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RINCÓN LITERARIO: "ESA MUJER HERIDA" CUENTO URUGUAYO
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De: IRMUS  (Mensaje original) Enviado: 17/09/2009 09:57

                ESA MUJER HERIDA

cuento uruguayo

Sus ojos tenían el color de la llovizna recostándose contra las hierbas que asoman tímidas entre los terrones secos. Ojos claros y extraños de mirada sana y con tanta inocencia que los tornaba frágiles y quebradizos. Yo los había visto alguna vez y creo, sí, estoy seguro... eran parecidos a los de mi madre cuando por la noche, cumplidas las tareas de la casa, me contaba un cuento. También, ahora que lo pienso, estaban en el rostro de mi niña durmiendo con su manito bajo el mentón. ¡Qué digo! ¡Si entonces dormía! Estaban cerrados sus ojos y dormía mientras yo miraba el reflejo de mi amor hecho carne en la cuna. Creo que igual entonces presentí esa mirada; ella tenía sus mismos ojos, inocencia y fragilidad...

Miraba la distancia con aquellos ojos cual si tratara de interpretar el horizonte, así como quien intenta sin acierto comprender a los hombres. Y resultaba insólito pero sentí que la necesitaba, tal vez por aceptar de pronto que existía y que no sólo era posible sino imprescindible tenerla conmigo. Mas temía inquietarla pues si sabía de los hombres desconfiaría de mí con la misma suspicacia de los gorriones. Me detuve a observar en silencio sus heridas, sus cicatrices profundas, los moretones de su piel macilenta y sus cabellos quebrados, donde faltaban mechones que adiviné arrebatados por la violencia. La brisa del sur los vendaba con caricias suaves y la luna, que venía haciendo un camino sobre el mar, les prestaba el brillo que habían perdido.

Se volvió un tanto hacia mí y pareció verme, tal vez no fue así, pues me sentí transparente bajo la translúcida claridad de aquellos ojos. No esperé que me hablara; era quedo el susurro del mar que apenas exclamaba su encuentro con las rocas allá en la distancia, y así creí oír su voz flotando en el aire antes que se fuera apagando como un eco: -¿Qué quieres hombre? Ya no tengo un lugar dónde ir.

Una tristeza tan basta como el océano me golpeó el rostro y recién entonces sentí el frío del mar crecer desde la arena húmeda y asaltando mis pies escalarme hasta la nuca.

-¿Por qué lo dices? Yo puedo refugiarte... -murmuré, comenzando a vislumbrar su hermosura persistente y arrogante ocultándole los golpes y magulladuras del rostro. Y ose continuar pues una fuerza incomprensible me empujaba: -Nada te pido; tan sólo ven conmigo...

 

Entonces se puso de pié. La vi inmensa, tan inmensa e inofensiva que aterraba. Y se me hacía frágil, tan frágil que hasta mi voz temblorosa podría quebrarla... Encendí un cigarrillo sin que me importaran mis zapatos enredados en la espuma y me senté, allí, dónde mueren las olas, sin pensar siquiera en el pantalón nuevo ni en el regreso mojado. Y no fue su voz, no la conozco, dudo también que exista; diría en realidad que fue su pensamiento de agonía y así, con los ojos perdidos entre las estrellas, escuché:

-No soy de este mundo. No soy de estos tiempos. Ni tal vez de este universo, donde fuerzas inmensas en eterna disputa eclosionan y luchan. No soy de la selva, donde el silencio avisa del peligro. No soy del hombre -hombre- que mata en mi nombre y apenas de mí, sólo habla. Entonces no soy de la carne y no puedo irme contigo. Además... estoy tan perdida que dónde me descuide ni yo misma me encuentro...

Cerré los ojos y estiré los brazos, era un loco en la orilla del mar pretendiendo aferrar a la luna... Ella alisó sus escamas de ensueño y porque siempre está esperando se dejó apresar. Disputé a la brisa salada las caricias en su pelo y estuvimos así, sólo teniéndonos durante un inmenso y efímero tiempo.

Quizás fue cognición, o tal vez que sintiera, apartándome de mi alucinación, aquellos pensamientos explicando la remota luminiscencia recostada en el horizonte del septentrión, descartando relámpagos de lejana tormenta y gritando su incomprensión de bombas y muertes. Me separé apenas a desnudar su miedo.

-No soy más que un frágil segundo que lleva muchas horas hallar. Pero buscar es tu vida, hombre. Y al cabo nadie me deja de encontrar...

Y eran sus ojos gélidos los mismos de un muerto. Sentí frío y ahora sí me incomodaba la humedad. Había cambiado el viento, ahora el norte lo enviaba y un resabio de olor miserable a destrucción y polvo se juntó al de la sal. Miré al horizonte y dije:

-Es sólo una tormenta -pero ella ya no estaba. Me sentí inquieto, perturbado y me fui despacio sin pensar cuanto quería a esa mujer que me abandona tanto. Me fui creyendo que como otras veces la volvería a encontrar. ¡Pero son tantas las cosas necesarias para obtener su magia! Conciencia, voluntad, altruismo, humildad, amor y entre otras cosas... fundamentalmente sentido común; aquello que los hombres menos poseen.

Pues sí, la he vuelto a ver... Tenemos esos romances esporádicos que son los más grandes lujos de este siglo. Y a veces la subyugo, le extiendo el parlamento y arrobada comienza a deslizar su camisón ¿Qué no quieres creer? ¡Te lo aseguro!

De cualquier modo... Jamás he conseguido que se quede. Tiene pies ligeros y alas grandes con las que huye de mi necedad. ¡Te entiendo cuando dices que es un sueño!

Pero espero que ocurra alguna vez, aunque yo ya no esté... Sintonizada la humanidad para asistirla y permitirle la existencia. Que deje de ser la paz idea de sepulcro, dé a la vida su bienestar y en todo momento sea con nosotros.

         Saludos, un besote

                    IRMITA

 



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