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espiritismo: eficacia de la oracion
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De: magicman497  (Mensaje original) Enviado: 01/02/2008 05:23

EFICACIA DE LA ORACIÓN

5. Todo lo que pidiereis orando, creed que lo

recibiréis y os será concedido. (San Marcos, cap. XI,

v. 24).

6.

Hay personas que niegan la eficacia de la

oración fundándose en el principio de que, conociendo

Dios nuestras necesidades, es superfluo exponérselas.

Aun añaden que, encadenándose todo en el Universo

por leyes eternas, nuestro votos no pueden cambiar

los decretos de Dios.

Sin ninguna duda, hay leyes naturales e

inmutables que Dios no puede derogar a capricho de

cada uno; pero de esto a creer que todas las

circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad,

es grande la distancia. Si fuese así, el hombre sólo sería

un instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa.

En esta hipótesis no habría más que doblar la cabeza al

golpe de los acontecimientos, sin procurar evitarlos y

por lo tanto, no se hubiera procurado desviar el rayo.

Dios no le ha dado el discernimiento y la inteligencia

para no servirse de ellos, ni la voluntad para no querer,

ni la actividad para estar en la inacción. Siendo libre el

hombre para obrar en un sentido o en otro, sus actos

tienen para sí y para los otros, consecuencias

subordinadas a lo que hace o deja de hacer; hay

acontecimientos que por su iniciativa escapan

forzosamente a la fatalidad sin que por esto se destruyan

la armonía de las leyes universales, como el avance o el

retraso de las agujas de un péndulo no destruye la ley

del movimiento, sobre la cual está establecido el

mecanismo. Dios puede acceder a ciertas súplicas sin

derogar la inmutabilidad de las leyes que rigen el

conjunto, quedando siempre su acción subordinada a

su voluntad.

7.

Sería ilógico deducir de esta máxima: “Todas

las cosas que pidiereis orando, creed que las recibiréis”,

que basta pedir para obtener y sería injusto acusar a la

Providencia porque no concede todo pedido que le es

hecho, pues ella sabe, mejor que nosotros, lo que es

para nuestro bien. Hace lo mismo que un padre

prudente que rehusa a su hijo las cosas contrarias al

interés de éste. Generalmente el hombre sólo ve el

presente; mas si el sufrimiento es útil para su futura

felicidad, Dios le dejará que sufra, como el cirujano

deja sufrir al enfermo en la operación que debe

conducirle a la curación.

Lo que Dios le concederá, si se dirige a Él con

confianza, es valor, paciencia y resignación. También

le concederá los medios para que él mismo salga del

conflicto, con ayuda de las ideas que le sugiere por

medio de los buenos Espíritus, dejándoles de este modo

todo el mérito; Dios asiste a los que se ayudan a sí

mismos, según esta máxima: “Ayúdate y el cielo te

ayudará”, y no a aquellos que todo esperan de un

socorro extraño, sin hacer uso de sus propias

facultades; pero, generalmente se prefiere ser socorrido

por un milagro, sin hacer nada. (Cap. XXV, números 1

y siguientes).

8.

Pongamos un ejemplo. Un hombre se ha

perdido en el desierto y sufre una sed horrible; siéntese

desfallecer y se deja caer en el suelo; entonces, ruega

a Dios que le asista y espera; pero ningún ángel viene

a traerle agua. Sin embargo, un buen Espíritu le ha

sugerido el pensamiento de levantarse, seguir uno de

los senderos que se presentan ante él, y entonces por

un movimiento maquinal, reúne sus fuerzas, se levanta

y marcha a la ventura. Llega a una colina y descubre a

lo lejos un arroyuelo, y ante esta vista, recobra ánimo.

Si tiene fe exclamará: “Gracias, Dios mío, por el

pensamiento que me habéis inspirado y por la fuerza

que me habéis dado”. Si no tiene fe, dirá: “¡Qué buen

pensamiento he tenido! ¡Qué suerte tuve de haber

tomado el camino de la derecha más bien que el de la

izquierda! ¡La casualidad, verdaderamente, nos sirve

bien algunas veces! ¡Cuánto me felicito por mi valor en

no dejarme abatir!”

Pero, se dirá, ¿por qué el buen Espíritu no le

dijo claramente: “Siga esta senda y al extremo

encontrarás lo que necesitas?” ¿Por qué no se le

manifestó, para guiarle y sostenerle en su

abatimiento? De este modo, quedaría convencido

de la intervención de la Providencia. Primero, fue

para enseñarle que es preciso ayudarse a sí mismo y

hacer uso de sus propias fuerzas. Además, por tal

incertidumbre, Dios pone a prueba su confianza y

sumisión a su voluntad. Este hombre estaba en la

situación de un niño que cae y si ve a alguno, grita y

espera que le vayan a levantar; si no ve a nadie,

hace esfuerzos y se levanta sólo.

Si el ángel que acompañó a Tobías le hubiese

dicho: “Soy el enviado de Dios para guiarte en tu viaje

y preservarte de todo peligro”, Tobías no hubiera

tenido ningún mérito; confiando en su compañero, no

tendría ni siquiera necesidad de pensar; por esto el

ángel no se dio a conocer hasta el regreso.



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