenes dadas por una autoridad (el Dr.Milgram, de la universidad de Yale); se invitó a sujetos desprevenidos (en un muestreo que asegurara una representación de individuos normales) para colaborar en una "experiencia científica destinada a medir la influencia del castigo en el aprendizaje" (el fin real del experimento, pues, estaba camuflado para los colaboradores desprevenidos); hubo un sorteo aparentemente azaroso sobre quién sería paciente y quién castigador; naturalmente, un colaborador de Milgram (y buen actor) sacaba siempre en el sorteo la función de paciente: era atado a una especie de silla eléctrica, los cables salidos de ella estaban visiblemente conectados a un tablero que manejaría el victimario; el director de la experiencia indicaba a éste que leyera pares de palabras de un listado; el paciente debía repetir las listas de palabras en el orden escuchado: cuando se equivocaba (cosa que el colaborador-actor hacía pronto), el castigador recibía instrucciones de iniciar descargas progresivas: en su tablero el teclado indicaba desde 10 voltios a 315. ¿Qué hará?

Cuando tiren desde la cadena u opriman el teclado, tanto el macaco como el hombre serán testigos del dolor provocado por ellos sobre un prójimo. El macaco está cercado por una trampa dura: ese castigo es condición para obtener alimentos. El hombre, en cambio, está cercado por una tenaza más blanda: la autoridad que le manda castigar y la presencia viva del dolor en esa víctima que jamás ha visto y que nada le ha hecho para merecer el castigo.

Y aquí están los hechos. Milgram obtuvo de sus agentes castigadores este resultado: el 65% aplicó descargas máximas, mortales, a esa víctima desconocida que cometía errores al repetir pares de palabras. En 1970, el Instituto Max Planck de Münich afinó la marca al obtener un 86% de instructores convertidos en verdugos. Gente común y corriente, sacada de la calle.

En el experimento citado por Carl Sagan el 87% de los macacos se negó tirar desde la cadena (uno de los animalitos estuvo sin probar alimentos durante dos semanas); sólo el 13% restante eligió castigar a otro macaco para obtener comida. Un detalle importante: cuando se colocaba en situación de agentes castigadores a macacos que habían sufrido las descargas, se negaban masivamente a hacerlo.

Nótese la notable puntualidad con que se invierten las cifras de Milgram en Münich con las de los macacos: el rey de la creación, el único ser moral según pregonan filosofías y credos religiosos, el animal racional, elimina a un congénere que ningún daño le hizo, que no conoce, por un motivo tan trivial como errar la repetición de palabras y en obediencia a otro congénere, a quien tampoco conoce.

Y ese animal subalterno, máquina instintiva según aseguran los letrados de siempre, incapaz de elevación moral alguna, de lenguaje, de razonamiento, de técnica, no dotado de alma, ese macaco confinado al hambre si no tortura a su vecino, ahí está en su pequeñez dando el ejemplo callado, sobrio, de su enormidad moral.



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