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De: Perla  (Mensaje original) Enviado: 14/02/2013 22:54

La Armadura de Dios


Calzados con el apresto del evangelio de paz

El escudo de la fe

Cuando los pensamientos, las inclinaciones y los sentimientos interiores son sujetados
como acabamos de verlo, y la marcha se caracteriza exteriormente por la justicia y la
paz, el alma puede blandir el escudo de la fe. No se trata tanto de la fe que acepta el
testimonio de Dios en cuanto a Cristo para la salvación del alma, sino más bien de
una confianza inquebrantable en el Dios de amor que es sin reserva “por nosotros”
(Romanos 8:31), y que se reveló como Padre en Cristo Jesús.

Cualquiera que tiene en alto ese escudo con semejante confianza, no se hará preguntas,
sino que “contra esperanza” (humana) creerá “en esperanza”(en Dios) (Romanos 4:18).
En esta ocasión experimentará que Dios lo ampara y lo protege, y que el alma que en Él
confía jamás se verá decepcionada (Salmo 91:1-5). La sencilla fe justifica a Dios y se apoya
en él; en realidad, Él es un escudo contra el cual todos los dardos de fuego del maligno
se apagan.

¡Cuán necesario es este escudo para el cristiano! Por un lado, este último puede mantenerse
en espíritu en los lugares celestiales; pero, por otro, en este mundo debe atravesar
diferentes circunstancias, pruebas, sufrimientos y aflicciones bajo la dirección de Dios que
los permite. A menudo, Satanás utiliza el carácter insondable de los caminos de Dios para
llenar nuestro corazón de desconfianza para con Él, y para suscitar en nosotros la duda en
cuanto a su amor, su fidelidad y sus cuidados. También intenta quebrantar nuestra confianza
en la veracidad y la confiabilidad de su Palabra, y otras cosas semejantes. Todo aquello que
nos aleja de Dios y de nuestras bendiciones celestiales en Cristo le gusta.

La fe pone a Dios entre ella y las circunstancias, así como todo aquello que pudiera inquietarla.
Abram pudo decir: “He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la
tierra”. Y Dios le respondió: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Génesis 14:22; 15:1). Si resistimos al diablo, hallará a Cristo en nosotros y huirá.

¿Cómo es posible que los dardos del maligno penetren en el corazón del creyente y lancen en
él, como fuego ardiente, la duda y la angustia? Porque olvidó no sólo tomar el escudo, sino
también el cinturón, la coraza y el calzado. Quizás uno comience a desviar los ojos de la
contemplación de Cristo glorificado, llevado por muchas distracciones de este mundo. Entonces,
el corazón no está más en la luz, sino que sigue el impulso de los pensamientos y las
inclinaciones naturales, o aun “los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11).
A partir de ese momento, no es protegido contra los dardos de fuego del maligno. Pues,
cuando la íntima comunión con Dios es interrumpida, ¿cómo podemos elevar los ojos llenos
de confianza hacia Él? La confianza se apoya en Dios. No halla su fuente en la marcha, sino
que una marcha fiel es el terreno en el cual progresa.

Cobremos aliento al pensar en nuestro Señor quien, como sumo sacerdote y abogado en
el cielo, intercede constantemente por nosotros. Intercede para que permanezcamos en
estado de combate, y en caso de caída podamos de nuevo revestir toda la armadura y volver
a tomar nuestro lugar en el combate.

W. Gschwind

Continua.........

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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Perla Enviado: 14/02/2013 22:56

La Armadura de Dios


El yelmo de la salvación

Para no dar pie al enemigo y estar protegidos de todas partes contra sus ataques, necesitamos tomar el “yelmo de la salvación”. Cada día deberíamos marchar con la conciencia y el gozo de la perfecta salvación en Cristo, que Satanás no puede destruir ni quitar. Sólo así protegeremos nuestra cabeza de manera práctica, como lo hace el yelmo en el día del combate.

El escudo es una figura de lo que Dios es por nosotros, y el yelmo de lo que hizo por nosotros.

La salvación, tal como nos la presenta la epístola a los Efesios, no incluye solamente nuestra perfecta redención, el perdón de nuestros pecados, la liberación de nuestro estado de corrupción, de la esclavitud del pecado, y del poder del enemigo; sino que la salvación consta también del hecho de que estamos en Cristo, y en él hemos sido llevados a los lugares celestiales. Nuestra salvación es tan perfecta, inalterable e imposible de perder que no debemos ocuparnos más de nosotros mismos. Todo está asegurado, el yelmo puede estar expuesto a todos los golpes. La salvación nos da valor y energía; así somos libres para ser activos para el Señor por el poder del Espíritu Santo, sin que estemos en nada atemorizados o impedidos por cualquier razón que nos concierne.

La Espada del Espíritu

Mientras que las otras piezas de la armadura se refieren a nuestro propio estado y sirven para protegernos, la espada del Espíritu, la Palabra de Dios nos es dada como un arma ofensiva. Se utiliza para con el prójimo, en la obra del Señor.

Si estamos de corazón en la verdad, si andamos en justicia yendo en paz por nuestro camino a través de este mundo de hostilidades, si nuestro corazón confía en Dios y que tenemos la firme seguridad de nuestra salvación en Cristo, entonces podemos empeñar y ganar el combate. Estamos protegidos en cuanto al hombre interior y al abrigo de todos los ataques del exterior. Un buen estado interior debe preceder toda actividad exterior y acompañarla.

Es un punto de suma importancia, al cual a menudo no solemos prestar mucha atención. Ocurre que salimos al combate sin habernos juzgado a nosotros mismos y sin tener la firme seguridad de que Dios está con nosotros. Ahora bien, existen situaciones en las cuales no puede acompañarnos, tal como lo vemos en la historia de Acán en Josué 7. En tal caso, el combate terminará en una vergonzosa derrota. Si deseamos ser activos para el Señor —ya en nuestra familia, en la vida cotidiana o en un servicio público— primero tenemos que haber estado en Su presencia. Nuestra arma ofensiva es pues la espada del Espíritu, la Palabra de Dios, y no hay otra cosa que el enemigo tema más. Manejada con el poder y la dirección del Espíritu Santo, suministra una fuerza y una agudeza a las cuales nada puede resistir. Entonces, es “como fuego dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra” (Jeremías 23:29). Es “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12).

¡Tengamos siempre entre manos la Palabra, esa arma que nos es proporcionada por el arsenal divino! No debemos añadir ni quitar, pues de lo contrario dejaría inmediatamente de ser la espada del Espíritu, y la Palabra de Dios. Es tan perfecta como nuestra salvación y como nuestra justicia; su valor es independiente de nuestra colaboración. Basta absolutamente para todo y podemos contar enteramente con ella si la utilizamos sólo bajo la dependencia de Dios.

A través de todas las Escrituras, especialmente en los Salmos, encontramos ejemplos de la manera en que los creyentes manejaron la Palabra. Nuestro Señor mismo es el perfecto modelo para utilizar esa arma espiritual. Se sirvió de ella en las tentaciones, así como en sus conversaciones con los judíos que siempre intentaban contradecirle. Sin embargo, si no andamos por el poder que da el Espíritu de Dios no contristado, nunca podremos agarrar la espada de la buena manera, y menos aún utilizarla correctamente. Una palabra a propósito en el momento oportuno no puede ser llevada a cabo sino por medio del poder y la luz del Espíritu Santo. Entonces, un solo pasaje de la Biblia puede vencer a nuestro más poderoso enemigo, como ocurrió en otro tiempo con la piedra lanzada por la honda de David (1 Samuel 17:49).

En la obra del Señor, cuánto se hace sentir la necesidad de obreros que sean “fortalecidos en el Señor” porque tienen la costumbre de vestir toda la armadura, y por consecuencia saben utilizar como es debido la espada del Espíritu.

 

W. Gschwind

Continua.........

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