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RINCÓN LITERARIO: NO ES UNICO EL AMOR. ESCENAS 9, 10 Y 11 DEL 1er. ACTO
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De: FLAQUIS  (Mensaje original) Enviado: 18/09/2009 05:22

NO ES UNICO EL AMOR

Fermín Rodríguez Losada

 

PRIMER ACTO

ESCENAS 9, 10 Y 11

 

  escena 9ª

Julia.- (Que viene del jardín con un ramo de flores) ¡Son preciosas! (Las huele). Las voy a poner aquí, en esta mesita. Cuando venga Carlos, que goce con su vista, ya que me ayudó a cogerlas.

(Entra doña Carmen)

Doña Carmen.- ¿Estás ya de vuelta, Julia? ¿Sabes que vino tu primo Armando?.

 Julia.-  (Se vuelve nerviosa) ¡Qué susto me has dado, mamá! Colocaba estas flores, que como verás, son muy bonitas. ¿Pero qué has dicho? ¿Está aquí Armando? Voy a verle enseguida. (Inicia la salida).

Doña Carmen.- No vayas. Me dijo que iba a dormir. Le llamaremos para el almuerzo.

Julia.- ¿Están bien los suyos? ¿Se casa su hermana Luisa?

Doña Carmen.- Todos están buenos. Tu tío continúa lo mismo. Luisa no se casa; pero dime, ¿qué tal en el jardín?, ¿lo has pasado bien?.

Julia.- Creo que sí. Carlos, a pesar de esa amargura que refleja en el rostro, es muy simpático y además su conversación pone de relieve una cultura y formación intelectual poco comunes.

Doña Carmen.- Termina la carrera de medicina el año que viene.

Julia.- Hemos hablado de literatura. Tiene pensamientos maravillosos.

Doña Carmen.- Fíjate, Julia, ¡médico tan joven!.

Julia.- Dice que la literatura es el más emotivo contacto con el pasado, el presente y el futuro de las cosas.

Doña Carmen.- Seguramente, después de la licenciatura, hará una destacada especialidad.

Julia.- Ya te he oído, mamá. Será médico y un gran especialista. (Volviendo con deleite a sus anteriores recreos literarios por boca de Carlos). "Encuentra usted belleza literaria y eso ya recrea el espíritu, despierta la imaginación, lleva la paz a nuestra conciencia desterrando el odio de nuestro corazón". ¿Te das cuenta, mamá, de cómo piensa Carlos?.

Doña Carmen.- Quizás, mejor que tú.

Julia.- ¿Por qué mejor que yo?.

Doña Carmen.- Ahora no tengo tiempo de explicarte nada. Es preferible que tú misma lo vayas comprendiendo.

Julia.- Me ha dicho también que el placer de una buena lectura sólo podemos apreciarlo cuando, invadidos por la nostalgia y la melancolía, nos encontramos, en tal recreo, a nosotros mismos.

Doña Carmen.- ¡Son ráfagas del viento huracanado que desgarró aquella inocente alma!.

Julia.- Me hablas de una forma que no me permite comprenderte. (Suena el timbre). (Nerviosa) ¡Ahí está Carlos! Quedó en venir por aquí, tras breves minutos, pues don Gregorio, que nos vio en el jardín, le dijo que le esperase en esta casa, que iba a visitar a un enfermo y que le recogería en seguida para irse a almorzar.

Doña Carmen.- Voy a abrirle, le saludaré y os dejo. Tengo mucho que hacer.

(Abre la puerta y aparece Carlos)

escena 10ª

Carlos.- Buenos días, señora. ¿Qué tal desde ayer tarde?.

Doña Carmen.- Muy bien, Carlos. Me alegra mucho verte. No sé por qué, más que otras veces. Le estaba diciendo a Julia que no os puedo acompañar porque debo ocuparme de la cocina. Hoy llegó un sobrino y hay que celebrarlo, aunque sea con modestia.

Carlos.- Sabe usted, doña Carmen, cuan grata es su amable compañía, pero ante sus quehaceres debemos renunciar a nuestros sabrosos diálogos.

Doña Carmen.- Lo siento de veras. Hasta otro momento, Carlos.

Carlos.- Que tenga usted mucho éxito en el arte culinario. Adiós, señora.

Doña Carmen.- ¡Allá veremos!.

(Sale doña Carmen)

escena11ª

Carlos.- He observado, ya cuando entré, que esas son nuestras flores.

Julia.- Es usted un gran observador.

Carlos.- ¡Qué feliz debe ser usted con esa madre que es un dechado de virtudes!.

Julia.- También la señora de don Gregorio debió ser muy buena. Don Gregorio y usted merecían una esposa y una madre... (Se sienta).

Carlos.- ¡Ah! ¿Pero usted cree...?  (Sentándose) Don Gregorio no es viudo. Mi madre no fue su esposa.

Julia.- Perdone usted, Carlos. He sido muy indiscreta.

Carlos.- ¿Qué piensa usted, Julia? ¡Por Dios, no torture más mis hondos sentimientos! Me figuro que les parezco un enigma viviente. Pero ni con el pensamiento debe mancharse la sagrada memoria de una madre que fue modelo de esposa. la fatalidad hizo que mi padre, en aquel momento, estuviese con nosotros. No me comprenderá usted, porque no conoce la tragedia.

Julia.- Aunque no comprendo nada de lo que me dice, lleva usted el dolor tan al descubierto que no es posible engañarse. Se puede disimular con la risa y la alegría, alguien lo ha dicho, un temperamento tosco, duro, limitado; pero detrás del dolor sólo cabe dolor.

Carlos.-  Dios concede, julia, en los tiempos de guerra, especial valor y fortaleza a las esposas y a las madres. Se viven tragedias únicamente soportables cuando en el hogar aún queda ese calor irremplazable que da la familia estrechamente unida, y que al ser verdadera y profundamente religiosa sabe hacer frente a los más crueles, rudos, bruscos y duros golpes de la vida, con una ejemplar resignación cristiana digna de la más sorprendente y fervorosa admiración.

Julia.- Dice usted cosas que llegan al corazón, y mi mayor alegría será ayudarle a olvidar, para que usted y el bueno de don Gregorio alcancen el más dichoso bienestar, como justa compensación a tantos sufrimientos.

Carlos.- ¡Si usted supiese, quizás se lo figure, cuantas veces él me ha hecho paternal compañía y me dio valor y alientos en ocasiones en que yo era víctima del más insufrible abatimiento!. Jamás saldaré esta inextinguible deuda de gratitud. Será eterna, como mi cariño hacia él.

Julia.- Yo le prometo que pondré de mi parte cuanto pueda para...

Carlos.- Si usted quisiera lo podría todo. Al conocerla a usted pareció entrar mi vida derrotada y triste en una fase que pudiéramos llamar la de la resignación; en el transcurso de los días que llevo a su lado, el consuelo quiere ser la siguiente nueva fase, y con el consuelo aspiro, Julia, realizado el ideal de mis sueños, a gozar de las más puras esencias de la felicidad, prometiéndole romper los vínculos que me unen a un ingrato pasado para anudar otros inquebrantables.

Julia.- Carlos, usted ignora... Yo también sufro... Yo tuve un amor, que me pareció siempre el único amor que llenaría mi vida.

Carlos.- No sabe usted de mi pasado. Yo conozco el suyo. Estoy perfectamente enterado. ¡No es único el amor, Julia!.  Esa clase de amor no puede ser único. Pudo ser para usted, el más grande. Sólo es único el amor de madre, el de la verdadera madre, que antes de serlo ya se estremece en dulces impaciencias. El amor apasionado no es así, es diferente, tan extraordinario, que me parece que no puede medirse y sus posibilidades de reencarnación son tan sublimes que es capaz de volver a dar a nuestras horas su dulzura y su encanto antiguos.

Julia.- Yo también le confesaré, Carlos, que desde que usted se presentó en esta casa, analizo frecuentemente mi estado de ánimo sometiéndolo a dolorosas experiencias. Lo que antes me era imposible realizar, observo que ahora lo llevo a efecto fácilmente, y tiemblo creyéndome culpable de falta de lealtad. Contemplo los retratos de Jorge sin lágrimas; leo sus viejas cartas sin la emoción y el dolor de antes; me siento al piano y el tema musical, nuestro tema musical, que yo jamás podía escuchar sin que mi corazón pasase por el momento de ritmo más fuerte, no me dice lo que siempre me ha dicho.

Carlos.- Es que quizás comience. Julia, para usted algo que a mí va a liberarme de las garras del martirio. ¿Debo tener esperanzas? ¡Quisiera verlo tan claro!

(Estas últimas palabras las oye don Gregorio, que entra por el fondo   sin que Carlos y Julia se den cuenta).

Julia.- ¡Por favor, Carlos, no me exija usted más! (Se pone de pie y Carlos hace lo mismo). En el jardín he coronado un delicioso descubrimiento. Las flores me parecieron más hermosas que nunca, su perfume más exquisito. Cada flor que usted ponía en mis manos era un nuevo eslabón añadido a una cadena que aprisionaba un pasado envuelto en densa niebla, que ya comienza a resolverse en bendita lluvia de ensueños. Ya le he dicho bastante. Puede... que con demasiada claridad. Hay cosas a las que molesta el exceso de luz.

Don Gregorio.- (Interviene, viéndose sorprendidos Julia y Carlos, que se vuelven hacia él) No precisamente, Julia, para caminar por los senderos de un corazón femenino que durante algún tiempo fue fiel albergue de un profundo y sincero amor. Ese amor perdido llama otra vez a las puertas del mismo corazón y yo quisiera que usted fuese, para mi querido Carlos, la piadosa Samaritana que mitigase su sed de felicidad.

Julia.- Para Carlos y para usted, don Gregorio, que es un alma buena y santa. (Al decir esto Julia, toma de la mano a Carlos y abraza a don gregorio).

(Cae el telón)

Fin del Primer Acto

 

 

 

                                                           
     
       

      



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