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espiritismo: ACION DEL ALMA SOBRE LA MATERIA
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De: magicman497  (Mensaje original) Enviado: 19/01/2008 14:46

ACCIÓN DE LOS ESPÍRITUS

SOBRE LA MATERIA

52.

Separada la opinión materialista, como condenada a

la vez por la razón y por los hechos, todo se reduce a saber si el

alma después de la muerte puede manifestarse a los vivos. La

cuestión, reducida de este modo a la más simple expresión, se

encuentra singularmente despejada. Se podría preguntar, desde

luego, por qué seres inteligentes que en cierto modo viven en

nuestro centro, aunque invisibles por su naturaleza, no podrían

atestiguar su presencia de una manera cualquiera. La simple

razón dice que para esto no hay nada absolutamente imposible y

esto es ya alguna cosa. Esta creencia tiene, por otra parte, el

asentimiento de todos los pueblos, porque se la encuentra por

todas partes y en todas las épocas; luego una intuición no podría

ser tan general, ni sobreviver a los tiempos sin apoyarse en alguna

cosa. Está, además, sancionada por el testimonio de los libros

sagrados y de los Padres de la Iglesia, y ha sido menester el

escepticismo y el materialismo de nuestro siglo para relegarla

entre las ideas supersticiosas; si estamos en error, estas

autoridades lo están igualmente.

Pero esto sólo son consideraciones morales; una causa, sobre

todo, ha contribuido a fortificar la duda en una época tan positiva

como la nuestra, en que se procura darse cuenta de todo, en que se

quiere saber el por qué y el cómo de cada cosa, y consiste en la

ignorancia de la naturaleza de los Espíritus y de los medios por

los cuales pueden manifestarse. Adquirido este conocimiento, el

hecho de las manifestaciones nada tiene de sorprendente y entra

en el orden de los hechos naturales.

53.

La idea que uno se forma de los Espíritus hace a primera

vista incomprensible el fenómeno de las manifestaciones. Estas

manifestaciones no pueden tener lugar sino por la acción del

Espíritu sobre la materia; por esto los que creen que el Espíritu es

la ausencia de toda materia, se preguntan, con alguna apariencia

de razón, cómo puede obrar materialmente. Pero ahí está el error,

porque el Espíritu no es una abstracción: es un ser definido,

limitado y circunscripto. El Espíritu encarnado en el cuerpo,

constituye el alma; cuando lo deja a la muerte, no sale despojado

de toda envoltura. Todos los Espíritus nos dicen que conservan la

forma humana, y en efecto, cuando se nos aparecen es bajo la que

nosotros les conocíamos.

Observémosle atentamente en el momento en que acaban

de dejar la vida; están en un estado de turbación; todo está confuso

a su alrededor; ven su cuerpo sano o mutilado según el género de

muerte; por otra parte se ven y se sienten vivir; alguna cosa les

dice que este cuerpo le pertenece y no comprenden que estén

separados de él. Continúan viéndose bajo su forma primitiva, y

esta visión produce en algunos, durante cierto tiempo, una singular

ilusión: la de creerse aún vivos: les falta la experiencia de su nuevo

estado para convencerse de la realidad. Disipado este primer

momento de turbación, el cuerpo viene a ser para ellos un vestido

viejo, del cual se han despojado, y que no lo echan de menos; se

sienten más ligeros y como desembarazados de un peso; no

experimentan ya dolores físicos, y son muy felices en poder

elevarse, recorrer el espacio así como lo hacían diferentes veces,

viviendo en sueños. Sin embargo, a pesar de la ausencia del

cuerpo, acreditan su personalidad; tienen una forma, pero una

forma que no les molesta ni les embaraza; ellos, en fin, tienen la

conciencia de su

yo y de su individualidad. ¿Qué debemos deducir

de todo esto? Que el alma no lo deja todo en la tumba, y que algo

se lleva consigo.

54.

Numerosas observaciones y hechos irrecusables de que

tendremos que hablar más tarde nos han conducido a esta

consecuencia, a saber que en el hombre hay tres cosas: 1짧 el alma

o Espíritu, principio inteligente en quien reside el sentido moral;

2짧 el cuerpo material, envoltura grosera, de la que está

temporalmente revestido para el cumplimiento de ciertas miras

providenciales; y 3짧 el periespíritu, envoltura fluídica semimaterial,

sirviendo de lazo entre el alma y el cuerpo.

La muerte es la destrucción o, mejor, la desagregación de la

envoltura grosera, de aquella que el alma abandona; la otra se

separa y sigue al alma, que se encuentra de esta manera tener

siempre una envoltura; esta última, bien que fluídica, etérea,

vaporosa, invisible para nosotros en su estado normal, no por eso

deja de ser materia, aunque hasta ahora no hayamos podido cogerla

y someterla al análisis.

Esta segunda envoltura del alma o

periespíritu existe pues,

durante la vida corporal; es el intermediario de todas las

sensaciones que percibe el Espíritu, aquel por el cual el Espíritu

transmite su voluntad al exterior y obra sobre los órganos. Para

servirnos de una comparación material, es de hilo eléctrico

conductor que sirve a la recepción y a la transmisión del

pensamiento; es, en fin, ese agente misterioso, inaccesible,

designado con el nombre de fluido nervioso, que tan gran papel

juega en la economía, y del que no se tiene bastante cuenta en los

fenómenos fisiológicos y patológicos. No considerando la

medicina sino el elemento material ponderable, se priva en la

apreciación de los hechos de una causa incesante de acción. Pero

no es este el lugar de examinar esta cuestión tan solo haremos

observar que el conocimiento del periespíritu es la llave de una

porción de problemas hasta ahora inexplicables.

El periespíritu no es una de esas hipótesis a las cuales se

han recurrido algunas veces en la ciencia para la explicación de

un hecho; su existencia revelada por los Espíritus, es también

resultado de observaciones, como tendremos ocasión para

demostrarlo. Por el momento y para no anticiparnos sobre los

hechos que tenemos que relatar, nos limitaremos a decir que

durante su unión con el cuerpo, o aun después de su separación, el

alma no está nunca separada de su periespíritu.

55.

Se ha dicho que el Espíritu es una llama, una chispa:

ésta debe entenderse del Espíritu propiamente dicho, como

principio intelectual y moral, y al cual no se podría atribuir una

forma determinada; pero en cualquier grado que se encuentre,

está siempre revestido de una envoltura o periespíritu cuya

naturaleza se va haciendo más etérea a medida que se purifica y

se eleva en la jerarquía; de tal suerte, que para nosotros la idea de

forma es inseparable de la de espíritu, y que no concebimos la

una sin la otra. El periespíritu forma, pues, parte integrante de

hombre; pero el periespíritu solo no es el Espíritu como el cuerpo

solo no es el hombre, porque el periespíritu no piensa; es al Espíritu

lo que el cuerpo es al hombre; esto es, el agente o instrumento de

su acción.

56.

La forma del periespíritu es la forma humana y cuando

nos aparece es generalmente aquella bajo la cual hemos conocido

al Espíritu en su vida. Se podría creer, según esto, que el

periespíritu, separado de todas las partes del cuerpo, se amolda de

algún modo sobre él y conserva su tipo, pero no parece que sea

así. La forma humana, con algunas diferencias de detalle y salvo

las modificaciones orgánicas necesarias para el centro en el cual

el ser está llamado a vivir, se encuentra en los habitantes de todos

los globos; al menos ésto es lo que dicen los Espíritus; es

igualmente la forma de todos los Espíritus no encarnados y que

no tienen más que el periespíritu; es aquella bajo la que en todo

tiempo se han representado los ángeles o Espíritus puros; de donde

debemos deducir que la forma humana es la forma tipo de todos

los seres humanos a cualquier grado que pertenezcan. Pero la

materia sutil del periespíritu no tiene la tenacidad ni la rigidez de

la materia compacta del cuerpo; es, si podemos expresarnos así,

flexible y expansible por esto la forma que toma, aunque calcada

sobre la del cuerpo, no es absoluta; se pliega a voluntad del

Espíritu, quien puede darle tal o cual apariencia a su gusto, mientras

que la envoltura sólida le ofrece una resistencia insuperable.

Desembarazado de esa traba que le comprimía el periespíritu se

extiende o se estrecha, se transforma, en una palabra, se presta a

todas las metamorfosis, según la voluntad que obra sobre él. A

consecuencia de esta propiedad de su envoltura fluídica, es como

el Espíritu que quiere hacerse reconocer, puede, cuando esto es

necesario, tomar la exacta apariencia que tenía en vida, hasta la

de los accidentes corporales que pueden ser signos de

reconocimiento.

Los Espíritus, como se ve, son, pues, seres semejantes a

nosotros, formando a nuestro alrededor toda una población

invisible en el estado normal; decimos en el estado normal porque,

como lo veremos, esta invisibilidad no es absoluta.



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