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Curso de Crecimiento-Nivel 1: Tema 6- Segundo Texto de Apoyo
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De: Ceciliak59  (Mensaje original) Enviado: 14/05/2010 13:59
LA IDEA DE LA JUSTICIA EN LOS EVANGELIOS

Extractos de “El nuevo hombre” del Dr.Maurice Nicoll

Primera Parte

Tomemos algunos ejemplos de los Evangelios en cuanto a la enseñanza de Cristo sobre lo que se necesita hacer a fin de llegar a un nivel superior del hombre. Y a la vez tratemos de encontrar algún significado para una o dos frases que Cristo usa y cuyo sentido no está del todo claro. En una parte Cristo dice:

"Porque os digo que si vuestra justicia no fuese mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos." (Mat. V, 20.)

Esta es una declaración precisa que tiene un significado igual­mente preciso. ¿Qué denota la justicia y qué quiere decir esto de que tiene que ser mayor a la de escribas y fariseos? La palabra traducida en esta cita y que dice "mayor", implica en el original algo "que está por encima y por sobre", o sea que se trata de algo notable, algo que está fuera de lo común. No implica que haya de aumentarse la misma clase de justicia de escribas y fariseos. Se trata de que el hombre tiene que poseer otra justicia, una justicia más notable, más desusada; una justicia que esté por encima de la común y corriente. El término justicia, que acá también signi­fica virtud, se utilizaba en el entendimiento primitivo para des­cribir a quien observaba todas las reglas y costumbres de la socie­dad en que vivía. Un hombre se comportaba justamente con la mera observación de las leyes. Entre los judíos, la virtud o justicia era cuestión de observar todos los minuciosos detalles de la ley levítica en cuanto a las ceremonias, los ritos, las purificaciones externas, los diezmos, etc. Cristo atacó muchas veces esta forma de justicia exterior, de virtud ostensible. Era una falsa justicia en los términos de la enseñanza de Cristo, porque se hacía "delante de los hombres". No tenía más objetivo que el de aparentar una rectitud exterior ante los ojos de las personas.

Cristo dijo:

"Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, ha­ces limosna, no hagas tocar la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las plazas, para ser estimados de los hombres: de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú haces limosna no sepa tu iz­quierda lo que hace tu derecha para que sea tu limosna en secreto, y tu Padre que ve en secreto, él te recompensará." (Mat. VI, 1-4.)

En este pasaje, Cristo dice que la práctica de esta forma de justicia exterior mantiene al hombre sujeto al nivel o condición en que se halla, sujeto a su particular voluntad y a la admi­ración de sí mismo. Cristo enseña el modo como el hombre puede evolucionar, como puede convertirse en un nuevo hombre. Al atacar la forma de justicia y virtud que corresponde a escribas y fariseos, ataca el nivel del hombre en el que todo se hace por mérito personal y no por la obra misma. Un hombre así se jus­tifica por sus propias obras y su conducta exterior particular, Justificarse a sí mismo significa declararse libre de culpa. En toda persona ocurre un complicado proceso mental que está trabajando continuamente y cuyo objetivo es hacer que el hombre se consi­dere siempre en la razón, siempre en lo justo y que no tiene culpa alguna. A menos que haya comenzado a tomar una conciencia más profunda que aquella conformidad con costumbres y leyes, con la manutención de las apariencias, o con aquello que llamamos "no perder la cara", no importa lo que haya hecho, sea lo que fuere, siempre se justificará a sí mismo a fin de que esta justicia exterior permanezca incólume a los ojos del mundo, o sea "ante los hombres". Y esto lo sujeta en cierto grado de su desarrollo. Esta es la razón por la que Cristo ataca semejante sentimiento de justicia. El objetivo de la enseñanza que imparten los. Evan­gelios es que el hombre debe desarrollarse interiormente hasta al­canzar un nivel superior. Por este motivo se dice que si la justicia del hombre no fuera mayor que la de escribas y fariseos, una justicia de un orden diferente, no entrará en el reino de los cielos. Cielos significa ese elevado estado interior que al hombre le es posible alcanzar. Hay que tener presente que los Evangelios hablan tan sólo de la evolución interior del hombre. Y escribas y fariseos no representan a hombres que vivieron hace mucho tiempo, sino a quienes hoy se mantienen a cierto nivel, que se adjudican a sí mismos los méritos de todo cuanto hacen, que están siempre satis­fechos de sí mismos y se consideran siempre por encima de los demás. En su desarrollo emocional sólo sienten amor propio, y esto no es lo mismo que experimentar amor al prójimo. Todo amor propio siempre desprecia a los demás. Poder apreciar el que otra persona tiene una existencia real aparte de uno mismo y de lo que uno quiere, es comenzar a elevarse sobre el nivel de desarrollo emocional llamado "amor propio". ¿Qué es lo que significa que la justicia del hombre tiene que trascender la de es­cribas y fariseos? Esto dependerá de aquello con lo que el hombre se justifique. Dependerá de aquello para lo cual el hombre quiera vivir, o sea del orden de verdad que quiere seguir. Será una clase de hombre inferior si tan sólo se justifica a los ojos del mundo. La Verdad que se enseña en los Evangelios es diferente a la que imparten el mundo y los sentidos. Siempre hubo mucha discusión entre aquellos que seguían a Cristo. Se da un ejemplo de este hecho en el Evangelio de Juan: "Unos decían: bueno es, y otros decían: no, antes engaña a las gentes". El caso es que Jesús ofendió a la mayoría de las personas que le escucharon. Sus palabras no solamente les eran extrañas, sino demasiado fuertes para que las pudiesen aceptar, y así ocurría que siempre quedaban ofendidas. Todo el mundo se siente ofendido cuando se le quita aquello con lo que se justifica. Cristo enseñaba un nuevo orden de Verdad, un orden muy distinto del que hace que el hombre se sienta justificado ante él mismo. Enseñaba a los hombres cómo pasar de uno a otro nivel en sí mismo. Siempre habló de un nivel superior llamándole el reino de los cielos; pero hasta sus discípulos imaginaban que estaba hablando acerca de las cosas del mundo y de un reino en este orbe. De modo que cuando dijo que la justicia del hombre tiene que ser superior a la de escribas y fariseos, estaba hablando acerca de una justicia en términos de un nivel superior y acerca de cómo debe comportarse el hombre con re­lación a ella. Desde el punto de vista de este nivel superior en sí mismo, el hombre no puede comportarse como antes, ni buscar una recompensa en las mismas fuentes de antes, ni sentirse libre de culpa. El hombre tenía que darse cuenta de que, por cuanto lo que es el reino de los cielos, toda su virtud o justicia personal carecía por completo de valor y no podía conducirle a ninguna parte. Cuando el hombre recibe cierta enseñanza acerca de la evolución interior no puede continuar justificándose como antes. No puede continuar cegándose por medio de la justificación con que ahora solía explicarse lo que en realidad es. No puede hacerlo a la luz del nuevo orden de Verdad que ha aprendido. En la cita anterior se expresa:

"Mas cuando tú haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha." (Mat. VI. 3)

Esto se dice con respecto a aquella otra clase de justicia o virtud a través de la cual es posible entrar en el reino de los cielos. ¿Qué significa? En el versículo anterior se subraya que cuando el hombre hace limosna no debe ofrecerla ante los ojos de los hombres, como ocurre con los escribas y fariseos. Limosna significa lo que uno hace por misericordia. Y esto no quiere decir que únicamente se trata de obras de caridad; significa también perdonar en lo interior, perdonar en lo interior a nuestros deu­dores. En el lenguaje antiguo de las parábolas la mano izquierda denota mal y la mano derecha bien. En la parábola acerca de la separación de las ovejas y las cabras, al final de los tiempos (y no al final del mundo), se dice que las ovejas serán puestas a la derecha y las cabras a la izquierda. En el pasaje anterior, aquello de "que no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha" se refiere a dos niveles del hombre, a dos planos que es preciso distinguir. Tómese nota de que no hay que dejar que la izquierda sepa lo que hace la derecha, y no al revés. Puede considerarse que en un nivel ordinario el hombre es el "mal"; esto significa que vive sumido en su amor propio y en su vanidad, y que es un esclavo de los sentidos. Los sentidos son el mundo. La mano derecha significa un nivel superior de comprensión, o su comienzo. No debe mezclar estos dos niveles, o sea que no debe permitir que su izquierda sepa lo que hace su derecha. La mano izquierda representa el nivel inferior dominado por el amor propio. Aquello que el hombre hace desde un nivel superior debe mantenerse separado del inferior. En sus acciones de misericordia interior, cuando hace limosna, el hombre no debe obrar partiendo de una idea de recompensa, por cuanto hacer esto equivale a actuar desde el nivel que llamamos "escribas y fariseos"; éste es el nivel munda­no, el inferior. Tiene que obrar más allá de este nivel, efectuar el bien por el bien mismo y no permitir que lo que haya hecho se convierta en motivo de halago personal porque con ello sola­mente alimentará su propia vanidad, su amor propio, su sentido de la virtud individual. Aún más: ni siquiera debe pensar en ello dentro de sí mismo, ni debe siquiera hablarlo consigo mismo, ni felicitarse por su noble conducta, pues de otro modo todo se convertirá en un afán de mérito propio, aun cuando nadie se entere de ello. Hará que su bien descienda de nivel dentro de sí mismo. Comenzará a felicitarse y, por así decirlo, a descansar en sus peculiares méritos. Tiene que saber lo que denota guardar silencio dentro de sí mismo. No debe hablar consigo mismo de lo que haya hecho. Mas, por regla general, cuando un hombre realiza un bien de cualquier clase quiere que todos los demás se enteren, y así le es imposible guardar silencio en sí mismo y ante los otros. Actúa ante un público tanto interno como externo. Cristo habla primero de no actuar ante un público externo, y luego se refiere a la mano izquierda y con esto indica que uno tampoco debe actuar ante un público interno. Hay que mantener siempre presente que la mano izquierda se refiere al nivel inferior del hombre. Cuando se entiende que los Evangelios únicamente hablan acerca de cómo alcanzar un nivel superior, cosa que al hombre le es bien posible, el significado de las manos izquierda y derecha se hace claro. La izquierda representa el nivel inferior, la derecha el su­perior. El hombre de un nivel inferior, el hombre que obra por la mano izquierda, siente mérito y pretende justificarse a sí mismo por medio de sus obras caritativas y obtener una recompensa. Esta es una clase de justicia. Pero el hombre que comienza a obrar desde un nivel superior, a obrar de la mano derecha, no busca recompensa alguna, pues parte de aquello que interiormente ve como un Bien y lo hace por amor al mismo Bien, de tal suerte que no espera premio ni interior ni exteriormente y así alcanza un nivel de justicia que está más allá y por encima de la justicia de escribas y fariseos. No habla con otros acerca de lo que ha hecho, ni se dice a sí mismo que ha actuado muy bien. Guarda silencio tanto ante el público externo como ante el interno. Tal es el significado de la frase: "a menos que tu justicia sea mayor que la de escribas y fariseos, no entraréis al reino de los cielos". Si la justicia de un hombre no es mayor en este sentido, el hombre queda inevitablemente sujeto a un nivel inferior de sí mismo. Visto a la luz de los niveles superior e inferior del hombre, esta enseñanza se convierte en algo muy práctico en cuanto a su sentido más profundo, y también le da un significado a la mano derecha y a la izquierda. Y hasta cierto punto también hace posible que se entienda lo que puede denotar aquello de que el hombre puede tener una recompensa "oculta". Sobre esto trata la frase que dice:

"Y tu Padre que ve en secreto, él te recompensará en secreto". (Mat. VI. 4)

En la versión autorizada hay un extraordinario malentendido en el significado de estas palabras de Cristo. Dice: "Y tu Padre que ve en secreto te recompensará en público". Obvio es que el escriba que alteró estas palabras en la transcripción no tenía ni la más remota idea de su significado y no podía entender por qué motivo fuera necesario hacer "limosna" en secreto, salvo con un propósito externo de obtener una recompensa, sentir mérito y satisfacción propios, de manera que no pudo contenerse y agregó que la limosna hecha en secreto sería premiada en público

Tal vez a esta altura podamos tratar de comprender por qué motivo la gente, cuando no percibe que los Evangelios tratan acerca del renacimiento del hombre, en un nivel superior, toma todo cuanto en ellos se dice como hechos que estuvieran a su propio nivel y así mezclan dos niveles de Verdad. El tomar los Evangelios en cualquier forma que no sea partiendo del punto central del renacimiento —y esto significa evolución interior e implica la existencia de un nivel superior— es sencillamente no comprender nada de su genuino significado. Las personas entonces sólo pensarán en la manera de justificarse a sí mismas en sus propios términos y tal cual son, conforme al mundo que conocen, pero no comprenderán que lo que se les pide es un nuevo naci­miento, una nueva forma de sí mismas y no un simple aumento de lo que ya son. Y pese a que se dice que el reino de los cielos —o sea el nivel más elevado que le es posible alcanzar al hombre— está en uno mismo, y que debe ser motivo de logro, la gente sigue pensando que se refiere a algún estado o condición que sobrevendrá después de la muerte, en algún futuro, y no a un estado que se puede alcanzar o que, al menos, se puede buscar trabajando por él en esta vida terrenal. Es un estado del ser mismo, una condición que en realidad existe como una posibi­lidad y que existe ahora, algo que se encuentra por encima de lo que somos o de la condición en la que nos hallamos, como quien dice una habitación en un piso superior de esta misma casa, de sí mismo. Y las parábolas hacen continuamente muchas referen­cias a ella. Como consecuencia de este malentendido, la gente no puede separar la mano derecha de la izquierda; y el resultado en que cualquier cosa que haga pasa, por así decirlo, a un nivel inferior y toma una forma errada. Esta es a menudo la causa de tantos ejemplos absurdos, descorazonadores y hasta malignos, que se pueden ver en la vida religiosa. Y todo se debe a que se adju­dica lo superior a aquello que es inferior, y a la mezcla de dos órdenes de ideas. Es como si una bellota se adjudicara a sí misma toda la enseñanza que corresponde a una encina y que imaginase ser ya una encina.

Por todo lo anterior bien nos damos cuenta de que nadie podrá continuar justificándose a sí mismo en la forma en que siempre lo ha hecho y a la vez esperar convertirse en un Nuevo Hombre. Tiene que modificar su propio sentimiento de justicia, pues en tanto piense que tal cual es un hombre justo, no habrá cam­bio alguno para él. Debe cambiar en lo total sus ideas acerca del significado de ser justo, pues precisamente el sentimiento de ser justo, de estar siempre en la razón, es lo que le implica cambiar. Siempre está satisfecho de él mismo. Los demás se hallan equivo­cados, pero él no lo está nunca. Y también es su sentimiento de estar ya en la razón, de ser justo, lo que determina la forma especial de justificarse a si mismo. De ahí deriva sus sentimien­tos de valor y de mérito, y es precisamente en esto en lo que más fácilmente pierde el equilibrio, y por lo que con más facilidad se ofende. ¿Hay algo más fácil que ofender o ser ofendido? Tal es la situación humana. La extraordinariamente dura enseñanza de los Evangelios tiende precisamente a romper estos sentimientos del mérito propio y de complacencia, sentimientos que, secreta o abier­tamente, anidan en nosotros y que son la fuente de todo lo que consideramos que nos ofende. A la luz de la idea del reino de los cielos y de la posible evolución interior, y en vista de su nivel superior, el hombre tiene que darse cuenta de que tal cual es, es casi nada, y que toda su vanidad, todo su mérito, toda su presunción, su autoestimación, la complacencia de sí mismo, la autosatisfacción, el amor propio y todo cuanto imagina de sí mismo, es virtualmente una ilusión. En verdad, la dura enseñanza de Cristo sólo se la puede entender si se tiene en cuenta su obje­tivo, su propósito, que es el de quebrar toda la psicología del hombre, de quebrar al hombre según lo que la vida haya hecho de él, al hombre que cree ser, y obligarle a pensar, a sentir y a obrar de otra manera, de una manera tal que comience a moverse hacia un nuevo nivel, hacia un nuevo estado o condición de si mismo. Este estado existe en el hombre como una posibilidad. Pues a fin de pasar de un nivel a otro, de la condición de una bellota a la de una encina, todo tiene que alterarse y orde­narse de nuevo. Tienen que alterarse todas las relaciones del hombre referentes a los distintos aspectos de sí mismo. Todo el engaste de su ser tiene que cambiar. Debe innovarse todo el hombre. Por este motivo Cristo dijo:

"No penséis que he venido para meter paz en la Tierra; no he venido para meter paz, sino espada. Porque he venido para hacer disensión del hombre con su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa." (Mat. X, 34-36.)

El significado de esto no es externo ni literal. Trata de una tormenta interior, de un cambio que ocurre en la psicología total del hombre, un cambio en todo cuanto en él es un "padre", "madre", "hija", "nuera", "suegra", etc., en un sentido psico­lógico, naturalmente. Tiene que alterar todas las relaciones para consigo mismo, y esto significa que debe cambiar los pensa­mientos y sentimientos que tenga acerca de sí. La casa de un hombre significa todo cuanto hay dentro del hombre mismo, no su cuerpo, sino su psicología; tal es la casa, la morada de los diferentes aspectos de sí mismo. Todas las ideas, todas las acti­tudes que fueron el "padre" o la "madre" de sus pensamientos, de sus puntos de vista y de sus opiniones, y de toda relación derivada de ellos tienen que cambiar en vista de la espada, la que simboliza el poder de la Verdad de un orden superior. Cuando el hombre encuentra este orden superior de la Verdad, ya no puede permanecer en paz consigo mismo tal cual es. Tiene que comenzar a pensar de una manera nueva, y nadie puede hacerlo de este nuevo modo con sólo agregar un conocimiento más a lo que ya piensa. Todo el hombre tiene que cambiar; es decir, que debe transformar su mente antes que nada. Esta parábola se refiere al punto de partida de la enseñanza de Cristo, pues sugiere al hombre que empieza a pensar por sobre lo que siempre lo ha hecho, a pensar de un modo completamente nuevo acerca de si mismo, de su significado y de su propósito. No es arrepenti­miento, como se ha traducido esta expresión; significa, más bien, un nuevo pensamiento, o una nueva manera de pensar, más allá y por encima de todo cuanto pensó antes. Del mismo modo, la justicia de que habla Cristo está por encima y más allá de todo cuanto el hombre ha utilizado para justificarse y para considerar que siempre tiene la razón, que está siempre en lo justo. Se trata, en verdad, de meta-justicia.


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