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De: \קяîи¢є§îtα x  (Mensaje original) Enviado: 01/01/2011 16:44

A la desesperada encontré amo

No había una sola semana que no comprase el periódico de anuncios locales. La publicación me estaba siendo de gran ayuda, había conseguido comprarme el coche de segunda mano y había tenido una experiencia inolvidable con un amo, que aunque muy cabrón, severo y al que le gustaba mucho el sado me había provocado un torrente de nuevas fantasías que no conocía. Pese al gran dolor que me había causado estirándome los huevos y quemándome con la cera, había descubierto esa extraña afición en mí. Fue una auténtica lástima no haberlo practicado antes y haber llegado perfectamente adiestrado a ese amo, pero no pasé la prueba.

La sección de contactos del periódico estaba plagada de pequeños anuncios de todo tipo, chicos jóvenes que buscaban su primera experiencia con tíos, maduritas cachondas, casados curioso, búsqueda de tríos… pero a mí esos anuncios me daban lo mismo, ni los miraba. Sin embargo, encontré uno que quizás fuese lo que andaba buscando: "Te busco a ti, sumiso, disciplinado y sin límites, abstenerse curiosos", acompañado esta vez, de un número de teléfono.

Pasé nervioso el día entero, dándole vueltas, llamar, no llamar, no sabía qué hacer, tenía miedo de dar con algún amo como el último, pero al tiempo que me empalmaba solo de pensar en volver a verle. En ese anuncio sólo había dos palabras que me retenían poderosamente como dos cadenas para no llamar, "sin límites".

La imprudencia, la excitación, el ansia, o quizás un batido de todas ellas, aliñado con una gran dosis de morbo, hicieron trizas las cadenas decidiéndome por fin a coger el teléfono y marcar los dígitos que conformaban el número de teléfono del amo. Pulsé el botón verde de descolgar y esperé el tono mientras pintarrajeaba compulsivamente un trozo de papel junto al periódico.

-¿Diga? – sonó una voz al otro lado del teléfono tras cuatro tonos.

-Sssi, ho hola – dije nerviosísimo.

-¿Quién es? – dijo el amo.

-Llamo por el anuncio, soy su sumiso – dije en un arranque de valor.

-¿Edad? – me preguntó.

-26 años.

-¿Límites?

-Ninguno señor – dije firmemente.

Sabía de sobra que eso me podría conducir a una espiral de morbo, placer y sobre todo dolor, pero me daba igual.

-¿Hoy te viene bien?.

-Por supuesto – dije tratando de no parecer impaciente.

-Bien, vendrás a mi casa, a una dirección que sabrás cuando yo quiera que sepas, te la mandaré a este número por el que me llamas, en el momento de recibir el mensaje tendrás 30 minutos para llegar, ni uno solo más, no podrás venir más que andando…

-Entiendo, amo.

-No me interrumpas, no he terminado. Deberás saber que en un momento determinado te pediré algo, un precio, y te advierto que será un precio muy elevado por ser mi perro, el mayor que hayas pagado por algo en tu vida.

-No tengo mucho dinero amo – dije con tono de pena.

-Tu dinero no vale nada, no busco eso, en su momento sabrás lo que es, pero no podrás negarte a pagármelo si es que quieres quedarte conmigo, y no es negociable, ¿te ha quedado claro?.

-Muy claro amo, pero…

Me había colgado, había dicho todo lo que tenía que decirme, y yo había aceptado así que no podía sino esperar. Cargué el móvil, no quería que por cualquier circunstancia me quedase sin batería, incluso rechacé dos llamadas entrantes de amigos, ese día no estaba para nadie, solo para mi amo, al que aún no conocía.

Como no sabía en qué momento recibiría el ansiado mensaje, me vestí, unos vaqueros, camiseta y deportivas. Así tendría eso ganado. No sabía qué hacer, cualquier actividad me resultaba insatisfactoria, me aburría con todo por mi incapacidad para concentrarme, me daba igual ver la tele que navegar por internet que leer, sólo pensaba en qué me depararía este nuevo amo y sobre todo a qué se refería con eso de "un precio muy elevado".

Por fin, cuando estaba finalizando una parca cena el móvil emitió el sonido que indicaba que un mensaje acababa de entrar. En él pude leer una dirección, pero no tenía ni idea de dónde estaba. Me conecté a internet lo más rápidamente posible, era consciente de que el tiempo corría en mi contra. Cuando puse la dirección y el mapa se mostró se me vino el mundo encima. Había más de hora y media andando hasta aquel lugar. Reconocía aproximadamente dónde estaba. Imprimí el plano y salí de casa como alma que lleva el diablo.

Pasé junto a mi nuevo coche de segunda mano, pensé en cogerlo, pero el amo había sido muy explícito, debía ir andando. Aunque no lo hice, andando no me habría dado tiempo, quizá corriendo…

Tras media hora corriendo di gracias de estar en relativa buena forma física y sobre todo de haber elegido unas zapatillas como calzado aquel día. Con el mapa en la mano y jadeando busqué el emplazamiento señalado. Entré en una calle de chalets adosados bastante corrientes. Era casi de noche, había poca gente por la calle, desgraciadamente, había pasado ya la media hora y dudaba de si el amo me querría recibir.

Atravesé el camino del jardín que llevaba a su puerta y mirando el timbre, pensé si salir corriendo en sentido contrario. Pero toqué el botón, la verdad es que no me quedaban fuerzas para seguir corriendo. Con la mirada clavada en el suelo, y tratando de recuperar la respiración esperé a que la puerta se abriese.

Unos instantes después pude oír un chasquido y la puerta se abrió. Lo primero que vi del amo fueron sus pies, enfundados en unos muy usados calcetines blancos. Seguí subiendo por unos pantalones vaqueros muy claros y gastados, una camiseta muy ajustada y le miré directamente a la cara. No tendría más de 35 años, algo más de metro ochenta, barba de dos días, pelo castaño oscuro corto y ojos claros. Al verlo mi polla dio señales de vida.

-Llegas tarde – me dijo sin más.

-Lo siento amo – dije mirando al suelo de nuevo – vivo lejísimos.

-Serás castigado por esto y te advierto que no te va a resultar placentero en absoluto el castigo, así que como no hemos comenzado, te daré la opción de irte.

-Entiendo amo, pero me quiero quedar, asumiré mi castigo, me lo merezco – dije resignado.

-Pasa –dijo apartándose esbozando una leve sonrisa.

Entré dubitativo a una especie de recibidor, decorado con un mueble a un lado y un espejo a otro. La puerta de la entrada fue cerrada una vez estuve dentro. De uno de los cajones del mueble el amo sacó dos bolsas de basura azules.

-Mete aquí tu cartera, móvil, llaves, ese tipo de cosas que lleves encima – dijo abriendo una de ellas.

-Pero para qué –dije temeroso.

En ese momento recibí un tortazo que me llevó la cara al otro lado.

-Auuu – dije pasándome la mano por la mejilla ardiente.

-Obedece – me dijo sin más.

Rápidamente me eché mano a los bolsillos. Extraje el móvil, la cartera, y las llaves, tirándolo todo al interior de la bolsa.

-¿Está todo?.

-Sí, sí, amo, está todo - dije firmemente.

-No quiero que nos molesten – dijo cogiendo mi móvil y desarmándolo por completo.

Sin decir nada más, dejó caer el móvil despiezado, cerró la bolsa y desapareció de mi vista, doblando la esquina de lo que parecía un pasillo a mi izquierda. Esperé paciente hasta que volví a verle.

-Te devolveré esa bolsa cuando acabemos.

-Gracias amo.

-Ahora mete en esta tu camiseta, pantalón y zapatillas – dijo abriendo la segunda bolsa que había sacado.

Me saqué a toda prisa la camiseta, al tiempo que me quitaba las zapatillas con los pies. Desabroché el pantalón, me lo quité, y metí todo en la bolsa, quedándome únicamente con el bóxer y los calcetines.

El amo cerró la bolsa y la dejó caer al suelo. De un cajón del mueble de la entrada extrajo unas correas.

-Esta vez te las pondré yo, la próxima vez que vengas, te las pondrás tú solo, ¿entendido?

-Sí, amo.

-Bien, extiende un brazo.

Obedientemente le entregué mi brazo derecho. El amo no tardó en atarme a la muñeca una gastada correa de cuero con una anilla. El tacto con el cuero le había encantado mi polla que ganaba tamaño con gran rapidez.

-La otra – dijo.

Le extendí mi brazo izquierdo, y de pronto otro tortazo brutal me giró la cara por completo.

-Aaaaauuu.

-¿Qué coño es esto? – dijo señalándome mi muñeca.

Tras recuperarme del tortazo tardé un instante en comprender que aquello que señalaba era mi reloj.

-Un reloj amo.

-¿Y no te dije que metieses ese tipo de cosas en la bolsa? –dijo quitándomelo con brusquedad.

-Lo siento no me di cuenta amo.

-Empezamos mal, serás castigado por esto también – dijo tirando el reloj al suelo.

El reloj dejó marcada para siempre la hora de mi fatal error, pues no volvió a funcionar más tras el golpe. El amo me apretó la correa del brazo izquierdo con más fuerza que la del otro lado. Después de eso me ató sendas correas restantes en los tobillos.

-Ahora tu collar –dijo sacando uno de un cajón.

No pude si no mostrarle una sonrisa. Nunca me habían puesto ese tipo de correas, aunque si collares y me encantaba. Cuando terminó de ponérmelo se alejó un metro, como queriendo mirar a su nuevo perro con cierta perspectiva.

-Perfecto, ahora ponte a cuatro patas y coge esa bolsa – dijo señalándome la bolsa donde estaba metida mi ropa.

Con rapidez me coloqué a cuatro partas, me acerqué y tomé la bolsa de basura con una mano.

-¡Con la boca estúpido perro! – gritó.

-Lo siento amo.

Obedecí sosteniendo la bolsa entre mis dientes. Parecía mucho más pesada. El amo caminó hasta la puerta de la entrada y la abrió de par en par.

-¿Ves aquel contenedor de ahí? – dijo señalando con la mano.

Lo observé, era un contenedor de basura normal y corriente situado justo a la salida del jardín del chalet en el que estábamos. Miré a mi amo y le asentí con la cabeza.

-Pues ya estás sacando la basura.

Pensativo le miré. La orden era clara, meter en el contenedor la bolsa con mi ropa.

-Pero amo, cómo volveré a casa – le dije soltando la bolsa.

-Ese ahora es el menor de tus problemas, ¡y no sueltes la bolsa chucho malo! – dijo dándome una patada en el culo.

La volví a coger entre mis dientes y gateando salí de la casa, bajé con gran dificultad los dos escalones que me separaban del pequeño camino y anduve hasta la salida de la propiedad. Se me iban clavando en las rodillas y en las manos piedrecitas. Cuando llegué a la calle miré a los lados esperando no ver a nadie, sin embargo al fondo de la calle pude ver un corrillo de niños que jugaban con sus bicicletas. Con gran rapidez metí en el contenedor la bolsa y me adentré de nuevo en el jardín, el amo me esperaba bajo el marco de la puerta con una sonrisa en la cara.

-¡Date prisa joder!.

Aceleré. Por el camino pensaba que si el amo me dejaba salir pronto quizás pudiera recuperar la bolsa con mi ropa.

-Así se hace – dijo mi amo cerrando tras de mí la puerta una vez estuve dentro.

Se giró sobre sus talones y comenzó a andar.

-Vamos perro, tenemos toda la noche por delante.

¿Toda la noche?, pensé, eso echaba por tierra mis planes de recuperar aquella bolsa azul. No volvería a ver aquella ropa si el camión de la basura pasaba con la misma diligencia con la que lo hacía por mi barrio todos los días.

El amo enfiló unas escaleras arriba, le seguí, jamás había subido a cuatro patas unas escaleras y pude comprobar lo realmente complicado que resulta. Sin embargo aquello me estaba poniendo a mil. Cuando llegamos al primer piso pensé que se habían terminado las escaleras, todas las puertas de lo que probablemente serían dormitorios estaban cerradas. Había una planta más que no tardé en conquistar al llegar a un rellano con una única puerta cerrada con llave.

Respiré aliviado al ver que no había más escalones, me ardían las rodillas y me dolía la espalda por culpa de la postura. Mi amo abrió la puerta, la estancia estaba levemente iluminada era una gran buhardilla. Entré tras él y observé. Era grande, con el techo con el techo inclinado. Sin embargo lo más llamativo era el equipamiento, una gran mesa de madera, más bien baja, rectangular con cadenas en los extremos, una gruesa cadena que colgaba de la parte más alta del techo, una mesa con artilugios, y una jaula muy pequeña, en la que por alguna extraña razón me apetecía estar.

-Túmbate sobre la tabla, boca arriba – me ordenó el amo mientras cerraba la puerta y encendía una bombilla que colgaba cerca de la gruesa cadena.

Me acerqué gateando hasta la mesa era muy larga, sobre los dos metros y medio o quizá más. De reojo vi cómo mi amo me miraba subirme a la mesa y tumbarme boca arriba.

-A ver estira los brazos hasta las esquinas – dijo acercándose a mí.

Ató mi brazo derecho a la cadena valiéndose de la anilla que tenía mi correa y el gancho en el que finalizaba la cadena que tenía la cama. Lo mismo ocurrió con el otro brazo. De nuevo atado a merced de un amo, la polla me daba saltos de alegría dentro del bóxer, hecho que no pasó desapercibido por el amo.

-¿Te gusta esto, perro? – dijo el amo mientras me manoseaba el paquete.

-Mucho, dije sonriéndole.

-Pues que sepas que aquí no has venido a divertirte -dijo apretándome las pelotas de repente.

-Aaaaaaaaaaaaah, vale vale amo lo que usted diga.

Lentamente me sacó el bóxer dejando al descubierto mi polla, que había perdido algo de tamaño. Llevó a las esquinas mis pies y me los ató como hiciese con las manos. En cuanto finalizó se sentó en el suelo, a la mitad de la improvisada cama, yo le observaba, estaba manipulando algo debajo de mí. Un ruido como a carraca comenzó a sonar y a los pocos segundos noté cómo mis manos y pies se estiraban cada vez un poco más. El amo miraba cómo mis extremidades se alejaban cada vez más unas de otras.

-AAaaaaaaaaaayyy amo duele.

Empezaba a dolerme cada brazo, cada pierna, incluso la espalda, pero la carraca seguía sonando.

-AAAAAAAAAAAAAAAAyyy paree pareee – grité.

Por fin cesó, sin embargo el dolor seguía ahí, se hacía algo más soportable, pero no se marchaba. El amo se puso en pie y me observó.

-Y ahora, ¿estás cómodo? – me dijo con una leve sonrisa.

-No amo, para nada – dije con una mueca de dolor.

-Bien.

Caminó hacia la mesa. Rebuscó sobre ella y cogió una delgada cuerda blanca. Estaba atado y sabía de sobra donde me la iba a poner. Noté de nuevo sus manos agarrándome las pelotas y estirándomelas, aunque esta vez con más suavidad. Con la cuerda me rodeo varias veces los huevos y apretó con fuerza.

-AAAAAAAAAaaah – chillé.

-Gritas, pero en el fondo te gusta ¿verdad putita?.

-UFFF si amo – dije un poco avergonzado.

Cuando terminó de apretarme los huevos rodeó la base de mi polla con la cuerda restante y también la apretó fuertemente. Con la erección y la tensión por la cuerda se me descapulló sola. Me dolía casi más que las articulaciones de brazos y piernas, sin embargo me estaba gustando a pesar de ver cómo se me enrojecían por momentos polla y huevos. Pude notar como el miembro de mi amo abultaba enormemente el pantalón, le estaba gustando hacerme eso y eso a mí, también me gustaba.

-Ahora recibirás tu castigo por tu impuntualidad y el descuido del reloj– dijo volviéndose de nuevo a la mesa de los artilugios.

Esta vez no rebuscó mucho, cogió un látigo. En cuanto lo vi me tensé entero, probé las ataduras instintivamente, deseaba no estar ahí para ver el látigo en acción, pero el primer latigazo llegó con rapidez.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAyyyy – grité al recibir un impacto en el pecho.

-Estás aquí voluntariamente, ¿quieres irte? – dijo lanzándome otro fustazo al pecho.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAaaaaaaaaaaaaaaaay nooo noo amo no quiero – dije cerrando los ojos.

-¿Seguro?

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAhhh – me retorcí ese había ido a la polla que estaba completamente hinchada y debido a las ataduras no perdía la erección – sssii, ssi, amo, estoy seguro.

-Pues no te veo muy convencido – dijo armando el brazo de nuevo.

El siguiente golpe hizo que me replantease todo. Un tremendo latigazo en mis pelotas que estaban muy apretadas por la cuerda y amoratadas me hizo ver las estrellas.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh.

-¿Y Ahora?, ¿quieres irte ahora? – dijo soltándome otro fustazo tremendo en mis maltrechos huevos.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh por por por favor pare amo pare, me duele – le supliqué.

El latigazo que siguió solo consiguió engañar el dolor que sentía en las pelotas, me dio de lleno en los muslos, generándome dolor y picor.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAyyy por favor pareee – grité.

-¿Qué? ¿es que acaso te quieres ir?.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh-

Sendos latigazos dieron de lleno en la planta de mis pies. Me lamenté profundamente de no haberme puesto calcetines más gruesos aquella mañana, y a la vez agradecí como nunca el tenerlos puestos. Tenía tanto dolor que me entraron ganas de vomitar, estaba mareado, sólo quería que aquello parase.

-Tienes mala cara, ¿quieres irte?, puedo seguir así el día entro – dijo soltándome otro latigazo más a mis huevos.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAhhhh, noo noooooo, quiero quedarme – dije como si hablase alguien por mí.

-Está bien, de todos modos, no te dejaré ir hasta que acabemos – dijo dándome otro latigazo en la polla.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh.

-Esto es lo que te espera cada vez que llegues tarde o cometas algún error ¿está claro? – me preguntó el amo mirándome.

-Sí, muy claro amo – dije aún mareado.

-Te dejaré que descanses, tengo cosas qué hacer.

Se dirigió a la puerta y se marchó. Me quedé a solas con mis innumerables dolores, brazos, piernas, pies, huevos, polla, y pese a todo tenía la impresión de que este amo era mejor que el anterior con el que había topado, o al menos, menos sádico.

Conforme se me iba pasando el dolor de huevos, la imagen de mi polla atada y roja me provocaba unas enormes ganas de pajearme, aunque era del todo imposible. Las babas que expulsaba la polla me empezaban a mojar la barriga gotita a gotita, era una auténtica tortura.

Por fin, el amo regresó. Lo primero que hizo, sin decir nada fue desatarme los pies. Aproveché para encoger las piernas y recuperar algo de movilidad. Después mis brazos quedaron libres. Casi como si de un acto reflejo se tratase llevé mi mano a mis huevos.

-¡No te toques! – me gritó mi amo dándome un sonoro tortazo.

-Auu, lo siento amo.

El amo se dirigió hacia la mitad de la habitación y de un tirón bajó la cadena que colgaba de una polea.

-Ven, siéntate aquí – dijo señalando con su dedo el suelo.

Obedecí, observando el arnés que daba por finalizada la cadena di por supuesto que me ataría a él las manos, y se las extendí una vez me hube sentado. No obstante, no parecía querer mis manos el amo, puesto que se dirigió directamente a mis pies con la cadena en la mano, atándomela a las correas de los tobillos.

Con cara de tonto y de asombro vi cómo me terminaba de atar y se dirigía de nuevo a la mesa de los trastos. Revolvió y se giró con un pequeño candado.

-Pon las manos atrás – dijo abriendo el candado con una diminuta llave.

Lo hice sin rechistar. A los pocos segundos tenía también las manos atadas, aunque a la espalda. El amo se retiró al otro extremo de la polea. Mediante un mecanismo manual la cadena que terminaba en mis pies comenzó a subir. Poco a poco, casi cansinamente observé el lento elevar de mis piernas, hasta que el culo me empezó a arrastrar por el suelo. La postura se empezó a poner incómoda.

-AAaaaah me duelen las piernas amo – me quejé.

-Te jodes perro.

Con el culo ya sin contacto con el suelo lo siguiente que arrastró fue mi espalda, el dolor de tobillos y la fricción con el suelo me estaban resultando muy molestos. Casi agradecí quedar colgado boca abajo, al menos no iba rozando con el suelo. Cuando mi cabeza distaba un metro del suelo el amo paró. La sensación era extrañísima, algo de mareo y el tratar de girar el cuello para ver las cosas rectas fueron mis primeras reacciones.

Por el rabillo del ojo observé a mi amo dejando caer sus viejos vaqueros. No llevaba nada debajo, por lo que vi su enorme polla, muy gruesa y de aproximadamente 20 centímetros. Estaba empalmadísimo, tanto como yo. No tardé en tenerla frente a la boca y mi reacción fue metérmela entera. La chupé con entusiasmo, se me había olvidado el dolor de tobillos, me estaba encantando.

-MMMMM que bien lo haces perro – dijo complaciente el amo.

Seguí y seguí. Las primeras gotas de lubricación aparecieron y las succioné con rapidez. Estaba cachondísimo y me encantaba lo que estaba haciendo, hasta la postura, me habría pasado días así. De pronto un inmenso placer me hizo parar en seco. La lengua de mi amo estaba haciendo un espectacular trabajo en mi súper hinchado miembro. Aunque desconcertado, decidí devolverle el favor continuando con la mamada.

Parecíamos enzarzados en una disputa por hacer la mejor mamada. Dicha disputa definitivamente la ganó mi amo.

-AAaaaaaaammmm oooooh – dije cerrando los ojos.

Dejé de lamer nuevamente con el único fin de disfrutar plenamente la corrida tan brutal que estaba teniendo. Miré hacia arriba y vi al amo tragándose hasta la última gota de mi leche.

-¿Piensas dejarme a medias? – dijo de pronto.

Confuso, reinicié la mamada disfrutando de las últimas chupadas a mi polla. Sin previo aviso mi boca se llenó de lefa. Unos inaudibles gemidos confirmaron el orgasmo de mi amo. Era la corrida que más rica me había sabido, a pesar de estar colgado por los pies.

En cuanto terminé, el amo sacó su polla y se separó. Lentamente la cadena comenzó a bajar. Mi cabeza tocó con suavidad el suelo, a la que le siguió el resto del cuerpo. Mis pies fueron desatados de la cadena, no así mis manos, que seguían estando atadas a la espalda.

El amo se dirigió a la jaula, abrió la puerta y me hizo una señal con el dedo para que entrase. Entré caminando de rodillas, la cabeza me tocaba con los barrotes y apenas había sitio para las piernas. La puerta se cerró con un golpe seco y un candado certificó mi cautiverio.

-Ahora hablemos del precio – dijo el amo apoyándose sobre la jaula.

-¿El precio? – dije algo confuso.

-Sí, recordarás que te dije que para quedarte conmigo deberías pagar un precio.

-Lo que sea amo, lo que sea, da igual, usted manda – dije ansioso.

-No tan deprisa. Has de saber que tengo algún otro perro además de ti, todos lo han pagado. Otros excelentes candidatos se negaron.

-Menudos idiotas, ¿cuál es?, yo lo pagaré, me da igual – dije nervioso.

-Tus huevos – dijo de pronto.

-¿Mis huevos?, no entiendo – dije extrañado.

-Sí, tus huevos. Si decides quedarte conmigo serás castrado.

Me quedé completamente helado. Aquello me calló como un verdadero jarro de agua fría, muy muy fría.

-Pero amo… - dije con un hilo de voz.

-Ya te dije que es un precio muy alto, me gustan los perros castrados, son más obedientes.

-Es que..

No sabía qué decir. Me los miré amoratados por las cuerdas cómo si no los fuese a ver más en mi vida.

-Esta noche dormirás ahí. Te dejaré que lo pienses, si por la mañana quieres quedarte conmigo serás castrado y te convertirás en uno de mis perros, si no, te irás.

-¿Duele? – dije de pronto.

-No, en cualquier caso no lo hago yo, vendrá un amigo veterinario a hacerlo. En unos minutos estarías despojado de tu carga.

-Pero no son ninguna carga – dije mirando triste al suelo.

-Ese es mi precio. Piénsalo, por la mañana me deberás dar una respuesta.

Se dio la vuelta, apagó la luz y se marchó cerrando con llave la estancia. Mis ojos no tardaron en acostumbrarse a la poca luz que entraba de la calle por los ventanales del tejado. Había sido una experiencia fantástica, me encantaba el amo, quería quedarme, pero también me sentía muy apegado a mis huevos. Se me vinieron a la cabeza ridículos mitos de que no se me volvería a empalmar nunca, o me cambiaría la voz. Apenas pude dormir, la idea de que mi última corrida en condiciones se la hubiera tragado mi amo me ponía a mil. Trataba de rozarme la polla y los huevos atados y maltrechos con los pies, como tratando de aplazar la decisión. Dormía a ratos, pesadillas, pensamientos extrañísimos me asaltaban al cabeza.

Cuando abrí los ojos ya había luz natural. Sin embargo no fue eso lo que me despertó si no el ruido de la cerradura de la boardilla. Tras la puerta apareció el amo vestido con un bóxer y los calcetines del día anterior.

-Y bien, ¿qué has decidido? – fue lo primero que me dijo.

-¡Me quedo!, cástreme – dijo mi boca, que parecía estar desconectada de la parte racional de mi cabeza.

El amo abrió la puerta de la jaula y me hizo salir. Me quitó las correas de tobillos, manos y cuello, también la cuerda de la polla. Salió al descansillo y de la boardilla y entró con un macuto.

-¡Vístete! - me ordenó.

Se dio la vuelta y se marchó. En el interior del macuto hallé un chándal viejo y unas deportivas que me estaban algo pequeñas. Me lo puse todo pensando que quizás me llevaría a casa de su amigo veterinario a consumar mi decisión. Al rato la puerta se abrió de nuevo, el amo seguía vistiendo igual que antes.

-Venga, baja – dijo enfilando las escaleras.

Le acompañé. Enseguida estábamos en la entrada del chalet. El desapareció unos instantes y apareció con una bolsa de basura azul.

-Aquí están tus cosas, puedes irte, estate pendiente del móvil, ya te llamaré.

-Pero… ¿no me va a castrar? – dije algo asustado.

-No. Claro que no. Sólo era una prueba, quería saber qué grado de compromiso estarías dispuesto a asumir por mí. Además tu leche está muy rica – dijo con una leve sonrisa – no quisiera estropear eso, además no tengo ningún amigo veterinario.

Recogí la bolsa. En ella encontré todo lo que había metido el día anterior, cartera, móvil, llaves… me los metí en los bolsillos y miré al amo.

-¿Soy su perro? – le pregunté algo cortado.

-Lo eres.



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