Pagina principale  |  Contatto  

Indirizzo e-mail

Password

Registrati ora!

Hai dimenticato la password?

El Universo de los Hechizos
 
Novità
  Partecipa ora
  Bacheche di messaggi 
  Galleria di immagini 
 File e documenti 
 Sondaggi e test 
  Lista dei Partecipanti
 ritos fin de año 
 
 
  Strumenti
 
espiritismo: LAS PENAS MAS GRANDES
Scegli un’altra bacheca
Argomento precedente  Argomento successivo
Rispondi Elimina messaggio  Messaggio 1 di 1 di questo argomento 
Da: magicman497  (Messaggio originale) Inviato: 02/03/2008 18:13

LAS PENAS MÁS GRANDES

El agua menuda

es la agua que hace barro,

que el agua recia no deja señales

por donde ha pasado.

Las penas pequeñas

son las que hacen daño,

porque las grandes,

o matan al pronto,

o pasan de largo.

Augusto Ferrán

¡Cuán bien dice el poeta! Las penas pequeñas son las que hacen daño; de consiguiente son las más grandes porque son las que más mortifican, las que van consumiendo la vida largamente. Hemos conocido a muchas personas que han perdido en breve plazo a todos los individuos de su familia, y algún tiempo después han sonreído y en su risueño semblante ha brillado un destello de felicidad.

Recordamos a una joven que en quince días perdió a su marido y a su único hijo, quedando en la mayor miseria, y algunos meses después no había en su rostro ni un leve reflejo de dolor. Otra, en tres meses perdió a su esposo y dos hijos, y hoy vive tranquila como si tal familia no hubiese tenido. Otra, en un año vio morir al elegido de su corazón y a cinco hijos; esta última quedó al pronto como insensible y hoy sonríe dichosa, consolada en gran parte por un nuevo afecto que le ofrece un halagüeño porvenir; y en cambio conocemos a muchas familias, a las cuales la muerte respeta, pues cuando les arrebata alguno de sus miembros es una defunción esperada, bien por la avanzada edad del individuo o por lo crónico de su enfermedad; así es que su desaparición no ocasiona ese dolor terrible que nos llega a enloquecer.

Tiene también todo lo necesario para vivir, no conocen los horrores del hambre ni la persecución de los acreedores; pueden satisfacer en algunas ocasiones hasta sus caprichos, y, sin embargo, a pesar de estas condiciones tan favorables, tienen pequeñas contrariedades que contadas hacen reír y sufridas hacen llorar.

Le oímos contar a una niña un cuento que encierra una profunda enseñanza; decía así la hermosa pequeñita:

“Había un pobre, tan pobre, que no tenía ni cama donde dormir; dormía sobre un pedazo de estera y, justamente enfrente de su chiribitil, vivía una familia muy bien acomodada, que todos los días sacaba a los balcones los colchones de todas sus camas, y el infeliz mendigo los miraba con una envidia que le devoraba el corazón. Tanto llegó a sufrir que se fue a confesar acusándose tristemente que la envidia envenenaba todas las horas de su vida y que aquellos malditos colchones eran su pesadilla.

“El buen cura, compadecido de su infortunio, le dijo:

- Ven a mi casa, yo te daré una cama que ni los ángeles la tendrán mejor, con una condición, de que no te moverás de la habitación; tendrás vistas a un jardín, comerás opíparamente, dejarás de sufrir el hambre, el frío, el calor y el desaliento, y a los quince días entraré a verte y me dirás cómo te encuentras. “ ¡Ah! Te advierto que no dejes tu desván ni tires el pedazo de estera por lo que pueda pasar.

“El mendigo, ebrio de alegría, se fue tras el buen cura a su nueva habitación y su gozo no tuvo límites cuando se acostó en una cama de tres colchones que, por lo blandos, parecían almohadones, y además unas sábanas que disputaban su blancura a la nieve y almohadas de pluma.

“La primera noche el mendigo durmió con todo placer, y al día siguiente se despertó con muy buen apetito; comió cuanto quiso y después se asomó a la ventana y estuvo mirando el jardín largo rato; se volvió a acostar por disfrutar despierto de su cama, y así estuvo cinco días comiendo, durmiendo y mirando por la ventana los jardineros que trabajaban en el jardín y al hortelano que arreglaba el huerto.


“Al sexto día, con harta extrañeza suya, se levantó pensando en su chiribitil y en su pedazo de estera. Recordó con delicia sus largos paseos por la ciudad y el campo y la completa libertad que disfrutaba cuando dormía en el desván. Cierto que ayunaba muchos días, pero contaba sus penas a otros compañeros y se consolaba. Estuvo luchando con sus recuerdos tres días, hasta que pidió ver al buen cura. Éste acudió en seguida a su llamamiento, y el mendigo le dijo:

“- Señor, yo estoy muy agradecido a sus bondades, pero le suplico que me deje volver a mi pobre cuarto, donde seré dichoso, porque ya no envidiaré los colchones de mi vecino. En estos días me he convencido que no es la abundancia lo que da la felicidad; aquí todo me sobra, y sin embargo, como vivo contrariado, todo me falta.

“- Esto quería yo demostrarte – le dijo el cura sonriendo -, que es iluso, que es visionario todo aquel que envidia a otro, porque casi siempre el envidiado tiene en el fondo de su vida muy poco que envidiar. Vive tranquilo con tu miseria, que nunca es pobre aquel que se contenta con su suerte.

“El mendigo volvió a su desván, contempló el pedazo de estera con viva satisfacción, se reclinó en él y sonrió gozoso porque la víbora de la envidia ya no se albergaba en su mente”.

* * *

El fondo moral de este cuento es de profunda enseñanza, porque demuestra que las pequeñas contrariedades envenenan la vida hasta el punto que se prefiere la miseria a gozar de la abundancia. En medio de esas penalidades que tanto mortifican, y que, sin embargo, pasan completamente desapercibidas para muchos seres, la generalidad cree que estando cubiertas las primeras necesidades de la vida todo lo demás no hace estrago en el corazón del hombre, no siento así en realidad, pues hay manjares que son más amargos que la hiel y hay pan duro más dulce al paladar que la miel.

A nosotros, que por las circunstancias especiales de nuestra vida, por no tener familia y otras causas, hemos tenido que vivir sin hogar propio por razón natural, se nos ha proporcionado más ocasiones que a otros par conocer y sufrir esas pequeñas contrariedades que tanto influyen a veces en los acontecimientos de nuestra vida, que tan distinto giro suelen dar a nuestras determinaciones.

En la Tierra abundan, como es lógico, Espíritus inferiores de instintos reñidos con el buen gusto; son seres groseros, y cuando se une a ellos un Espíritu más distinguido, más delicado, más sensible, aun cuando diste mucho de ser bueno, hay tanta distancia entre la vulgaridad y la distinción que hay un mundo de por medio.

Mucho hemos estudiado en la sociedad, no precisamente en los seres que nos han rodeado más de cerca, sino en aquellos que nos han parecido más dichosos. Avaros de la felicidad, como todos los desgraciados, nos hemos parecido al mendigo que envidiaba a los colchones. Siempre hemos mirado con febril afán los semblantes de aquellos seres donde irradiase el contento, y hemos tratado de relacionarnos con ellos por ver si era completa su felicidad, y en estos estudios ¡cuánto hemos aprendido! En estas profundas observaciones es donde hemos encontrado esa serie de pequeñas contrariedades que forman un conjunto insoportable.

¡Cuántas veces nos ha sucedido, creyéndonos profundamente desgraciados, ir a contarles nuestras penas a uno de los felices de la Tierra, y comenzar el afortunado a enumerarnos todas las contrariedades que le rodean, y al oír su relación, comparar sus penas con las nuestras y creernos felices, siendo el rico muy rico y nosotros, relativamente a él, uno de los muchos mendigos en el mundo!

Se observa en este triste planeta tal desunión y animosidad entre los Espíritus, los mismos matrimonios, los padres y los hijos en lucha íntima, y entristece profundamente ver esta guerra sorda que divide a la mayoría de las familias.

¡Qué egoísmo tan profundo! ¡Qué amor propio tan exagerado! Todos quieren ser infalibles, todos se creen con derecho para disponer de vidas y haciendas!.. .

En la vida íntima, ¡cuántas amarguras se encierran!.. . Los Espíritus inferiores, ¡cuánto mortifican!. .. Los unos por su ignorancia, y los otros por su refinada malicia no pierden ni una sola ocasión para molestar a cuantos les rodean. ¡Mujeres!, vosotras que vivís continuamente dentro de vuestra casa, que sois las encargadas del hogar doméstico, que a vuestro calor crecen y se desarrollan los pequeños, escuchad nuestra voz amiga: os queremos mucho, siquiera porque accidentalmente pertenecemos a vuestro sexo vemos claramente que podéis ser los ángeles de la Tierra, y sin embargo, os empeñáis muchas veces en ser tea de la discordia; os dedicáis a trabajar y sacrificaros por la familia, pero lo hacéis de un modo que no despertáis el agradecimiento, lo que fomentáis es el fastidio y el aburrimiento.

Ya hemos dicho en otros artículos, pero nunca nos casaremos de repetirlo: tenéis una costumbre fatal las mujeres de la clase media, y nos fijamos más en éstas por ser las que más hemos tratado, y por ser en realidad las que más adolecen de ese defecto que tanto mortifica a los que sufren sus consecuencias, ese defecto es levantarse de mal humor.

Hemos visto a muchas mujeres del pueblo, a muchísimas, ir a lavar al río llevando sobre la cabeza un gran lío de ropa, un niño en brazos y otro de la mano hablando alegremente con sus hijos, y en cambio las que están en su casa, que no tienen que pasar malos ratos, ésas se levantan muchas veces riñendo y buscando ocasiones para herir con sus palabras.

Durante la hora de la comida en algunas casas es terrible; todos los disgustos, todas las cuestiones enojosas, y en el momento que se reúne la familia no es más que para disputar unos con otros, y esta maldita costumbre es la base de las grandes disensiones domésticas.

Algunos dirán que nos fijamos en pequeñeces, y no lo son en realidad; desgraciada la familia que cuando se reúnen sus individuos no cambian una sonrisa; esos seres aunque sean millonarios son los pobres más pobres de la Tierra, son los que sufren las penas más grandes, son los que beben hiel toda su existencia.

A los Espíritus inferiores siempre los veréis huraños, retraídos, descontentos; en cambio a un Espíritu amante del progreso le veréis sonriente, ¡y es tan hermoso un rostro risueño! Nos encantan esas mujeres, que algunas hay, en cuyos labios se dibuja la más dulcísima sonrisa y en su frente ese resplandor divino que los pintores místicos dan a la cabeza de sus santos; al lado esos seres que bendicen cuando hablan, se pueden soportar todas las amarguras de la vida, porque con su dulzura nos alientan.

En cambio, junto a esas personas maliciosas que siempre hablan con segunda intención, que contradicen hasta nuestro más recóndito pensamiento, que no saben agradecer el bien que disfrutan, que aun queriendo aburren con su cariño, vivir al lado de esos seres que desgraciadamente tanto abundan, es vivir muriendo.

Pensamos escribir una serie de artículos clasificando las penas más grandes que indudablemente se encuentran en esas pequeñas contrariedades, las que unidas forman un todo insoportable.

Falta hace el estudio del Espiritismo para el desenvolvimiento de la vida, pero nunca deseamos más su vulgarización que cuando contemplamos esas familias cuyos miembros viven juntos y están más separados que los dos polos de la Tierra.

Vemos esos Espíritus inferiores complaciéndose en fomentar la discordia, estacionados en su ignorancia, sin querer dar un paso adelante, y estos mismos seres suelen tener virtudes, y algunas de gran valía, como pequeñas rosas rodeadas de espinosas zarzas, que antes de aspirar su esencia hay que lamentar las heridas que se reciben con sus punzantes espinas. Con el conocimiento del Espiritismo se abren ante el hombre tan nuevos y tan dilatados horizontes que necesariamente el espíritu comienza a progresar, porque ante un porvenir infinito las aspiraciones del alma se engrandecen; y estamos plenamente convencidos que cuando la escuela espiritista tenga carta de presentación en todos los círculos sociales, desaparecerán paulatinamente las pequeñas contrariedades que son base de las grandes penas.

En los artículos sucesivos iremos desarrollando nuestro tema; hoy sólo repetiremos el antiguo adagio “del agua mansa líbrame Señor, que de la brava me libraré yo”, esto es, que queremos un dolor que nos abrume con su enorme peso, antes que esa sorda contrariedad que, parecida a los tormentos de la Inquisición, mata lentamente.

AMALIA DOMINGO SOLER

HECHOS QUE PRUEBAN



Primo  Precedente  Senza risposta  Successivo   Ultimo  

 
©2024 - Gabitos - Tutti i diritti riservati